El rompecabezas de la muerte en Rosario (Parte III)

LA SANTA HERMANDAD Y EL PEREGRINAR DE LA VIRGEN

En su “Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe”, Manuel Cervera describe que desde antes de 1695, “la imagen de Nuestra Señora del Rosario, de quien toma el nombre la ciudad, se encontraba en la Capilla”.

El indio, en esos años, hacía del villorrio una víctima constante de sus feroces ataques y por esa razón la virgencita, al hombro de los hombres, acompañados por sus mujeres, -devotas incondicionales- peregrinaba de casa en casa en la búsqueda de un sitio seguro.

Finalmente algunos españoles y pobladores locales la trasladaron a un sitio aledaño al río Paraná, donde se erigió una pequeña capilla, alrededor de la cual se formó la actual ciudad de Rosario.

El 7 de mayo de 1731, el presbítero Ambrosio de Alzugaray[1] se hizo cargo de la capilla y abre los libros para registrar bautismos, matrimonios y defunciones, administrando en esa oportunidad los primeros cuatro bautismos que tuvieron como entorno los ornamentos de la desocupada reducción del Salado Grande, que se encontraba ubicada , por entonces, al norte de la ciudad de Santa Fe y que circunstancialmente habían sido depositados en la iglesia matriz, encontrándose entre dichos elementos, una imagen de la Virgen del Rosario.[2]

La imagen estaba vestida de raso verde labrado a flores, con jubón y pollera. Llevaba un manto carmesí gruñido de plata. La corona era del mismo material y el niño Jesús que tiene en sus brazos también posee una corona de plata. La talla es de madera “palo de yerba” y esta ejecutada por las manos del indio, bajo las enseñanzas de evangelizadores.[3]

Ambrosio de Alzugaray tuvo a su cargo los inicios de la primera “Escuela de Arte”.

Sobre un terreno donado a la iglesia por Santiago Montenegro se construyó una nueva capilla y el padre Francisco Antonio de Cossio y Therán , de origen español, segundo cura párroco encargó otra imagen de la Virgen – la segunda- que se encuentra actualmente en el camarín de la Catedral desde su llegada en 1773, tras ser recibida por el tercer párroco Miguel Escudero. Documentación histórica apunta que “avanzada la segunda mitad del siglo XVIII y en vista de insistentes reclamos de los calchaquíes, el párroco Escudero o su sucesor, haya resuelto el entorno de la imagen a quienes se consideraban legítimos propietarios.[4]

De esta manera se accedió a lo dispuesto por el dictamen del gobernador Echagüe, quien de esta manera tuvo en cuenta los requerimientos del sacerdote franciscano Lucas de Leguizamón. Luego que se disolvieron las reducciones indígenas, un grupo de ello trueca la imagen por onzas de oro en la localidad de Coronda de los Leiva, quienes luego de comprobar la autenticidad de la escultura guardaron la imagen y la conservaron, entregándola a los continuadores de la familia Leiva en Rosario.

Pela Picabea de Vitri, descendiente de los Leiva y última poseedora de la primera imagen de la Virgen, la entregó en custodia, en 1983, al Instituto Cristo Rey, de Roldán, donde, tengo entendido, aún se encuentra.

El crecimiento rápido de la urbe se debió a que se convirtió en un paso obligado para un descanso reparador de quienes viajaban entre Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

Asaltos, robos, ataques esporádicos de la indiada y el contrabando creciente, cometidos por falta de vigilancia, obligaron al Cabildo de Santa Fe, el 1º de enero de 1725, a nombrar un alcalde de la Hermandad, con funciones policiales y judiciales, equivalentes a los actuales jefes de unidades regionales.

Ese fue el inicio del cuerpo policial santafesino, a cargo del sargento mayor Francisco de Frías, episodio documentado en el Archivo General de la Provincia, folio 216 al 218, tomo IX de las actas del Cabildo de Santa Fe, 1723-1727.

Frías podía desempeñar tareas policiales y administrativas, a la vez que estaba autorizado para otorgar escrituras ante testigos. También le estaba permitido vender bienes embargados, poner en posesión a nuevos titulares en las tierras, recibir testamentos y efectuar mensuras, así como amojonamientos.

También levantaba padrones e inspecciones y en el campo del control de delitos el funcionario que nos ocupa estaba autorizado para reprimir el abigeato.

Frías, para cumplimentar su cometido designó a los “cuadrilleros”, nombre que se mantuvo como denominación del cuerpo hasta 1826, año en que se modifica el cargo que sustentaba Frías con el de Alcalde de Policía.

A Frías se lo designó en cinco oportunidades como alcalde y en ningún caso se lo acusó de delito alguno. Es más, fue asistido con todos los sacramentos de limosna por morir en estado de indigencia.

A pesar de lo expuesto, debemos dejar claro que los albores y el desarrollo de las instituciones de seguridad en la provincia de Santa Fe no son fáciles de precisar en el contexto histórico, ya que un importante número de documentos sobre la cuestión, se ha perdido como resultante de luchas internas y por el enemigo externo, existente en las fronteras de nuestro país.

Los historiadores, una y mil veces expusieron -y continúan haciéndolo en sus trabajos-, sobre la falta de información apropiada sobre el particular.

