67 años de Peronismo: La posibilidad histórica del Kirchnerismo

Julio de 2008. La discusión por la resolución 125 de retenciones móviles que había atravesado al país durante cuatro meses (había iniciado en marzo) llegaba a su fin. A la sorpresa por el «voto no positivo» del vicepresidente Julio Cobos se sumaba la euforia de la Mesa de Enlace concentrada fuera del Congreso Nacional, con banderas, cacerolas y pancartas alusivas a la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.

La Mesa de Enlace se había consolidado durante los cuatro meses que antecedieron el voto del ex-vicepresidente mendocino. En sus filas anidaban sectores de la pequeña y mediana producción agropecuaria, representados por Eduardo Buzzi (Presidente de Federación Agraria Argentina), Mario Llambías (Presidente de Confederaciones Rurales Argentinas), Carlos Garetto (Presidente de Coninagro), y la pata más importante de esta mesa: Hugo Biolcatti, Presidente de la Sociedad Rural Argentina. Pero la unidad de los distintos espacios políticos representantes del campo argentino no era casual; aparecía como reacción conservadora a la política de actualización de los porcentajes de retenciones móviles para las oleaginosas que quería implementar el entrante Gobierno Nacional.

Detrás de la Mesa de Enlace se encolumnaban además la derecha continental orgánica en sus distintas expresiones partidarias, que iba desde el radicalismo, pasando por el Peronismo Federal, atravesando el Pro, la Fundación Libertad y expresiones marginales conservadoras, como así también los multimedios de comunicación privada, usinas monopólicas concentradas en nuestro país, que identificó como cara visible al Grupo Clarín, comandado por su CEO Héctor Magneto.

Claudio Scaletta escribió en el suplemento Cash del diario Página 12 el siguiente análisis de la situación internacional y local durante la 125: «El campo no había menguado ni su expansión ni sus superganancias, los precios de las commodities estaban en plena burbuja. Sólo los economistas y los más informados sabían que algo olía mal en Wall Street. Pero la crisis no había llegado. La ecuación se mantenía simple: China e India llevaban años creciendo a tasas explosivas. Nadie hablaba de los Piigs sino de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Los términos del intercambio eran superfavorables para los países exportadores de alimentos. Este fue el “viento de cola” que empujó a América latina, no sólo a Argentina, que, sin embargo, supo trimar mejor las velas con una política económica que maximizó las corrientes favorables. El resultado fue crecimiento con desendeudamiento y acumulación de reservas internacionales.»

De igual manera, continúa Scaletta su relato sobre el humor social en aquél entonces: «Pero en 2008 todo sucedió muy rápido. Desde lo estrictamente económico nadie supo muy bien qué pasó. De pronto y sin mediaciones, el humor social había cambiado radicalmente. Los ciudadanos de a pie no salían de su asombro. “Pero si todo iba bien, ¿qué pasó”, se preguntaban. Desde la city, con excitación recuperada, hasta llegó a agitarse un nuevo corralito.»

Si hablamos de humor social no podemos dejar de mencionar la participación del Grupo Clarín y su rol opositor, convirtiéndose en una pieza clave de punto neurálgico para una derecha política que no encontraba conductor en su titánica tarea de enfrentar al kirchnerismo. A su vez, el Gobierno Nacional comenzaba a mostrar sus mejores espadas para disputar poder ante los «dueños patrimoniales» de la Patria Chica sarmientina y la consiguiente construcción de una hegemonía histórico-social-cultural, sostenida desde la centralidad del Estado, legislación de nuevas conquistas sociales con ampliación de derechos y la movilización popular creciente, llegando a puntos máximos como el festejo por el Bicentenario.

El kirchnerismo había sido derrotado en el Congreso tras el voto no positivo cobista, sin embargo, encontraba en el repliegue de sus propias fuerzas históricas el despegue de su propio motor de conflicto: luchar por la democratización de los espacios económicamente concentrados. De allí la demonización constante del Grupo Clarín a Guillermo Moreno, a la Anses, a la asignación universal por hijo, a Mercedes Marcó del Pont, a Amado Boudou, y a todo aquél que interponga los intereses de la mayoría democrática por sobre los negocios especuladores de los socios locales de los capitales transnacionales dirigidos por Estados Unidos.

Luego de la 125, el kirchnerismo no se quedó de brazos cruzados y fue por más. Redobló la apuesta e integró al Partido Justicialista, mítico espacio del peronismo histórico, a su línea de acción y pensamiento. Néstor Kirchner era la cara política de un prometido rejuvenecimiento justicialista que hasta el día de hoy sigue esperando convertirse en realidad. Sin embargo, los márgenes del kirchnerismo se ampliaban constantemente luego de la disputa por las retenciones móviles, conflicto que demostró una vez más la división de intereses de clases en nuestra Nación: la de la oligarquía-clases dominantes-plutocracia contra el pueblo-clases subalternas-mayoría democrática. El kirchnerismo se transformaba así en una posibilidad histórica para enfrentar a los sectores más concentrados de nuestra República, y era, desde el 2003, la garantía de soberanía nacional y consolidación de un proyecto político-social que contemplaba los derechos humanos como ningún gobierno lo había realizado anteriormente.

