En Francia y Turquía bailan la danza de la muerte del ISIS

Se iniciaron los remezones militares y políticos generados por los ataques terroristas del ISIS en Francia y Turquía y una de ellas, en primera instancia incomprensible, es la decisión de cerrar, por parte del gobierno turco, la base de Incirlik, que utiliza la coalición que lidera Estados Unidos para combatir a los yihadistas en Siria.

Tras la asonada militar, las autoridades turcas, tras hacer una “limpieza judicial y militar” contra los que entienden son los generadores ideológicos del intento fallido de golpe, impusieron un cerco a la base referida aérea, localizada en la provincia sureña de Adana, según lo anunció el consulado estadounidense, que también se hizo cargo de difundir que se le cortó el suministro eléctrico.

Por ese mismo motivo, los propios militares norteamericanos “aconsejaron” a los turcos que “eviten acercarse a la base aérea que desde hace tres meses viene siendo utilizada, -con autorización del gobierno de Turquía-, para llevar a cabo ataques aéreos contra los yihadistas en territorio sirio. Resulta poco comprensible tal decisión, ya que de la misma base operan cazas turcos, estadounidenses, alemanes e ingleses e, incluso, los F-16 saudíes.

Mientras seguía minuto a minuto las informaciones sobre la cuestión que nos ocupa, un “breaking news” de la BBC daba detalles sobre la intentona golpista y comencé a preguntarme, una vez más, hasta cuándo, en materia de política internacional, se seguirán sucediendo este tipo de episodios de una crueldad insoslayable a una velocidad vertiginosa, resultante de feroces colisiones de militares contra gobiernos democráticos o atentados terroristas.

Quienes seguimos de cerca y desde hace ya varios años las noticias internacionales, cada vez que buceamos en las razones de ataques terroristas, sabemos que detrás de toda esta locura, en cada bando de esa guerra hay una motivación que mueve a atacantes suicidas, tanques, aviones y soldados: el odio como elemento inspirador de lo que vendrá.

Las transmisiones “blancas” mundiales de la televisión apenas si han mostrado, tangencialmente, algunos de los ya 265 cuerpos sin vida que dejó en su camino la estela de muerte del inconcluso golpe turco y los rostros de los 2.839 detenidos, así como de los 84 cuerpos exánimes y 200 heridos –en un primer recuento- que dejó en Niza Mohamed Lahon Aiej Boohlel, un tunecino de 31 años.

El nuevo terrorismo

“La operación suicida es la manera más exitosa de infligir daño al oponente y la menos costosa en términos de vidas humanas para nuestra organización”, subrayó el en su momento fue considerado el número dos de la red Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri.
El falso y mortal repartidor de helados lo tuvo claro cuando aceleró en zigzag en Niza y el ISIS se sirvió, una vez más, de un sujeto que practicó un acto de terrorismo para que se llegue a la dominación infundiendo terror.

Perfil del suicida

Robert A. Pape, profesor de la Universidad de Chicago, se ha destacado por detallar el perfil del terrorista suicida.

Pape[1] entiende que “rara vez la religión es la causa principal de sus actos, aunque los reclutadores la utilizan como instrumento para ingresar a sus redes a los voluntarios. Las agrupaciones que cuentan con suicidas son, generalmente, independientes de ellos”.

El sociólogo francés Emile Durkhein llevó adelante un minucioso trabajo sobre la tipología de los suicidas. Del trabajo surgió que el más común era el “suicidio egoísta”: un trauma psicológico personal provocaba que el individuo pusiera fin a su vida con el objetivo de terminar con una existencia personal dolorosa.

Durkhein también hizo mención en sus estudios al “suicidio altruista”, en el cual el elevado nivel de integración social y respeto a los valores comunitarios llevaba a los individuos a suicidarse por su sentido del deber”.[2]

Por su parte, Marc Sageman, profesor de la Universidad de Pennsylvania explicita en su trabajo que muy pocos de los actuales terroristas son inadaptados sociales., criminales o perdedores en el ámbito profesional. Por el contrario estima que tienen mejores perspectivas económicas que la media en sus comunidades por lo que sacrifican su vida por el bien general.

El sociólogo estima que los suicidas pertenecen a sectores sociales medios y altos en sus países de origen y fueron envidos por sus familiares al exterior para perfeccionar sus estudios, habiéndose –en general-, radicalizados en Occidente y no en sus ciudades de origen. Por lo general se siente rechazado en las ciudades que los acogen y concurren a las mezquitas de capitales occidentales buscando amigos. Allí se les inculcaría su rechazo a Occidente y se los incita a pelear e inmolarse luchando contra la decadencia e inmoralidad de esas sociedades occidentales.

Los grupos terroristas “premian” a los suicidas declarándolos “mártires”, es decir que mueren a favor de su comunidad, aunque Pape deja claro que la categoría de “mártir” no la obtiene cualquier suicida, sino que es la comunidad la que otorga la calificación luego de considerar los requisitos de status especial típicos de un mártir. Ello hace que su familia sea respetada y que, -de ser necesario-, reciba una ayuda económica y que su nombre sea utilizado para designar escuelas y calles.

Hans Magnus Enzensberger, uno de los más agudos ensayistas que ha dado Alemania al siglo XX, se refiere al perdedor radicalizado como el tunecino al que hemos aludido, como “un sujeto que se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y espera su hora”.

Su contraparte, el “ganador radical”, para Enzensberger, “es producto de la llamada globalización y comparte características con el perdedor, ya que está completamente aislado en términos sociales y sufre la pérdida de la realidad, a la vez que se siente incomprendido y amenazado”.

Este último “sufre infinitamente su pérdida de poder y se ubica al borde de un precipicio imaginario”, según el ensayista alemán.[3]

[1] Pape, Robert. Morir para ganar. Paidós. Ibérica. Barcelona.2005
[2] Durkheim, Emile. El Suicidio. Editorial Rubaisen, Bs.as. 1998.
[3] Hans Magnus Enszensberger. El Perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror. Anagrama.