Desde la confusión al retroceso

En estos días de cacerolazos, golpes, lágrimas y fuckyous la confusión pareció reinar entre los manifestantes. Confusiones conceptuales bastante groseras, en algunos casos. Y no sólo en los conceptos, sino en el manejo de la información. Que un sujeto suplique a un periodista de la CNN paralela que el gobierno de los EEUU venga a ayudarnos indica una malsana incomprensión geopolítica e histórica de lo que se está pidiendo, además de algo cercano a la traición patriótica. Que los insultos dirigidos a La Presidenta y su equipo superen el límite de lo tolerable –y de lo demostrable, de paso- sugiere un procedimiento mediático que tiene como objetivo alimentar una caldera con dinamita antes que informar. Que las medidas tomadas para limitar la circulación de dólares sea vista por un reducido número de personas como un atentado a las libertades individuales alude a una distorsión que necesita ser corregida. Por último, que los que más tienen, los que más ganan, los que más acumulan encabecen de manera sincronizada virulentas protestas callejeras para defender privilegios propios y ajenos es una señal de desprecio a la construcción del país inclusivo que, con tropiezos y contradicciones, pero con muchos aciertos, está realizando este novedoso colectivo. Aunque sean pocos, algo hay que hacer con ellos. Este ignoto profesor de provincias propone –fiel a su destino laboral- reeducar a estos grupos de inadaptados para convertirlos en ciudadanos útiles a la sociedad, antes de que su accionar marginal nos retrotraiga a los peores momentos de nuestra historia reciente.
Comprar dólares no es un derecho ni una obligación, sino una decisión. En algunos casos, puede pensarse como necesidad. En muchos, un trastorno próximo a la psicosis. Alguien puede justificar su avidez verde con el saldo de una deuda o la compra de una casa, pero existe en esos planteos un defecto en la causalidad. Que una operación inmobiliaria o un crédito deban saldarse con dólares es una rémora heredada de los noventa que merece ser desterrada. La cotización de las propiedades en la moneda norteamericana es funcional al camuflaje de precios abusivos. En dólares, parece menos que en pesos. Una modesta propiedad de 100000 dólares significaría algo así como 450000 pesos, lo que resulta inaccesible para el bolsillo de un simple trabajador.
En un país como el nuestro, con una extensión envidiable y un potencial indiscutible, no puede ser que el precio de la tierra resulte tan descomunal y haya escalado de manera sideral en los últimos diez años. En la zona núcleo, los incrementos alcanzan un promedio del 600 por ciento. No hay ley de oferta y demanda que valga. Detrás de esa valuación se encierra, como siempre, la más despiadada especulación. Si es el mercado el que establece los precios de esta manera, habría que encargar a otros la tarea. El Estado debería comenzar a regular la cotización, estableciendo criterios para garantizar el acceso a la propiedad de tierras y viviendas. Por supuesto, las operaciones inmobiliarias deberán realizarse en pesos y no en monedas extranjeras. Y en cuanto a los créditos, que se retorne a la cordura y se pauten en moneda nacional, como en cualquier país del mundo.
Pero el dólar en sí no es un problema, sino sus adictos, que lo sienten tan criollo como el mate. El Gobierno Nacional necesita acumular reservas con el objetivo de sobrellevar los cimbronazos de la crisis económica que se está desatando en el otrora Primer Mundo. Aunque CFK y su equipo no se hayan preocupado demasiado por explicar los motivos de la restricción del dólar, la mayoría de los ciudadanos lo ha comprendido, menos los que se niegan a hacerlo, los que quieren un país chiquito, los que odian a los que conquistan derechos, los que siempre se niegan a todo lo que no esté pensado en su exclusivo beneficio. Mientras –al menos como medida simbólica- la propia Presidenta, funcionarios y demás personajes reconocidos se han comprometido a transformar sus depósitos dolarizados a pesos, algunos han declarado todo lo contrario. Un claro ejemplo es el del Jefe de Gobierno Porteño, Mauricio Macri, que en un gesto de extremo histrionismo afirmó que sus cuentas en dólares iban a quedar así, aunque desconocía el monto que alcanzaban. Además de boicotear esta campaña desdolarizadora, no dudan en orquestar los cacerolazos VIP que están trayendo serios dolores de cabeza… a los propios organizadores, que no encuentran la manera de sumar voluntades.
Y por si todo esto fuera poco, la negativa de un representante del PRO a integrar la delegación que sostendrá el reclamo argentino por las Islas Malvinas en el Comité de Descolonización de la ONU señala un desinterés absoluto por los temas nacionales. La única fuerza política que se ha negado a ir. Hasta un descendiente de Luis Vernet, el gobernador argentino que fue expulsado de las islas en 1833, va a acompañar a Cristina. Pero ellos, no: han decidido no acompañar nada que tenga que ver con el proyecto colectivo de un país soberano. Nos quieren de rodillas ante el imperio. Asco es poco. Claudio Lozano, diputado de Unidad Popular e integrante del FAP, declaró que el objetivo de este viaje es “ratificar la causa Malvinas como una causa nacional, donde no hay fisuras”. El senador Jaime Linares, del FAP, expresó que irá a la reunión del Comité “con la expectativa de contribuir ante los ojos de las Naciones Unidas a demostrar que Malvinas es una causa nacional”. El diputado Julio Martínez, del radicalismo, afirmó que no dejará pasar esta oportunidad porque “nosotros creemos que el tema Malvinas es una cuestión de Estado, más allá de oficialismo y oposición. Malvinas nos puede convocar a todos”.
Bueno, a todos no. El diputado por el PRO, Federico Pinedo explicó, en una carta dirigida a La Presidenta, que las diferencias gruesas que percibió durante el conflicto por las paritarias del subte son motivos suficientes para no asistir. “Si pudiéramos trabajar sobre el respeto y la buena fe, que es lo que exigimos de los británicos en Malvinas, yo estaría honrado de poner mi representación popular al servicio de la política del presidente de la República –escribió Pinedo- Si no se respeta al pueblo que represento, carezco de representatividad para hacerlo por mi cuenta”. Antepone un capricho del irresponsable de su jefe político a una causa histórica del sentir nacional. ¿El subte es más importante que Malvinas? A los británicos no les pedimos respeto y buena fe, si no que nos devuelvan las islas que nos robaron hacen 180 años. ¿A quién representa un diputado así? ¿A ese buen señor que pedía ayuda a Obama? ¿A los caceroleros que quieren dormir sobre colchones de dólares? ¿A los malvinenses? A cualquiera menos a los ciudadanos argentinos, seguramente. Y no se trata de poner su representación popular (¿?) al servicio de la política de La Presidenta, sino del país, de acuerdo al mandato constitucional que le permite ocupar ese puesto. “Traidor como buen oligarca”, diría mi abuelo.
Pero a pesar de estos pesos pesados del retroceso, Argentina sigue avanzando en esta aventura que es la construcción de un país digno con ciudadanos solidarios y felices. De cualquier modo, hay que estar atentos. La sinfonía cacerolera puede contagiar a los desprevenidos que no se vacunan con buena información. Y no sea cosa que por unos giles que se dejan manipular al antojo de los intereses corporativos y clasistas tengamos que retroceder unos cuantos casilleros.

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Gustavo Rosa

Periodista, Licenciado en Letras. Docente de enseñanza media y terciaria. Autor del blog: http://www.apuntesdiscontinuos.blogspot.com/