Crónica de un encuentro surrealista con el mentor político del nuevo Papa

Atiende en un bar de Congreso, donde se reúne con sus amigos hace más de 30 años. Repasa su relación política con Jorge Bergoglio y destaca su vínculo con el peronismo.  De la lucha por el poder al café con leche con facturas.

La cita fue el jueves 21 a las 15:15 en un bar de la calle Alsina y Sarandí, en Congreso. El hombre que está frente a mí ronda los 60 años largos, es alto, fornido, posee una mirada percutora. Es un leal del protagonista excluyente de este encuentro surrealista con uno de los personajes más enigmáticos de la historia política local de los últimos 50 años: Alejandro «El Gallego» Álvarez, líder de la agrupación peronista Guardia de Hierro, donde militó Jorge Mario Bergoglio –hoy Francisco–, el primer Papa argentino de la historia.

El amigo de El Gallego lleva un rosario de tonos celestes de la Virgen de San Nicolás y ha comido un sándwich que acompañó con soda de sifón y limón en rodajas. Afuera, un vendedor de cabeza rapada y voz de tono carcelario llama la atención de mi compañero de mesa, que le arroja un ojo oscilante. «Este se tira encima de los autos y es bastante violento –cuenta–, las mujeres se asustan porque las aprieta, en otra época le pondría una 45.»
El vendedor entra al bar, saluda al encargado y camina hacia el baño. Estoy sentado junto a la ventana, de espaldas a la puerta. Pido un café cargado.
–¿Sos una persona de fe, vos? –pregunta mi interlocutor.
–Sí, a mi manera.
–Bueno, entonces comprenderás que hay una serie de hechos que exceden las casualidades del mundo terrenal. Es decir, para los que seguimos los designios de Dios no fue una sorpresa que el Papa sea un argentino. Uno de los nuestros, preocupado y ocupado por los pobres. Un buen peronista.
Te darás cuenta de que la realidad supera cualquier relato.
De a poco van llegando otros amigos de El Gallego. Poco a poco la mesa queda chica. Se van sentando en los bordes. Tienen entre 55 y 70 años. Salvo un joven que parece el hijo o el nieto de uno de ellos, vienen con agendas negras de bolsillo enrolladas con bandas elásticas, camisa y pantalón de vestir. Son prolijos, austeros. Beben agua mineral y se remontan al pasado que acarrean como un amuleto. Mencionan a Perón, el Vaticano, los bancos, la Revolución Francesa, el Mayo Francés, De Gaulle, Nixon, el Che Guevara, el imperialismo, la Teología de la Liberación, los curas villeros, las guerrillas en América Latina, Montoneros, y claro, vuelta a Perón. Mucho más que una sombra omnipresente. Se sienten los guardianes de su doctrina. Parecen una secta alucinada salida de una novela de Roberto Arlt, dueños de una locura sosegada por los años.
Atravesaron las noches rumbo a una quimera que, si alguna vez existió (y fue apenas una verdad entre muchas otras verdades), ya es sólo pasado.
Lo que falta contar aún es el futuro. En eso hay consenso.
–Ahí viene El Gallego.