Octubre de 2009. Nuevamente el Congreso Nacional siendo el centro de la atención: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual era aprobada en general por amplia mayoría (44 votos a favor y 24 en contra). La sanción de la nueva ley de medios de la democracia dejaba atrás una dispar distribución de los espacios audiovisuales y radiales concebida durante la última dictadura con la firma del decreto 22.285 y aseguraba la participación de nuevos actores sociales, políticos y culturales a través de tres tipos de organización: privados, públicos y sin fines de lucro. El núcleo anti-monopólico de la LSCA era el punto más fuerte del debate que antecedió su tratamiento tras cientos de audiencias públicas que recorrieron todo el país y que contó con la participación de cooperativas, sindicatos de la comunicación, partidos políticos, movimientos sociales, pueblos originarios, universidades, etc, etc. Los únicos ausentes (por propia decisión) al debate democrático fueron los multimedios de comunicación, quienes destinaron miles de horas a despotricar contra la Ley de Medios impulsada por la Coalición por una Radiodifusión Democrática y llevada al recinto legislativo por el kirchnerismo.

El debate político sobre los multimedios de comunicación en nuestro país llegó de la mano del anteproyecto de ley de la LSCA. Hasta la victoria electoral de Cristina Fernández de Kirchner, el espectro audiovisual y radial se mantenía en la misma línea monopólica, anti-democrática y desigual. Tal era el grado de impunidad del que gozaban estas usinas de poder concentrado y receptáculos de la ideología cultural dominante que habíamos naturalizado en nuestra conciencia la idea de «verdad absoluta» y «santa objetividad» que observábamos día a día. Estos multimedios no solo nos decían que debíamos leer, que debíamos comprar, como debíamos vestirnos, sino que también nos imponía candidatos políticos y proyectos de país ajenos a nuestra propia historia y a nuestra realidad nacional.

Las empresas multimediáticas mostraban, durante el debate que atravesó -y hasta el día de hoy sigue siendo así- una defensa férrea de sus intereses corporativos, pero también de sus intereses de clase. Hay que tener muy en cuenta que en nuestro país los poderes económicos concentrados han tenido el control de la economía nacional durante décadas, amparados en dictaduras sanguinarias y gobiernos anti-nacionales, propugnando el libre comercio, privatización compulsiva del espacio público y libertad de mercado para desregular el Estado. Han hecho sus grandes negocios de esta manera y han consolidado su poderío en la Argentina.

El Gobierno Nacional, contando con una creciente movilización popular que ganaba las calles, los espacios de discusión, los barrios y las ciudades a lo largo y ancho de nuestra patria, con distintos sectores sociales y partidos políticos que encontraban en la figura de Cristina Fernández de Kirchner la gran oportunidad histórica de empezar a pensar un nuevo país, donde la libertad deje de ser una entelequia retórica para transformarse en un bastión de lucha concreto, decide enfrentarse a los monopolios de la comunicación, como lo había hecho un año antes frente a los capitalistas agrarios nucleados en la Mesa de Enlace. El kirchnerismo había sumado nuevas fuerzas y había visibilizado la verdadera disputa histórica de nuestra tierra: la lucha de clases en nuestro suelo, en nuestra América Latina, es contra los intereses de los poderes fácticos que operan a través de sus grupos de presión económica (periodistas mercenarios, políticos lobbistas y jueces constitucionales-cautelares).

Octubre de 2010. La bala criminal que asesinó al militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra rozó el corazón de Néstor Kirchner, hiriéndolo de muerte en el acto. Ese proyectil, que esconde en su interior la cobardía de la patota de Pedraza (barrabravas al servicio del sindicalismo burócrata), acabó con dos vidas que representaban el nuevo momento político y el cambio de época en nuestro país: por un lado, apuntando contra la militancia juvenil organizada unida al reclamo por mejores condiciones laborales, exigiendo el reintegro de obreros a sus puestos de trabajo y luchando por el fin de las tercerizaciones, novedosos artilugios que exponen el grado de precarización laboral que aún seguimos padeciendo.

Por el otro, sumiendo en un profundo dolor irremediable al ex Presidente Néstor Kirchner, quién había sido contundente ante los asesinos de Mariano: se investigaría y condenaría a todos los culpables, tanto los intelectuales como los ejecutores. Kirchner sintetiza el estratega político que dedicó gran parte de su Gobierno a construir la representación de fuerzas que se visualizó en la incipiente «Transversalidad», y que hoy por hoy tiene una consolidación en el frente «Unidos y Organizados» que encabeza la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

En ese octubre lluvioso, se extendían cuadras y cuadras de cola de gente despidiendo al hombre que devolvió la discusión ideológica a los cuarenta millones de argentinos. Desde el sur, llegó ese Presidente con cara de pingüino que había asumido con apenas un 22 por ciento de los votos y se prestaba a realizar alianzas y construir hegemonía política en un país devastado material y espiritualmente. Sí Néstor tuvo alguna llave para abrir el cofre de las posibilidades del pueblo, fue sin lugar a dudas el desarrollo de la participación política en distintos ámbitos sociales, culturales, educativos, y el más importante: el económico.

