William S. Burroughs, el novelista que exorcizó su alma con la literatura

Siento la necesidad de rendir un humilde homenaje al escritor William S. Burroughs (1914-1997), al cumplirse 100 años de su nacimiento, luego de haberme sumergido en “Queer”, una novela que, al decir de sus seguidores “es una secuela de Yonqui”.

Burroughs ha sido –y muchos estiman que lo sigue siendo, a pesar de su muerte-, uno de los novelistas norteamericanos más extraños de la segunda mitad del siglo XX.

Su obra completa –once novelas, decenas de cuentos, miles de cartas y textos que los literatos han calificado de inclasificables-, está invadida de drogadictos, escenas bizarras eróticas y ensayos que los psiquiatras han entendido como paranoicos., a lo que hay que agregar viajes en el tiempo y escenarios de ciencia ficción a nivel superficial.

Terminar uno de leer “Queer” es sentirse impelido a considerar lo leído como un sueño lúcido y dinámico que implica la necesidad de acceder al futuro. El lector, al “despertarse de ese sueño” se sabe más informado sobre una realidad que considera incómoda y desprolija.

Su obra más conocida –almuerzo desnudo-se publicó en 1959 y fue llevada al cine por David Cronenberg y, al tiempo, en un reportaje que le hiciera James Ballard –un genio de la ciencia ficción-, admitió que vio el mundo “como una enorme conspiración de corporaciones mediáticas, del establishment político y la corrupción de la ciencia médica”.

El escritor que nos ocupa se recibió en letras en la Universidad de Harvard y estudió medicina en Viena, pero su acceso a las drogas y su interminable apetito sexual lo detuvieron en sus afanes.

Sus seguidores y defensores afirman sin remilgos que percibió los malestares de una sociedad que se negaba a enfrentarse a sí misma y se negaba a mirar su lado más oscuro.

También afirman que debe comparárselo con Rimbaud y Genet, aunque admiten que su obra es pesimista y llena de un sombrío sentido del humor, junto a una acentuada actitud de rebelión permanente contra la sociedad convencional.

Al cumplir 80 años cruzó una frontera personal y apareció en un aviso publicitario de una marca de zapatillas, aunque, vale decirlo, ya por ese entonces tenía una notoria influencia en escritores y artistas de todos los géneros.

Vale decirlo: nunca ganó un Pulitzer y mucho menos un Nobel de Literatura. Tampoco se lo consideró un best-seller. Es más, muchos lo relacionaban –en su ignorancia al escuchar su apellido-, con un banquero, en vez de entenderlo como una leyenda de la contracultura.

No pocos lo consideraron, en su esencia, un rufián elegante e inteligente.

Burroughs subrayó en otra de las entrevistas que otorgó: “Comencé a escribir para exorcizar mi alma tras matar a mi esposa con un tiro de manera accidental, mientras –borrachos- jugábamos a que era Guillemo Tell.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com