Alejandro Álvarez llega a paso lento. Ha perdido muchos kilos, está flaco, luce algo cansado, pero en sus ojos centellea el mismo resplandor que hacía vibrar a multitudes de jóvenes cuando la vuelta de Perón era un imposible en los ’60. Aquellos años de bombas y emboscadas a balazos. Esa pólvora los unió en un pacto de sangre con fe medieval.
El Gallego saluda con un beso a cada uno. «Es como nuestro padre, nuestro guía», dicen, y Álvarez se incomoda de forma casi imperceptible. Alrededor de la mesa circula un sentimiento de amistad matizado con bromas de ocasión y un respeto reverencial al líder. El Gallego los escucha como un párroco en el confesionario, de regreso de casi todo, después de las balas, los muertos, el fantasma de Perón, el masserismo y los fuegos. Todos los malditos fuegos de nuestra historia. De ahí mismo proviene su discurso incendiario que incomodaría a cualquier «progresista», porque hay que decir que en este encuentro, si algo queda bien claro es que El Gallego Álvarez detesta profundamente al progresismo argentino.
«¿Qué es la derecha y la izquierda? Eso es un invento de la Revolución Francesa. Nosotros éramos la Juventud Peronista que luchó para que Perón regresara a la Patria, y estábamos organizando la lucha armada para lograr ese objetivo y vencer a los enemigos. Decime, querido, ¿eso es derecha o es izquierda?», inquiere. «Déjense de joder. Hay mucha más verdad en Camilo Cienfuegos que en el Che, que era un nene bien de la clase media alta porteña», remata, provocador.
Se toca la nariz y las orejas para señalar la derecha y la izquierda: «Voy a comer un sánguche de crudo y queso fresco. Para beber… para beber dame una de esas de sabor amargo… ¿cómo se llama? Agua tónica, esa.»
«Si nos traicionás te vamos a hacer un tercer ojo», suelta al pasar, en  media sonrisa. Si me hubiera dicho la misma frase en 1974 estaría asustado. Pero corre 2013 y es sólo una advertencia entre caballeros. Especie de «No me vayas a cagar, pendejo.»
De pronto, su mirada cruza en diagonal y se fija en el periodista del Wall Street Journal que, con una carpeta de hojas amarillas, intenta comprender algo de este galimatías criollo que culminó con un Papa nuestro en el lugar de Pedro. Y Álvarez, aquel primer mentor que tuvo Francisco cuando era Provincial de la Compañía de Jesús, sentado frente a nosotros ahora.
TEMPLARIOS DE PERÓN. «A Jorge (Bergoglio) lo conocí hace muchos años. Un familiar suyo fue concejal del PJ en San Martín. Desde siempre estuvo vinculado al peronismo. Tuvimos mucho trato hasta que los jesuitas lo mandaron a Europa. Nos juntábamos, hablábamos, ellos tenían un serio problema con la Universidad de El Salvador y en su momento nos pidió ayuda. Le aportamos profesores, materia gris. Cuando nos hicimos cargo tenían la universidad hecha pedazos. Nada que ver con lo que es ahora. Luego, hacia el ’81, regresó y nos pidió el control de nuevo, y como no somos ladrones ni nunca lo fuimos, se la entregamos. Así de simple. ¿Qué más quieres saber?», le pregunta al colega estadounidense de ascendencia cubana, sentado en la otra punta de la mesa.