Durante el gobierno de Néstor Kirchner se canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional, con todo lo que significó ese ente financiero durante la década del 90: desguace del Estado, leyes de flexibilización laboral, destrucción de la industria, pérdida de la soberanía nacional, balcanización económica y geopolítica de América Latina, etc, etc. Además, se puso fin al maniqueísta «sueño americano» que intentaba reeditar la política «Monroe» de persecución, saqueo y despojo para nuestros pueblos: el ALCA que, con tratados de libre comercio, buscaba doblegar el rumbo que se iniciaba en Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil y Paraguay. En una jornada histórica, los preceptos neoliberales del imperialismo yanqui quedaron sepultados. Sin embargo, intentan volver cada tanto en forma de fondos buitres transnacionales y bases militares en nuestra región.

Al conocerse la noticia del fallecimiento de Néstor Kirchner, una larga fila de políticos opositores salieron a los empujones a capitalizar el discurso de la cordialidad, buenas intenciones y caras de lamentos ante las cámaras, micrófonos y radios del multimedios Clarín (solo por citar al más importante actor opositor que ha tenido el gobierno nacional). Cientos de horas televisivas atestiguaron que tanto Francisco De Narváez, Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Felipe Solá, Elisa Carrió, Fernando «Pino» Solánas, Ricardo Alfonsín y Hermes Binner salieron rápidamente a enviar las condolencias del caso a la Presidenta, como así también al pueblo, llamando al respeto y a la tolerancia. De todas maneras, con la misma velocidad que esgrimieron todas sus «últimas palabras» al líder kirchnerista-peronista más importante de nuestro tiempo, mostraron también sus ansias de pertenecer a ese grupo fantástico de los que aspiran a sacar rédito político de cara a las elecciones nacionales del siguiente año, como así también especular con el humor social, haciendo uso del pedido -para nada santo- de «diálogo» y «consenso» a la Presidenta Cristina Fernández.

A partir del fallecimiento de Néstor Kirchner, puede observarse que la Presidenta fue por más, no se achicó ante la oposición, no se replegó en las viejas estructuras políticas que pedían «alianzas para asegurar la gobernabilidad» en un momento que se pretendía -desde los grandes medios de comunicación y desde el espacio político opositor- convertir en un caótico fin de año que deslegitimara la conducción de Cristina y por ende, intentar alguna salida electoral anticipada. Esto no fue así por el compromiso de la Presidenta con las mayorías democráticas que un año después (en la elección de octubre y en el festejo popular de diciembre de 2011) encontrarían en su figura la representación política para volver a confiar en el rumbo político iniciado en 2003.

Ese rumbo estratégico que encabeza Cristina Fernández de Kirchner no es más ni menos que la interpretación teórica y práctica de lo que podemos denominar «momento político», es decir, lo meramente político aparece cuando no hay consenso posible, cuando ya no puede haber equilibrio en la sociedad desigual en la que vivimos. En ese entonces, surge el conflicto como motor de nuevas luchas por la democratización de los espacios monopólicos de la comunicación, ante los grandes terratenientes del capitalismo agrario, frente al viejo sindicalismo burocrático y mafiosos de herencia lopezreguista, como así también ante los poderes concentrados y entreguistas de la economía nacional.

El kirchnerismo interpreta ese juego y participa activamente como actor primordial en la puja por distribuir los espacios de participación colectiva. De esta manera, la profundización del modelo de país y la posibilidad histórica de convertirnos en una Nación con desarrollo industrial y objetivos nacionales igualmente importantes se transforma en una posibilidad histórica que se encuentra depositada en estos 67 años de peronismo que han ido moldeando a nuestra sociedad, como así también construyendo un camino de conquistas sociales, resistencias y nuevas luchas políticas que surgen en el corazón del pueblo argentino. El peronismo ha sido la matriz de este nuevo tiempo político, pero no ha sido el único factor determinante en la constitución de un espacio novedoso que interpela constantemente la relación de alianzas de profundización, por un lado, y en tiempos electorales, por el otro.

Los caminos del peronismo de estos tiempos se han cruzado con las variantes de izquierda nacional, comunistas, socialistas, radicales y forjistas, consiguiendo una nueva síntesis argentina para pensar y articular el frente «Unidos y Organizados», herramienta política que deberá crecer, madurar y consolidarse como continuadora de este proyecto nacional y popular que inició hace más de doscientos años.

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Nicolás Ferrera

Periodista