A 64 años de la muerte de Evita, aquella noche de profundo dolor

Sin cargo formal en el Estado, desarrolló una intensa tarea política y social durante las presidencias de su esposo Juan Perón. Amada y resistida, sufrió y murió por un cáncer cuando apenas tenía 33 años. Es un mito.

Los tiempos más prósperos del peronismo -instaurado en el poder desde mediados de la década anterior- comenzaban a declinar hacia mediados de 1952. Para aquella época, también había declinado, víctima de un cáncer, la salud de uno de sus “motores”, María Eva Duarte de Perón. La mujer que a partir de una intensa obra social y de acercamiento a los sectores populares le había marcado una impronta al movimiento liderado por su esposo. La que había llegado -adolescente- a Buenos Aires, desde Junín, para concretar sus sueños como actriz. La que conoció a Perón en los actos solidariorios por San Juan (1944). Y la que fue uno de las fuerzas vitales en hitos de ese movimiento político: el 17 de octubre del 45, el gobierno, al que le aportó -sin cargos formales- una lucha sin pausas.

En 1951 se había producido una asonada militar, encabezada por Menéndez, pero fracasó. Y el peronismo conservaba su popularidad: la fórmula de Juan Domingo Perón y Hortensio Quijano logró la reelección en noviembre del 51 con más del 62% de los votos.

Se divisaban algunas sombras en la situación económica y política -que tres años más tarde llevarían al derrocamiento de Perón- y también se profundizaban los enfrentamientos con la oposición. Eran tiempos “radicalizados”, o lo que hoy se conocería como “la grieta”. Evita fue muy dura en sus últimos y recordados discursos.

Sus últimas semanas resultaron penosas, la enfermedad se agravaba. El sufrimiento, cada vez más intenso. El cáncer de útero se había diagnosticado en 1950, a partir de allí Evita sufrió continuos quebrantos de salud, anemia, debilidad. Un año después, los especialistas lo consideraban “irreversible”.

Y todo se precipitó en aquellos días de julio de 1952. El 26 se difundía la comunicación oficial: “En la tarde de hoy, el estado de salud de la señora Eva Perón ha declinado sensiblemente. Así lo informaron a las 16.30 los médicos que asisten a la ilustre enferma”. A las 18, un nuevo parte calificaba como “grave” el estado de Evita. El país, a través de las radios, estaba pendiente. El tercer parte se difundió poco antes de las 19: “Los médicos que asisten a la señora Eva Perón informaron a las 18.45 que el estado de la ilustre enferma es muy grave, habiendo perdido el conocimiento”. A las 20, cadena nacional.

Y pasadas las 21, la voz del locutor, velada por la emoción, leyó: “Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”. Tenía apenas 33 años y había marcado una huella, se había convertido en un mito, en “La Abanderada de los Humildes”. Y ese mito vive hasta nuestros días.

Había generado la adhesión por su trabajo hacia los más desfavorecidos. Y también, la oposición por sus gestos, sus ataques y “fanatismo”. Los restos fueron trasladados, horas después al Ministerio de Trabajo y Previsión donde desfilarían dos millones de personas. Aquella pena se prolongaría mucho más: a la caída del peronismo en 1955, su ataúd fue secuestrado por los militares, el cadáver profanado y finalmente enviado a Italia. Permaneció 14 años bajo un nombre falso en el cementerio Maggiore, en Milán, hasta que en 1971 se le devolvió a su eposo, todavía exiliado en Madrid. Desde 1976, los restos de María Eva Duarte de Perón descansan en una tumba familiar, en la Recoleta. (La Razón)