La nueva percepción del sector productivo por sobre la dominancia estatal

Podría estar gestando la oportunidad de un cambio histórico en la economía.

La mayoría de los analistas prevé que únicamente se intentarán moderar los desequilibrios, a fin de evitar la tragedia colectiva, hacia la cual parecía estar dirigiéndose, hasta hace unas pocas semanas, la economía nacional.

Un corolario implícito, anuncia que, muy pronto, las turbulencias cambiarias serán inmanejables, que se espiralizará la inflación y que el justicialismo recibirá una paliza histórica en las próximas elecciones presidenciales, tendiendo a desaparecer del mapa político argentino.

Esta opinión podría estar sesgada ideológicamente y obviar algunas importantes cuestiones que se analizarán a continuación. Por lo tanto, es muy poco lo que Sergio Massa al frente de Economía tiene para perder e inmenso el trofeo de un eventual triunfo de su estrategia. Su enorme ambición y la energía con la que ha caracterizado a su labor en el escaso tiempo que lleva en el cargo, no parece indicar una actitud titubeante y resignada, destinada a ocupar sólo un papel secundario en la historia económica nacional.

Muy por el contrario, sería razonable imaginar que, tras un período de reacomodamiento y acumulación de capital político, gracias a algunos logros menores, comience a mostrar las verdaderas cartas con las cuales pretenderá cambiar la tendencia del país.

El clima de época demanda cambios, largamente declamados desde los partidos afines al liberalismo y a la ortodoxia económica, principalmente en los campos fiscal y monetario.

Los ejes de la discusión política giran actualmente acerca de la moderación en el gasto público y la presión impositiva, y en la necesidad de efectuar reformas estructurales que impulsen el crecimiento de la economía.

Una nueva percepción de la importancia del sector productivo por sobre la dominancia estatal, podría estar gestando la oportunidad de un cambio histórico en el destino económico de la Argentina.

Entre los jóvenes, parece percibirse con notable claridad el efecto pernicioso de los permanentes desequilibrios del sector público. El empobrecimiento que genera la inflación, con su financiamiento monetario, es cada vez más ostensible y contrasta con la aparente visión de décadas anteriores, más condescendiente con este particular fenómeno.

El prestigio de los defensores del gasto público y el déficit fiscal como impulsores de la actividad económica se encuentra en franco descenso y, todo indica que habrá una disputa sobre qué partido o coalición seduce más a la franja no definida ideológicamente, pero que suele votar según hacia donde sople la corriente principal de la opinión pública, decidiendo su voto en las cercanías del acto electoral.

Por todo lo expuesto, puede parecer ingenuo que el ministro Sergio Massa no reflote las ideas que militó hace muchos años, que seguramente no olvidó, y que, además, no se quede con el botín de la agenda de la oposición. Si en las próximas semanas surgen anuncios que desnuden intenciones de cambios más trascendentes, será posible “leer” desde el vértice del poder, obviamente la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, que se acepta la mutación en ciernes.

Ajuste de precios relativos

En este marco, sería importante que se reemplace o se modifique el Presupuesto enviado recientemente al Congreso. Este parece contener lineamientos que son, una vez más, pura expresión de deseos y no muestra señales de querer corregir la distorsión de precios relativos.

A menos que este análisis sea totalmente erróneo, debería observarse, en los próximos meses, como el “nuevo gobierno” se adueña de las banderas de quienes encabezan las encuestas electorales.

Un importante analista político caracteriza al justicialismo como la “ideología del poder”. En su seno caben todas las tendencias y la maleabilidad es su característica principal. Se puede ser de derecha, de izquierda o de centro, pero, decía el general Juan Domingo Perón: “peronistas somos todos”. Otra máxima importante, acuñada por Guido Di Tella, indica que “el peronismo es lo que los tiempos quieren que sea”.

