Mercedes Funes, la hija del histórico dirigente peronista Carlos «Chango» Funes

Cuando tenía apenas 11 años, hizo su debut actoral en un programa de televisión; pero la vida de Mercedes Funes, y mucho menos su niñez, no fue la típica de un chico que se crió en el medio. Su carrera se fue haciendo de a poco y hoy disfruta de un excelente presente laboral, interpretando a la tercera en discordia en la tira de Telefé «Cuando me sonreís», junto con Facundo Arana y Julieta Díaz, y con dos obras en cartel: «Te voy a matar, mamá» (por la que está nominada a los premios ACE) y «Ay matria mía», dirigida por Arturo Bonín.

La infancia de Mercedes, la menor de cuatro hermanos, nada tuvo que ver con cámaras, técnicos, guiones ni horas de grabación. Nació en Rosario, donde vivió hasta los diez años haciendo vida de barrio. «Yo me crié con la puerta de mi casa abierta, pero también con la puerta de los vecinos abierta. Era chiquita y me cruzaba a lo de dos o tres vecinos, que siempre me esperaban con la leche a la tarde. Me acostumbré a que en Navidad fuéramos a brindar con la cuadra entera, y también la cuadra entera se movía por todos si pasaba algo. La cuadra de la calle Matheu fue para mí lo más parecido a la sensación de hogar y de vecindad», recuerda.

Rosario siempre cerca. Pero también fueron años en los que extrañó mucho a su papá que, por trabajo, vivía en Buenos Aires durante la semana y sábado y domingo visitaba a su familia. Su padre era el político Carlos «Chango» Funes, quien tuvo un rol importante en el retorno de Perón a la Argentina, fue el responsable del lema «Síganme» de Menem y hombre muy cercano a Carlos Reutemann en los noventa. Así que Mercedes creció en un hogar donde la política era tema de sobremesa. Su madre, Nelly, se ocupó de inculcarle a sus hijos conciencia social. La llevaba a conocer los cotolengos y cuando vivían frente a Canal 13, en Buenos Aires, hacía una olla gigante y la obligaba a acompañarla a darle de comer a la gente de la autopista. «Yo iba refunfuñando y no quería saber nada. Y se lo agradezco, porque por más que yo no quería estar ahí, veía lo que pasaba y algo de eso me parecía muy piola. Porque no era para alimentar su ego. La necesidad de mi mamá era hacernos entender que el mundo no tiene que ser como te dicen, bonito y perfecto, el mundo es mucho más grande y más bello que eso. A mí me enseñaron qué es lo que se debe hacer, no que sos bueno por hacer eso», asegura.

-¿Cómo fue crecer con su papá político?

-Para mí fue lo más normal del mundo. En mi casa siempre se hablaba de política, íbamos a cenas donde se juntaba la gente del partido, había grandes tablones largos con asado. Para mí el mundo de mi papá era de mucha gente. Lo que siempre fue un poquito doloroso fue que mi papá tenía que viajar mucho. Siempre andaba con su valijita a cuestas y me acuerdo que lo veía irse caminando hasta la parada de colectivo y se me estrujaba el corazón, sentía pena por él, porque se tenía que ir. Ahora entiendo que estaba haciendo lo que le gustaba, era un apasionado de lo que hacía.

-¿Le dolía cuando la gente hablaba mal de los políticos?

-Tuve que entender que cuando se hablaba de política en cualquier ámbito decían que eran todos unos hijos de puta, todos unos corruptos y a mí me dolía porque sabía que mi papá no era así. Se entiende por qué la palabra político está absolutamente bastardeada pero no es el caso de todos. Él usó la política para lo que la tenía que usar, para ayudar al otro, para tratar de entender al otro, para ser el puente entre los que tomaban decisiones y los que les pasaban las cosas. Hay muchos hilos invisibles en la política, de los malos y de los buenos, mi papá fue uno de los buenos. Lo sé porque lo viví, porque murió en un departamento alquilado de dos ambientes, en Congreso, para estar cerca e ir a sesionar. Lo alquilamos a medias entre él y yo, porque estaba enfermo de cáncer y ya no podía estar solo, pero quería ir a dar su voto.

-¿Qué legado le dejó su padre?

-Que nadie se hace millonario a través de la política, se hace millonario a través de los negocios. Algunos pueden ser legítimos, la gran mayoría seguramente no lo son. Un ejemplo claro de eso es mi papá, lo digo porque estoy orgullosa, en un ámbito tan tóxico tratar de mantenerte sano. Creo que eso es lo que impulsa mi discurso positivo de las cosas, para mí siempre hay algo bueno.