–No comprendo cómo es que ustedes se hicieron cargo de la Universidad…

«Me agotan, me agotan», murmura El Gallego. La complejidad del peronismo lo excede. Y se entiende: el 25 de noviembre de 1977, la Universidad de El Salvador –según él, manejada por su corriente política– le otorgó un doctorado honoris causa al genocida Emilio Eduardo Massera.
Tal como publicó en Tiempo Argentino Ricardo Ragendorfer el 17 de marzo, unos años después de esas catacumbas, ya en 2008, los guardianes celebraron una cena de gala para recordar su historia en el restaurante El General, de la Avenida Belgrano. Poco antes habían hecho una comida donde reunieron a parte de la antigua jerarquía de Montoneros, con Roberto Cirilo Perdía y otros ex jefes de la guerrilla peronista. La idea, rememora El Gallego, «era confraternizar de cara al futuro». Después cada uno «hizo la suya», explican los amigos de Álvarez a coro.
El Gallego se había iniciado en las filas del Comando Nacional del Peronismo (CNP) y 1962 intentó igualar el plan ideado por el militar griego Giorgio Grivas, quien quería llegar a Chipre como libertador. La estrategia consistía en crear un conflicto en Tucumán, Rosario, Buenos Aires y Córdoba, y dejar una zona libre para la llegada del General, en una especie de Chipre simbólica. Pero no pudo ser. Su grupo, o lo que queda de él, le debe el nombre a la Garda de Fier –una organización fascista rumana fundada en 1927 por Cornelieu Codrenau–, que en sus mejores años, poco antes de la muerte de Perón en 1974, tuvo alrededor de 20 mil militantes en todo el país, entre ellos, el actual Papa.
–¿Cómo vio la reunión de la presidenta con el Papa?
–La presidenta tuvo un buen gesto de conducción. Acá hace falta más conducción que gestión. Porque la gestión la hacen los gerentes, el conductor dirige, controla, formula y desarrolla estrategias, ordena, guía. Y ella ha marcado el camino sin ninguna duda.
–Entonces, ¿está de acuerdo con este proceso histórico?
–El hecho de que tengamos un Papa que proviene de nuestro país, un hombre que luchó siempre a favor del pueblo, donde está la verdad, es esperanzador.
–Una historia bien argentina…
–La verdad excede a cualquier relato. Está por encima de los instrumentos de propaganda.
La conversación deriva en la guerrilla y en Montoneros, enemigos internos de Guardia en la estructura del peronismo de los ’70. Álvarez se pone áspero. «Ellos nacieron de la traición, de la traición a Perón, así que no me jodan, porque yo no tengo pelos en la lengua», asegura. Y arranca con una conspiración de alcances internacionales que de la nada comenzaría en Nixon hasta nuestros días. Bancos, lluvia de dólares, inflación, creación del sentido, dominación cultural desde la subjetividad. Idealización de una izquierda romántica que, según El Gallego, «pareciera dominada por el Demonio». El colega estadounidense ya está perdido entre los laberintos del pasado del Papa y su relación compleja con el mundo jesuita. «Jorge siempre fue un referente importante en su comunidad religiosa –le explican–, mucho antes de ser lo que es, hizo huella y tenía mucho predicamento en los años en que estaba la Teología de la Liberación, que acá no anduvo, no anduvo. Por entonces estaba enfrentado con el padre Pedro Arrupe, que para nosotros era marxista», remarcan.
–¿Cómo que no anduvo?
–Sí, no caminó. Por eso de la verdad que te decía, querido. El pueblo es sabio. El pueblo es peronista.
–Parece un cuento de Soriano…
–¿Eh? ¿Qué decís? Esa frase pertenece a José María Gatica. Pero no empezamos a hablar de los muertos, nene.
Álvarez se saca el reloj. Dice que se lo regaló hace 40 años su amigo Fabio Bellomo –referente de Guardia, ya fallecido–. Mira por la ventana. Tiene hambre. Pide una merienda de café con leche y facturas. Moja el vigilante en la taza blanca. Mira con el rabillo de ojo hacia afuera. Intenta explicar lo inexplicable. Uno de los amigos se para a su lado, en la vereda, apoyado en la ventana del bar. Ambos recuerdan a Leonardo Favio. Pero hasta ahí nomás. Ellos siempre han hecho lo que hay que hacer, dirán. Pasan los colectivos. Una parejita joven escucha la conversación, extasiada, apenas dos mesas atrás. Ella sonríe. La vida es compleja. Álvarez nunca revelará sus secretos. Sólo trae a la charla las reuniones con Perón en Guardia de Hierro. Su legado. La doctrina. Para él, San Martín es el héroe, no Manuel Dorrego. Porque lo importante no es el arrojo sino la conducción, la disciplina. Cuenta que está por salir un libro suyo. Creo que detrás de su armadura busca redención. Olvidar a los muertos propios y ajenos. Atravesar las sombras de sus pesadillas. Y anudar las semillas de un viejo sueño que desata a cuentagotas para mantenerse vivo. Expectante y astuto.
«¿Se van afuera en las Pascuas? Soy de los que se quedan», desliza al pasar.
A los 76 años, El Gallego Álvarez simplemente anhela. «
El dato
Garda de Fier

Fue una organización fascista rumana fundada en 1927 por el ultracatólico Cornelieu Codrenau. Alejandro Álvarez se inspiró en ese grupo para fundar Guardia de Hierro que, en 1974, cuando murió Perón, llegó a sumar 20 mil militantes en el país.

(Tiempo Argentino)