Entonces, olfateando los nuevos aires y afinando el discurso, para no herir la susceptibilidad de los socios más aparentemente ideologizados de la coalición, debería verse un deslizamiento hacia la construcción de un discurso menos anticapitalista y más cercano a lo que necesitaría el sector productivo para despegar. Este último está sano y respondería rápidamente. Lo único “roto” en la Argentina es el sector público.

Existe un factor muy importante, que podría permitir que esta “loca aventura” vaya a tener un desenlace muy favorable para el actual piloto de tormentas. Se trata de la notable capacidad que tiene el peronismo para imponer “ajustes” sin ser “torpedeado” por una salvaje oposición política y sindical, como seguramente le ocurriría al intento de hacer lo mismo desde cualquier gobierno de otro signo.

La agenda de cambio, que parece inexorable, debería ser más fácilmente aplicable desde el “movimiento nacional” que desde la actual oposición. Es claro que los que se escandalizarían ante las -en principio- impopulares medidas, se verían contenidos, si es su propio partido el que las aplica. Caso contrario, tomarían las calles y dificultarían significativamente la gestión del nuevo gobierno, como lo han hecho en reiteradas oportunidades en el pasado.

Es en ese sentido que, algunos analistas razonan que a la Argentina le conviene que sea el gestor de la decadencia económica nacional el que la detenga.

Si el Gobierno cumple con las expectativas aquí expuestas, producirá algunos cambios, dentro de lo que le permita su participación minoritaria en la coalición, que deberían ser suficientes para terminar de entusiasmar a los mercados y a los que votan con el bolsillo (o con el estómago, para poder comer, dada la gravedad de la crisis social).

La misma línea de razonamiento indica que el actual ministro tendría el apoyo de la totalidad de su partido, que mutaría rápidamente de estrategia, abrazando las ideas de sus actuales opositores. En este escenario, Massa podría pedir el voto para profundizar lo obtenido y disputar palmo a palmo la presidencia en las próximas elecciones. Pero lo más importante sería la desaparición del pendularismo de las últimas décadas. Ya no tendría sentido plantarle bombas al próximo gobierno para luego impedir su desactivación mediante la violencia verbal y callejera.

Todos adentro de la misma bolsa, silenciosa y obedientemente, como ordenaba el General Perón.

¿Se cumplirá el deseo que expresó alguna vez un conocido político del mismo partido ?: “El que trajo al loco, que se lo lleve”. El loco es, en este caso, el actual “modelo dirigista, intervencionista e inflacionario”, como le gustaba decir al ingeniero Álvaro Alsogaray, al que escuchaban, embelesados, muchos jóvenes, hace cuarenta años, el actual ministro Massa incluido.

Todo lo aquí expuesto puede parecer políticamente incorrecto. Parece mayoritaria la intención de desear que la bomba le explote a sus creadores. Lo que parece olvidarse, es que la onda expansiva nos alcanzaría gravemente a todos. ¿Habría un país para gobernar luego de una hiperinflación descontrolada? Podría ser razonable tener un poco de cautela con lo que se desea, más allá de las preferencias o las simpatías personales.

Los celos de los economistas liberales, al ver que “se roban sus banderas” debería dar paso a una más inteligente actitud. En primer lugar, deberían felicitarse públicamente por haber propiciado el debate de los grandes temas que pueden cambiar el país favorable y definitivamente. Por último, deberían ver que se abrirían las puertas a un cambio ideológico mayor en la sociedad, que permitiría que en el futuro, la disputa política esté centrada en aspectos más puntuales, que permitan mejorar significativamente los logros ya obtenidos.

En ese terreno, la ventaja de los seguidores de Juan Bautista Alberdi es mayúscula y su aporte podría ser decisivo. El gran interrogante que surge es si permanecerá vigente una “alternativa liberal” o serán cooptados, al igual que la Ucede de Alsogaray, por la nueva ola “capitalista, nacional y popular” que se estaría gestando en la actualidad.

El destino de Sergio Massa parece no tener término medio: bronce o barro. Sólo el transcurso del tiempo podrá develar hacia dónde se inclina el fiel de la balanza.

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Jorge Bertolino

Economista