Paralelamente, otros estudiosos de los procesos históricos recalcan -en torno a la cuestión que nos incumbe- la responsabilidad que le cupo al triste episodio generado por la soldadesca del general Juan Galo Lavalle (1797-1841), quien al invadir Rosario, permitió que se quemaran en hogueras públicas, durante cuatro días, -a partir del 26 de marzo de 1829-, documentos de archivos oficiales y testimonios de valía.

La persecución criminal en la época colonial

Ya en el período colonial, Francisco de Frías, dirigiendo la Santa Hermandad, funcionaba como un tribunal con jurisdicción para terminar con los delitos en despoblado. Y lo hacía, en más de una oportunidad, con innecesaria violencia y sumariamente, tras la detención de malhechores –en general ladrones chapuceros y vestidos de manera zaparrastrosa- capturados por los aludidos “cuadrilleros”.

Los nombramientos, como el de Frías, vale destacarlo, estaban sujetos a la aprobación de los virreyes, quienes en general autorizaban las propuestas que se les llevaba, ya que al tema no le prestaban mayor importancia.

Ningún virrey vio morir al sargento mayor De Frías sumido en la miseria, al punto de ser enterrado “en limosna” tras haber recibido los ruegos por su vida de los labios de un piadoso religioso, a la luz de las velas, a pesar de haber servido cuatro veces como la más alta autoridad de su territorio, un distrito rural que comprendía desde el arroyo Ramallo al sur, el río Carcaraña al norte y el desierto al oeste, debiendo ser considerado ello como una prueba de su honradez.

Caído el gobierno virreinal, los cabildos continuaron nombrando alcaldes hasta el término histórico de los mismos. Es más, organizado el gobierno independiente, prosiguió por un par de años el mecanismo burocrático de designación.

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Instituido el primer gobierno patrio, nada se modificaría en la policía santafesina. El sistema penitenciario continuó con pésimos índices de inseguridad y los reclusos, cuando abarrotaban las celdas – como en el presente- y su condición humana era insostenible.

Eran incorporados por la fuerza al Ejército para realizar misiones en la periferia de la ciudad o simplemente se los destinaba a los fortines, transformándose en “carne de cañón” de los ataques de los malones, tema de los que nos ocuparemos más adelante.

Con esos presos mal preparados militarmente para la campaña, el Ejército conformó divisiones enteras de ladrones, vagos, desalmados y bandoleros, hábiles por cierto para el uso de armas y para pelear sin ellas.

De esta manera, en una especie de gobierno patriarcal, que contenía el poder militar y judicial, la policía se fue afirmando como auxiliar de la justicia.

En esa época y en Santa Fe -como dato aleatorio, pero significativo de la sociedad en su conjunto- los gobernantes no se extralimitaron en su accionar, a tal punto que el gobernador Mariano Vera era muy querido entre la población, que veía al mismo como un libertador del abuso extranjero, mientras que el general Estanislao López era respetado por su prestigio militar y por su parentesco con casi todas las familias.

No ocurrió lo propio con Juan Pablo López, quien fue muy poco estimado, ya que la población no encontró en él las condiciones que se esperaban como sucesor de su hermano Estanislao.

Por ese entonces, el nivel de inseguridad era tan alto que los caudales públicos se hallaban en las casas particulares de los gobernantes, desde donde se distribuían para cubrir las necesidades sociales y, muchas veces, el dinero salía del bolsillo del gobernante local ante un caso de urgencia.

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No podemos dejar de mencionar, a estas alturas del relato, un episodio que permitirá entender hechos que se desencadenarían en el futuro. Nos referimos a la firma de un decreto por parte del Primer Triunvirato el 4 de septiembre de 1812 y que desencadenaría el arribo de miles de inmigrantes.

En el mismo se señalaba que “ …el gobierno ofrece su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio (…)

La medida permitía abrir las fronteras a la inmigración del mundo que deseara vivir en el suelo patrio.

La Constitución de 1853, en su prólogo también hace referencia a “todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino” y la resultante de la propuesta fueron intensos flujos de población. La mayoría abandonó su patria lanzándose literalmente a la aventura, pues ignoraban casi todo de su lugar de destino.

Los presidentes Mitre, desde 1862 a 1868; Sarmiento, desde 1868 a 1874 y Avellaneda, desde 1874 a 1880, lograron que la República atrajera inmigrantes ofreciéndoles facilidades para su incorporación social a través de la Ley de Colonización de 1876, que reflejaba la situación estadual frente a la tierra pública.

El desierto estaba a las puertas de Santa Fe y de Rosario, donde se registraron, en 1858, 9.785 habitantes; en Santa Fe, 6.102 y 25.474 estaban esparcidos en diversos pueblos.

[1] El padre Ambrosio de Alzugaray había nacido en la ciudad de Santa fe el 1º de abril de 1700, siendo sus padres el capitán Ambrosio de Alzugaray y Bartolina Gómez Recio, nieta de Luis Romero de Pineda. Recibió su ordenación sacerdotal en Chuquisaca, en 1724 y fue el primer maestro en Rosario donde creó la primera escuela donde se dictaban clases de escritura y lectura, así como las operaciones elementales de matemáticas, a lo que se sumaban los primeros conocimientos sobre geografía e historia. Falleció el 21 de mayo de 1744, siendo sepultado en su templo parroquial.

[2] Dr.Miguel A. Chiarpenello. Rosario, la imagen. Su emblema fundacional. Rosario su Historia y región. Septiembre 2011. Pág. 21.

[3] Íbidem

[4] Íbidem

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com