Murió Oscar Camilión, ex ministro de Defensa del menemismo

El ex funcionario fue condenado por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia durante el gobierno de Carlos Menem; falleció a los 86 años

Murió ayer el ex canciller y ex ministro de Defensa Oscar Camilión. Tenía 86 años cumplidos el 6 de enero y fue, de un modo muy especial, testigo y protagonista de los años más agitados de la historia política argentina, en la que debutó cuando era un joven diplomático, uno de los muchos jóvenes que integraron desde 1958 el entonces gobierno de Arturo Frondizi.

Fue también embajador en Brasil, Canciller de la última dictadura militar y ministro de Defensa de Carlos Menem, lapso en el que se vio envuelto en el escándalo por el contrabando de armas a Ecuador y Croacia, y por la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero, el 3 de noviembre de 1995, atentado que, según estableció la Justicia, fue organizado para encubrir el desvío de armas argentinas a Ecuador, en aquel entonces en guerra con Perú. En junio de 2013, Menem y Camilión fueron condenados, junto a otros acusados, a siete años y a cinco años y seis meses de prisión.También fue procesado por el cobro de sobresueldos durante el menemismo, junto a Domingo Cavallo, Raúl Granillo Ocampo y María Julia Alsogaray, entre otros.

En mayo de 1996, durante una reunión en el Congreso de legisladores oficialistas que lo interpeló por la causa armas, Camilión enfrentó a una senadora de 43 años que le dijo: «Señor ministro, usted debe renunciar». Era Cristina Fernández de Kirchner, que años más tarde, ya en la Presidencia, sería más tolerante con los casos de corrupción de sus propios funcionarios. «Señora –le dijo Camilión entonces– usted no tiene ni la edad ni la trayectoria como para realizar un pedido semejante».

En sus últimos años, los previos a la condena por el contrabando de armas, Camilión guardaba una especie de sordo, y muy diplomático, rencor hacia Menem y en general hacia la gestión del menemismo de la que había formado parte. Se consideraba como un chivo expiatorio en la causa armas y afirmaba que nunca más había vuelto a hablar con el ex presidente, «aunque no estamos peleados ni somos enemigos».

Entre 1965 y 1972, en las estribaciones del gobierno de Arturo Illia, que sería derrocado en junio de 1966 por las fuerzas armadas, y el final de la dictadura llamada Revolución Argentina que entonces regía el general Alejandro Lanusse, Camilión fue secretario general de Clarín y responsable de su administración financiera.

Había nacido el 6 de enero de 1930, exactos seis meses antes del primer golpe militar en el país, y se recibió de abogado con Diploma de Honor en la Universidad de Buenos Aires, en la que fue también profesor de Derecho Político. Rápidamente se sumergió en la política y se integró al desarrollismo en el que coincidió y discrepó en sordina con Rogelio Frigerio. Fue un hombre agudo, culto, amable e inteligente, en un mundo en el que estos atributos, juntos, no son frecuentes.

Integró muy joven el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Frondizi, que gobernó entre 1958 y 1962, como Jefe de Gabinete, cargo desde el que organizó la carrera diplomática, ministro consejero de la Embajada en Brasil y vicecanciller. Durante esa gestión, fue partícipe y testigo de las dos entrevistas que Frondizi mantuvo con John Kennedy en septiembre y diciembre de 1961, centradas ambas en Cuba y en el peligro que para Estados Unidos representaba el intento de Fidel Castro de exportar su revolución al resto de América Latina.

En agosto de ese mismo año, Camilión había integrado la delegación argentina que asistió a la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, que debatió el plan de ayuda de Estados Unidos a Latinoamérica conocido como Alianza para el Progreso. Por Cuba, Ernesto Guevara cuestionó el plan de Estados Unidos de entregar ao continente veinte mil millones de dólares en cuatro años, en un célebre discurso que pasó a la historia como «el discurso de las letrinas». Casi medio siglo después, Camilión consideraba desacertada, inoportuna, fuera de contexto y «chambona» la intervención del Che, que, afirmó en 2008, sólo auguraba años de violencia en la región.

De parte de esa delegación que viajó a Punta del Este surgió la idea de facilitar el viaje clandestino de Guevara a Buenos Aires, para que se entrevistara con Frondizi: el viaje, con el que Camilión estuvo en desacuerdo, casi deriva en un golpe de Estado por parte de las Fuerzas Armadas. Seis meses después, en febrero de 1962, Cuba sería expulsada de la OEA y Frondizi derrocado en marzo de ese año.

Después del sangriento golpe militar del 24 de marzo de 1976, Camilión fue embajador en Brasil, entre 1976 y 1981 y canciller del breve gobierno de Roberto Viola, cargo que dejó poco antes de la guerra de Malvinas en manos de Nicanor Costa Méndez. Se desempeñó también como Secretario General Adjunto de Naciones Unidas. Aunque condenó los crímenes de la «guerra sucia», el eufemismo con el que el «proceso» intentó ocultar el terrorismo de Estado, Camilión se mostró comprensivo con algunos jefes militares, entre ellos el general Antonio Bussi y su cuestionada gestión al frente del Operativo Independencia en Tucumán, dado que la guerrilla trotskista del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) «había declarado una parte de esa provincia como zona liberada, lo que fue algo muy grave». Años después, se arrepentiría de esa comprensión.

Ya recuperada la democracia, entre 1987 y 1003, Camilión fue representante del Secretario General de las Naciones Unidas a cargo de la misión de buenos oficios en Chipre, entre 1987 y 1993. Hasta que se integró de lleno al gobierno de Carlos Menem, que terminaría por sellar una vida pública que acaso merecía otro adiós.

Retirado de la política, armó una pequeña consultora que asesoró a sus clientes sobre las siempre imprevisibles marejadas de la Bolsa, se mantuvo activo e informado sobre la política nacional e internacional, una pasión que competía con sus otros afanes cultivados en sus jóvenes años: el cine, en especial el neorrealismo italiano y el genio de Ingmar Bergman, la música clásica y, sobre todo, la ópera.