Guerra frontal contra la delincuencia organizada

Lo invito al lector a introducirse en un fantasioso túnel del tiempo para viajar hacia la década del 30, época en que nos parece interesante conocer aún más la habilidad para cometer golpes espectaculares por parte de la mafia que volvió a poner en el borde del precipicio a las autoridades policiales de Rosario.

En las inmediaciones de la IgIesia Anglicana, ubicada en las intersección de Paraguay y Urquiza de Rosario, se llevaría a cabo uno de los secuestros más resonantes de la historia de la mafia en la década del 30: el de Marcelo Martín, miembro de la familia propietaria de la Yerbatera Martín, un “dandi” de la época, peinado a la gomina, siempre vestido con el clásico moñito y rodeado de mujeres casaderas que intentaban conquistarlo para acrecentar su patrimonio y ascender socialmente de manera definitiva.

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Marcelo dejó su automóvil Voiturette estacionado en el garage “El volante” de Tucumán 1849. El calor era agobiante y encendió su enésimo cigarrillo. Las gotas de sudor le caían sin cesar de sus sienes.
Saludó como siempre lo hacía al nochero y lentamente comenzó a caminar hacia su domicilio de Urquiza 1484, al que nunca regresó.

No llegó a transitar más de 50 metros, cuándo en cercanías de la iglesia “San Bartolomé” fue abordado por un desconocido. A pocos metros de distancia, Roberto Badano y su hija Esilda, advirtieron como, en segundos, dos hombres lo tomaban por la fuerza desde atrás, mientras uno de ellos le aplicaba un pañuelo en la boca. Martín se comenzaba a desvanecer y seguramente casi ni se enteró que lo encapuchaban.
Los circunstanciales testigos también advirtieron como uno de los secuestradores levantaba de la vereda un revólver, tras lo cual arrojó a su víctima dentro de un taxi Hudson, color verde aceituna, de capota blanca, que acelerado por su conductor, tomó por Paraguay al sur.

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Para la familia, hasta que recibieron el llamado telefónico de los captores, las horas parecieron interminables. La cifra del pedido de rescate –190.000 pesos, otras fuentes señalan 150.000-, aún para Julio Martín, el padre del joven capturado y presidente de la Bolsa de Comercio y fundador de la yerbatera que lleva su apellido, era sencillamente escandalosa.

A las 4.30 del 31 de enero Alberto Julio Martín, hermano de la víctima, cumpliendo las órdenes de los secuestradores, bajo una luna tan llena como tenebrosa, extrajo del auto con capota y el parabrisas plegado, un pesado maletín negro, en cuyo interior estaba el paquete con el dinero exigido y pagó el rescate en cercanías del Cruce Alberdi, tenuemente iluminado, desde donde se notaba el pañuelo que le habían obligado poner como señal de identificación en el radiador.

El maletín lo había entregado –según comentó a la policía- al ser interrogado, “con la mano izquierda y sin mirarle la cara al receptor del dinero”. Oficialmente la denuncia no se formalizó, pero sin embargo el episodio, por su gravedad, trascendió a la prensa.

El 1º de febrero, cuando no habían transcurrido veinticuatro horas del secuestro, Julio Martín salió con su Cadillac y se dirigió al Parque de la Independencia junto a su amigo Héctor Astengo y la madre de Marcelo, Adela Joostens, que prometió a quien quisiera escucharla, que si su hijo salía indemne, donaría una maternidad para la ciudad. Su promesa fue una realidad para la ciudad el 8 de julio de 1939. El secuestrado había sido liberado
Mientras transcurrían los días de febrero de 1932, también continuaba la investigación, aunque la conmoción nacional que produjo la muerte de Ayerza, hizo sospechar al periodismo acerca de las complicidades entre la policía y la mafia siciliana.

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Los investigadores, presionados por el clima adverso que había contra ellos, tomaron la determinación de convocar a la jefatura, a todos los choferes de taxis Hudson que cumplían servicio en Rosario.
Sólo uno faltó a la cita: Gerlando Vinciguerra, de 26 años, que habitualmente tenía su parada en Tucumán y Corrientes, a metros de la casa de su víctima.

El taxi utilizado para el secuestro, fue entregado por Vinciguerra a Luis Cacciatore, en pago de una deuda, aunque previamente, lo llevó al taller mecánico de Fortunato Castaggeroni y Francisco Rodríguez, para que lo repintaran en color café.
Mientras lo detectives de Seguridad Personal lo buscaban a Vinciguerra en Rosario, él había viajado a la provincia de Salta, para ser testigo del casamiento de Carlos Cacciatore – hermano de Luis, antes mencionado- con una modista de esa ciudad.

El padrino iba a ser otro mafioso de alto predicamento en nuestra ciudad: Santiago Bue –algunos de sus familiares aún viven en Rosario- conocido en el inframundo mafioso como el “ahijado de Juan Galiffi”.
Bue y Cacciatore eran primos hermanos y además sostenían una relación de patrón y empleado, ya que Cacciatore conducía un ómnibus, propiedad de Bue, en la compañía “Los 5 Hermanos”.
En marzo de 1927, el ómnibus que nos ocupa, había sido la causa de una pelea entre Bue y un pintor de origen italiano –Domingo Fontana-, que le reclamaba en pago de una deuda.

En el día de la disputa, una palabra trajo la otra y el tenor agresivo terminó cuando, de entre sus ropas, Bue sacó un puñal y le asestó una puntazo al italiano, quien murió casi instantáneamente.

