Manuel Belgrano, preso de dos interpretaciones históricas

El pasado suele ser utilizado constantemente para justificar acciones del presente. Es preciso a veces para los gobernantes de turno brindar un sustento histórico a su desempeño. Esto ha ocurrido en la totalidad de los gobiernos argentinos desde nuestra existencia como nación, incluyendo desde  regímenes constitucionales a regímenes de hecho. Más a la izquierda, más a la derecha, todos han sabido construir una visión histórica favorable a sus intereses. Porque la historia es en última instancia eso, una construcción; una concatenación de hechos extraídos adrede de las páginas del tiempo, hilvanados por la subjetividad.

El 20 de junio, en el acto conmemorativo del día de la bandera en la ciudad de Rosario, se pusieron en juego dos visiones sobre el personaje histórico destinatario de estos festejos, Manuel Belgrano. Dos interpretaciones de la obra de este héroe patrio y de su concepción del país, dos interpretaciones sobre su pensamiento socio-económico, dos interpretaciones sobre su modelo de organización institucional.

El Intendente de la ciudad, Miguel Lifschitz, y su compañero partidario, el gobernador de la provincia de Santa Fe, Hermes Binner, formaron filas en lo que podríamos denominar la tradición liberal, la línea mitrista inaugurada por quién le dio su nombre, Bartolomé Mitre, a fines del siglo XIX; considerado unos de los primeros historiadores profesionales de nuestro país.  La presidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner, por su parte, inscribió su discurso en la historiografía autotitulada revisionista.

El Jefe del Municipio y el mandatario provincial, respectivamente, si bien reivindicaron a los caudillos federales, con el brigadier Estanislao López a la cabeza, algo particular del revisionismo, hicieron énfasis en la figura de Belgrano como artífice de la organización nacional, desde una mirada institucional.  Con sus característicos tonos monocordes, moderados y no belicosos, luego de alabar su iniciativa en pos de la educación de las masas, destacaron sus ideas liberales en cuanto al comercio y la producción como puntales de la inserción de la Argentina en el mundo, soslayando su faz jacobina de cambio social; no sin antes remarcar su proyecto de impuesto a las ganancias, terminología anacrónica no propia de la época, en clara alusión a la deuda pendiente del kirchnerismo en materia de gravámenes progresivos.

La presidenta, por su parte, valiéndose de sus virtudes para la improvisación, con efusividad y haciendo gala de un lenguaje nacionalista con reminiscencias setentistas, a veces maniqueo, se pronunció en favor de rescatar al Belgrano revolucionario, precursor del progresismo en la región.

Realizando una lectura antropológica de su extensa alocución, podemos decir que se posicionó frente a un otro abstracto para construir su propia identidad. En este caso, ese otro fue el socialismo argentino, que desde sus inicios prescindió de la estrategia revolucionaria en su interpretación del marxismo; con Juan B. Justo como pensador principal, introductor de la obra de Karl Marx en Latinoamérica. Poniendo énfasis en la persona de Belgrano como hombre de acción, más que de ideas, cargó furibundamente contra la historia oficial; esa historia que por décadas se enseñó y aún se sigue enseñando, con menos ahínco, en los distintos niveles de escolaridad de nuestro sistema educativo, incluida la formación académica.

Desacartonando al héroe de bronce estático en su postura ante la realidad, vacío de sentimientos y preocupaciones humanas, cual artesano a su creación, le dio nueva vida, convirtiéndolo en carne, transfigurándolo en hombre. Interpretando a la historia como oposición de intereses, como conflicto constante, como eterna contradicción en su devenir dialectico, desempolvó al Belgrano radical, al combatiente comprometido con las transformaciones sociales, que bregaba por la libertad y la igualdad; entendidas no como un mero formalismo legal, sino como un producto de la praxis revolucionaria.  Estableciendo un parangón entre su desempeño gubernamental y el accionar del creador de la enseña patria; atacando y victimizándose en el mismo proceso, hizo referencia a la obra del héroe como generadora de odio y disgustos en las clases acomodadas de la sociedad. Así, poniendo como ejemplo el éxodo jujeño, en el cual cientos de pobladores menesterosos quemaron sus pertenecías para que nada le quedara al enemigo realista, mencionó que a los ricos que se opusieron a esa estrategia llevada adelante por Belgrano, se los pasó por las armas sin ningún tipo de miramientos.

En este anhelo comparativo, el gobierno nacional sería el heredero de las consignas revolucionarias enarboladas por Belgrano, teniendo la obligación de cumplirlas a como diera lugar, en aras de la reivindicación de los intereses del pueblo y de su concreción en la realidad.

Sin tomar partido por ninguno de los discursos pronunciados por las autoridades mencionadas, en añadidura; podemos concluir que el 20 de junio Rosario fue testigo de dos interpretaciones diferentes de la historia, de dos interpretaciones sobre uno de los personajes de mayor reconocimiento, como lo es el General Manuel Belgrano. Dos interpretaciones antagónicas, que en su afán de disputa fechan su origen en la década del treinta del siglo precedente, momento en el cual la corriente revisionista empieza a cuestionar a la historia de raíz liberal como pilar de comprensión de nuestro pasado. Dos interpretaciones que aggiornadas al siglo XXI, aún siguen generando polémica, en el esfuerzo siempre positivo de pensarnos como nación.

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Antonio Abbatemarco

Director de Cuna de la Noticia