Se fue sin decir qué vio

La autora cuenta sus charlas con Lole. Las pistas del no a Duhalde. Las tres razones. Retrato íntimo del hombre que prefería los gestos y pisar sobre seguro.

Carlos Alberto Reutemann estuvo siempre acostumbrado a pisar sobre seguro, tal vez porque nació en la llanura de la provincia de Santa Fe. Podía doblar en una curva sin dejar de acelerar porque tenía todo bajo control. Pudo ser el presidente de la Argentina. Su no a Eduardo Duhalde tiene pasos previos.

Uno de ellos fue la reunión que mantuvo en la Embajada de los Estados Unidos con el por entonces embajador de ese país en Buenos Aires, quien lo desalentó lo suficiente o al menos así lo entendió Reutemann. Otro elemento tiene que ver con el sindicalismo. Fue invitado a un almuerzo en el cual estaban los máximos representantes del sector, quienes lo veían con enormes posibilidades. Luego de de esa cita y dado que durante años ejercí el periodismo gremial, me dijo: “María, debo nacer siete veces para entenderlos”. Y el tercer elemento y no menor fue su testeo en el conurbano bonaerense. Lo impresionó, assí como también –entiendo yo- los barones del GBA.

Paradojas de la vida: fue un 9 de julio que, invitado por el presidente Duhalde al acto patriótico en Tucumán, donde seguramente se anunciaría su candidatura, Reutemann pega el faltazo. Esa tarde se reúne con el embajador en Argentina de Estados Unidos. El 10 de julio le pide a su colaborador directo Jorge Giorgetti que le organizara una conferencia de prensa: dijo setenta veces no. Seguramente, al hombre que le gustaba tener todo bajo control, todo lo antes expresado obró con el suficiente peso como para poner en jaque su decisión.

Lo conocí personalmente el día en que el periodista Evaristo Monti, en su programa de LT3, le realizó la primera entrevista como candidato a gobernador. Si sus ojos de cielo profundo atrapaban, su mirada y sus manos de hombre de campo mucho más. Fue un hombre principalmente de gestos, pero cuando emitía una palabra, la mantenía.

Tenía avidez por aprender de política. Pasó de escuchar FM 91.5 de Santa Fe a consumir diarios, radios y programas políticos. Un día, esperando en el aeropuerto de Rosario al entonces presidente Carlos Menem, una demora en el vuelo me permitió comentarle sobre la suerte que había tenido de conocer el mundo gracias al deporte. Me dijo: “No se crea, María; conozco aeropuertos, hoteles y circuitos. Es muy duro estar ahí”.

Luego de varios ofrecimientos políticos y mis sucesivas negativas, un día me convocó a que me hiciera cargo de la presidencia del Puerto de Rosario. Su manera de ofrecérmelo fue muy especial: “¿Cómo se ve con polleras y en el puerto? ¿Qué me dice, María?”. Hubo una licitación de por medio, trabajosa, pero, siempre explicándole los motivos de las acciones, me respaldó.

Reutemann llegó a la política santafesina en momentos difíciles para la institucionalidad de entonces, así como para aquel peronismo. Lo prestigió. Se afilió al PJ y, aunque en su última elección no jugó con su escudería, se mantuvo dentro del peronismo que apoyó a Cambiemos.

Reutemann no fue un constructor en política. No hay que olvidar que su profesión era él y el auto y además testeador; pero permitió que a su alrededor hubiese construcción política. Austero. Solitario. Preocupado siempre. Su cable a tierra era sacar del galpón su tractor, su cosechadora, limpiarlas, ponerlas a punto y realizar las tareas que el campo exige. Ignoro si fue consciente de su trascendencia deportiva y política. Ignoro si logró ser feliz.

Una vez, acompañándolo a la asunción de autoridades del Banco de Santa Fe, se me ocurrió manifestarle cuánto me costaba estacionar mi auto en un lugar pequeño. Clavó los frenos y me pasó la fórmula. Aunque no me crean que Reutemann me enseñó a estacionar, desde entonces lo hago a la perfección. Ojalá Reutemann haya estacionado con esa maestría en el sueño de vivir.

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María Herminia Grande

Periodista. Analista política