Bue fue detenido casi de inmediato y tras su enjuiciamiento, terminó siendo condenado a 15 años de prisión, siendo puesto en libertad condicional luego de ser beneficiado por varias conmutaciones de penas, obtenidas gracias a la presión del propio Galiffi y un diputado radical.

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La boda no se concretó y la policía salteña, tras recibir un oficio, detuvo el 2 de marzo, cuando Eduardo Paganini ya era el nuevo jefe de Policía.

Los salteños apresaron a Bue y Cacciatore y los derivó a Rosario, donde el juez Luciano Corvalán había dispuesto sus pedidos de capturas. Las declaraciones de los apresados derivaron en las detenciones del lechero Francisco Gallo y el verdulero Diego Romano.

Gallo, sin experiencia en la delincuencia “entonó como un canario en la jaula” e implicó sin más a Juan Galiffi en el secuestro, agregando en el interrogatorio que le había entregado 12.000 pesos del rescate. El lechero había sido el custodio de Marcelo Martín durante su cautiverio en una casa propiedad de Gallo, en tanto Vinciguerra y Cacciatore rechazaron los cargos que les habían imputado, pero más tarde, el último terminó por admitir que había conducido el automóvil utilizado para el secuestro.

Con posterioridad, el propio Cacciatore dijo que había planeado “el asunto con Santiago Bue, Diego Romano, Francisco Gallo, Francisco D`Angelo y Gerlando Vinciguerra”.

También terminó por aceptar que había recibido los 12.000 pesos nacionales por su participación y agregó que su madre le había guardado 8.000 pesos de la misma moneda, envueltos en un pañuelo. Acotó que facilitó 4.000 pesos a Francisco Gallo, para que ayudara a unos paisanos pobres; que D`Angelo –hasta ese momento prófugo- tuvo participación en el delito y no así Bue.

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Diego Romano, sumamente nervioso y transpirando, declaró que D´Angelo lo había invitado a una reunión en la casa de Bue “unos ocho días antes” de dar el golpe y aprovechó para señalar a Vinciguerra como uno de los líderes.

Para el juez quedó claro que el secuestro se planificó en varias reuniones, de las que participaron Bue, Romano, Gallo Campione, Vinciguerra y Caccciatore, siendo el primero el planificador.

Bue, a su vez, atosigado por pruebas en su contra, atestiguó que Francisco D´ Angelo le propuso el negocio y que la primera reunión la tuvieron en lo de Romano y la segunda en su casa. Agregó que D Ángelo o Campione –no pudo asegurarlo- le entregó 30.000 pesos nacionales por su participación, en billetes de mil pesos. Luego, se retractó de sus dichos y puntualizó a la justicia que había admitido todo ello para que lo dejaran de torturar.

Sin embargo, uno de los más famosos policías de esa época, el comisario Martínez Bayo, que conducía Seguridad Personal, le secuestró 7.000 pesos provenientes del hecho delictivo que se investigaba y al ser indagado uno de sus hermanos, éste aceptó que había usado 8.500 pesos, -provenientes del secuestro-para saldar una deuda.

En torno al secuestro de Martín, el magistrado que escuchaba las declaraciones de los incriminados rechazó las explicaciones de Vinciguerra que trataba de dar cuenta del movimiento del dinero que provenía del rescate.
Vinciguerra pretendía pasar ante el magistrado como un habitual viajante a Buenos Aires y Salta y que el dinero gastado provenía de sus ahorros, “máxime si se quedaba sin trabajo y tan sólo con la posibilidad de entrar como mecánico de la Empresa Municipal Mixta de Transportes” de Rosario, dijo.

El más astuto del grupo resultó ser Juan Galifffi, quien fue el único que antes de la concreción del hecho delictivo, había tomado previsiones para despegarse del gravísimo episodio que se le imputaba.

El 2 de febrero se había embarcado a Montevideo, donde poseía una vivienda en el barrio de Pocitos y 24 días después regresó a Rosario para entrevistarse en la casa de Bue con José Cecchi.

En un artículo periodístico, donde se detalla el caso que analizamos, se hace referencia al fiscal Emilio Sotelo, el que admitió que “no había pruebas contra Galiffi. Sin embargo éste último parece haber recibido “la mayor tajada del botín, ya que además de la parte entregada por Gallo, dos días después del pago, uno de sus secretarios: Carlos Cacciatore, depositó otros 25.000 pesos en su cuenta del Banco Español de Buenos Aires.

Juan Galiffi le dijo al juez, con su mejor cara de piedra, que había ganado el dinero en las carreras de caballos y utilizó para justificar su mentira, las carreras en las que corrieron sus caballos Herón y Fausto.

Las dudas del juez no fueron suficientes para mantener “guardado” en una celda al imputado, pero si para iniciar un proceso judicial que concluyó años después -1935- en su deportación.

El 10 de junio de ese año, acompañado de detectives de Seguridad Personal, subió a un tren en la estación de Rosario Norte, con destino a Buenos Aires. Esposado, no pudo saludar a sus defensores, parientes y los representantes de los “capos” que coparon con su presencia la estación, vigilados de cerca por un apreciable número de policías.

Meses más tarde, una tarde de 1935, la policía capturó al chofer de Galiffi, Luis Corrado, que tenía un pedido de captura pendiente en Agrigento, en la isla de Sicilia, su lugar de origen, donde se lo buscaba por asociación ilícita y por ser cómplice de un homicidio calificado.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com