-¿Al país le ve también un futuro positivo?

-Hay muchas cosas que veo que me parece que están muy bien hechas, y hay otras que no. También entiendo que una persona sola, por más rol importante que tenga, no puede resolver años y años y años de cadenas de corrupción, de gente que está agarrada cual garrapata de lo que sea para chuparle la sangre al país. Éste es un país al que le han chupado tanto la sangre, que vos no podés de un día para el otro, sin pagar costos enormes o hacérselos pagar a la gente, erradicar todo. Creo que hay que tener mucha cintura, y ser muy inteligente, casi maquiavélico, en un sentido bueno, para saber cómo correr toda esta mugre.

-¿Qué opina de la gestión de Cristina Kirchner?

-Lo que me gusta de ella es que me parece muy astuta. No da puntada sin hilo y está bien que así sea, porque para estar a la cabeza de este país tenés que ser muy inteligente. Además, siendo mujer tenés esa astucia que sólo las mujeres tenemos. Hablamos mucho pero sabemos cuándo callar y cuándo actuar. Y también sabemos cuándo ser casi invisibles, mientras tanto estamos por detrás armando la cosa. No entramos haciendo ruido y pateando puertas.

-Justamente ahora está transitando personajes muy femeninos en sus obras.

-Son todos muy femeninos, desde distintos lugares, pero sí todas transitando dolores muy femeninos. La diferencia entre las dos mujeres que me toca hacer en el teatro es que una se siente quebrada, no puede resolver lo que le pasa ante las miles de preguntas sin respuesta; la otra tiene esa naturaleza curiosa, femenina, avasallante, está todo el tiempo buscando respuestas y va a tratar de conseguir lo que quiere.

-¿De cuál se siente más cerca?

-De la que tiene un discurso positivo, de la que se hace preguntas y no para hasta que no encuentra respuestas, y si no las encuentra, las fabrica. Es una especie de torbellino que envuelve, y yo soy así, sobre todo en el último tiempo. Soy una mujer que habla mucho y que necesito expresar y preguntar todo. Soy típicamente femenina. El personaje de la obra «Ay matria mía», que se hace preguntas sobre cómo eran las mujeres antes y cómo son ahora, se parece mucho a mí.

-¿Haciendo la obra «Te voy a matar, mamá», le da miedo cómo hacer para criar a un hijo sin generarle conflictos?

-No. No tengo la bola de cristal y nadie tiene un manual de cómo criar a nadie. Pero trato de pensar en cómo me criaron a mí y cuando te crían con amor, respeto y cuidado, las cosas están bien. Tengo una familia que me dio mucho amor, mucha aceptación. Nunca ni mi mamá ni mi papá me señalaron con el dedo ni me dijeron cómo tenía que ser, me dejaron ser. A mí eso me resultó bien. No tengo cierta mochila en relación a la mirada castradora, como que a muchos les pesa demasiado, incluso, cumplís mandatos. Yo no tengo mandatos fuertes. Eso es lo importante a la hora de tener un hijo, no ponerle un rótulo, sino amarlo por quién es y dejarlo ser.

-En la tele está haciendo «Cuando me sonreís», ¿le gusta el público familiar?

-Es una comedia blanca para que puedan compartir al sentarse a comer. La gente que no quiere encontrarse con situaciones groseras o que chocan, es una opción. Todos dicen, volvieron las comedias familiares de Yankelevich.

-Ya hace tiempo que trabaja en RGB y le tocó compartir tiras con Romina Yan, ¿qué recuerdos tiene de ella?

-Los más bellos. La conocí cuando hicimos «Bella y bestia», yo tenía un personaje que se lucía por su humor y por tener todas sus curvas apretadas. Aparecía y era inevitable que se cargue la escena y cuando tenés una protagonista, lo hacés con mucho cuidado para que ella no sienta opacada. Yo me encontré con una Romina que me decía este chiste hacélo vos. La más generosa del mundo, muy segura de quién era. No nos olvidemos que a los ojos de muchos podría haber sido una princesa, porque era la hija del rey y la reina de la televisión, y Romina jamás se calzó en ningún lugar ni se hizo cargo de la mirada del otro con respecto a ella. Todo lo suyo lo tenía bien ganado por la clase de persona que era, por la clase de artista que era, por lo bella que era. Para mí fue una de las compañeras más lindas que tuve, una persona inolvidable. (ElArgentino)