El porvenir sin Assad

Analistas de la política internacional, en función de los acontecimientos bélicos que se suceden diariamente, han comenzado a preguntarse cuál será el futuro de Oriente Medio, tras la caída del presidente Bachar el Assad, provocada por la guerra civil en  Siria.

Las callejuelas de la capital Damasco y las fronteras con Turquía e Irak, infectadas de rebeldes, sumado al flujo de armamento más preciso en manos de los insurgentes, hacen prever que se está ingresando en el período final del conflicto bélico.

Nos dicen que no son pocos los sirios que piensan que la derrota de Assad producirá como resultante inmediata una crítica situación social, económica y política más caótica y que los ajustes de cuentas con los seguidores del actual presidente  devendrá en conflictos entre clanes y comunidades religiosas.

Se insiste -entre las ráfagas de metralletas de los rebeldes y los feroces bombardeos  oficialistas-, que los musulmanes suníes  tomarán el poder y que la región quedará en manos de  Turquía, Irán y Arabia Saudita.

Las consecuencias también alcanzarán a  los conflictos regionales que afectan a Palestina, El Líbano e Irán.

El enfrentamiento sirio con Israel está justificando la ayuda armamentística de Hezbolá –aliado de Irán-, aunque vale apuntar que para Israel, hasta el presente, fue siempre predecible dicho accionar.

En este maremágnum el conflicto árabe-israelí soportará una potente carga religiosa  y ello está imposibilitando, en gran medida, un acuerdo.

La otra cara de la moneda muestra a Hezbolá creciendo políticamente, en desmedro de la influencia irania, que estaría perdiendo el único aliado en el mundo árabe.

Ya no caben dudas de que Irán, según  la opinión de Joschka Fisher, ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, “se enfrenta a Turquía y Arabia Saudita, así como a su protector: Estados Unidos, con lo que se verá perjudicada por una derrota estratégica”.

Esto último implica la posición conflictiva que mantiene el gobierno iraní en la cuestión nuclear y la presunción de sus líderes de que en un plazo perentorio el despertar árabe golpeará a su puerta.

Los rebeldes entienden que la alianza de Siria con Rusia no es suficiente  para que el régimen asegure su porvenir y el presidente ruso Vladimir Putin  ya sabe que si cae Assad se complica su objetivo de restablecer su influencia global.

Moscú observa el conflicto con preocupación mientras se encarga de tejer la que se denominaría Unión Eurasiana, en la que confluirían intereses Bielorrusia y Kazakhastán, estando pendiente aún la decisión de plegarse Armenia, preocupada por una posible guerra regional  que implicaría a fuerzas militares de Turquía, Kirgistán, Tajikistán y Moldavia.

En definitiva, el panorama es sumamente complejo y el petróleo sería el eje económico integrador que Putín no quiere dejar escapar, aunque para lograr su objetivo deba aportar armamento con el que los sirios que responden a Assad siembre el país de cadáveres de hombres, mujeres y niños civiles.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com