Fracaso de la chirinada

El Rompecabezas de la Muerte en Rosario (XXVIII)

Alrededor de las 3.20 de la calurosa madrugada del 29 de diciembre de 1933, luego de resolverse el rechazo policial del ataque a la seccional 6ta., se produjo un atentado al Cuartel de la Guardia de Seguridad de la Caballería de Rosario, que epilogó trágicamente.

Una columna de 50 “revolucionarios”, mal armados y exaltados, acompañada de otros tantos hombres que viajaban en cuatro camiones, se aproximó al lugar que ocupaba el escuadrón, por calle 1º de mayo al 2050.

Antes que el centinela Antonio González Torres pudiera darse cuenta de lo que ocurría por la velocidad de los acontecimientos, dos o tres individuos se le acercaron sigilosamente, adelantándose a la columna y le efectuaron una descarga cerrada con un arma, que terminó con su vida instantáneamente.

Al escuchar los estampidos, a los que se agregaron explosiones de bombas, las tropas de seguridad se dirigieron resueltamente hacia los altos del edificio y a la puerta principal.

En esas circunstancias, medios dormidos, salieron a la calle armados el jefe y su segundo al mando, César Reyes y Félix Meyville, respectivamente. Fue en esa instancia en que explotó una granada de mano que hirió gravemente a Reyes en el brazo derecho, debiendo tomar el mando el subjefe.

Desde la terraza del cuartel, mientras ello ocurría, fue repelida la agresión con nutridas descargas. Varias bombas, arrojadas desde los camiones sobre las terrazas del edificio causaron daños de importancia en el cuartel, así como en el portón del frente, que era de hierro, aunque no ocasionaron víctimas.

Otra deflagración se produjo en un balcón de una casa de los aledaños en momentos en que tomaban posiciones efectivos de seguridad en las arterias adyacentes, en posición de cuerpo a tierra. Los gritos de fondo de los vecinos, tirados en el piso de sus viviendas, aterrorizados acompañaban el tableteo de las armas.

Finalmente, como consecuencia del ataque se produjeron varias detenciones y la incautación de armas y proyectiles. El diario “La Tribuna” de esa misma tarde titulaba “Fracasó la chirinada”.

A todo esto, la generación de actos violentos comenzaron a reproducirse con celeridad a partir del asesinato del periodista Silvio Alzogaray, de 38 años, quien –como recordará el lector de columnas anteriores- escribía en la redacción de “Crítica”, que dirigía el uruguayo Natalio Botana, amigo del general Justo. El cronista era uno de los que más énfasis ponía en los graves episodios que protagonizaba, casi diariamente, la mafia.

El capo mafioso Juan Galiffi relacionaba las crónicas contra las bandas de delincuentes, a su decisión de negarse a venderle a Bottana su caballo Fausto. Lo cierto era que Alzogaray había sido enviado a Rosario a cubrir el accionar mafioso desde “el centro mismo de sus operaciones”.

El asesinado Alzogaray informaba –según sus compañeros de la redacción- “sin pelillos en la lengua, calificando las cosas con claridad, rectamente y sin temor. La policía no lo estimaba por eso y mucho menos por saberlo un adversario de intenso celo periodístico, consagrado a la verdad”.

El homicidio, como es de imaginar, desató una tormenta periodística que puso a la ineficacia policial sobre el tapete. La indignación de los ciudadanos arreciaba y la presión de la prensa se tornaba casi insostenible.

El 21 de noviembre de 1934 ingresó, con captura recomendada, a la alcaidía Juan Galiffi (a) “Chicho Grande” con 42 años cumplidos.[1]

Alzogaray había estado tras los pasos de “Chicho Grande”, sobre el que había reunido información, pero no había dado nombre y apellido.

La policía de Rosario, dirigida en el ámbito de las investigaciones de homicidios por Carreras, De la Fuente y Martínez Bayo -al que calificaban en experto en el uso de la picana-, desencadenó sobre Rosario una serie continuada de operativos que un 17 de octubre permitieron detener a alrededor de 90 mafiosos, los que cinco días después fueron dejados en libertad por la justicia.

Había actuado en la presión contra los policías, el ministro del Interior porteño, Leopoldo Melo, amigo –según las malas lenguas-, de más de un prominente miembro de la mafia.

*

Mientras tanto “Chicho Chico” había decidido abrirse de sus socios de la Zwi Migdal, dedicados a la trata de personas, para especializarse en el secuestro extorsivo, matando a sangre fría cuando lo creía necesario, hasta que se equivocó al desafiar abiertamente a “Chicho Grande”.
El detonante fue el secuestro de un joven de una familia conocida, episodio que llevó en definitiva al comienzo del fin de los dos capo-mafia.

Nos referimos al secuestro de Santiago Hueyo, hijo el ministro de Hacienda de Justo, junto al de su amigo, Abel Ayerza, un estudiante de 25 años, miembro de una familia de altísimo poder adquisitivo, propietaria de la estancia “Calchaquí”, ubicada en la provincia de Córdoba, quien resultó posteriormente asesinado, homicidio que se multiplicó periodísticamente como pocos crímenes ocurridos en esa década en la Argentina.

Los raptores no se dieron cuenta- al parecer- que tenían secuestrado al hijo de un ministro de la Nación, a quien liberaron a la espera del rescate por Ayerza.

En este caso la banda estaba conformada por Capuano, Gerardi, Juan José Frenda, Juan Vinti y Salvador Rinaldi, actuando como cómplices Anselmo D`Allera, en cuya chacra fueron alojados los secuestrados; Pablo y Vicente Di Grado, quien era el encargado de custodiar a Ayerza junto a Vinti; Carmelo Frenda, Carmelo Vinito, José la torre, Pedro Gianni y las esposas de algunos de ellos.

Hueyo, tras ser liberado puso en marcha, con el acuerdo de los Ayerza, el pago del rescate, entregado en mano a Rinaldi, el que prometió la liberación del estudiante a los pocos días, lo que no se concretaría jamás.

Juan Vinti, intranquilo por la falta de noticias de la banda, decidió trasladar a Ayerza hasta “Campo Carlitos”, en tanto la esposa de D´ Allera recibía un telegrama con la frase “ Maten al chancho urgente”.

La mujer realizó un viaje a Rosario para obtener explicaciones y allí se enteró que el rescate había sido cobrado y que en realidad el texto debió decir “manden al chancho, urgente”.

Desesperada la esposa de D` Allera regresó al paraje y ya no encontró a Vinti, el que ofuscado por la falta de informaciones, terminó matando por la espalda y de un escopetazo a Ayerza.

El homicidio de éste último derivó, finalmente, en el entierro de su cuerpo en Buenos Aires, con el marco de un acto multitudinario de la elite porteña y de las huestes fascistas.

Desde 1933 en adelante para los traficantes la situación se complicó, y aún más para los judíos dedicados a ese delito, ya que la Policía Federal inició una guerra generalizada contra la mafia por sobre la jurisdicciones de las fuerzas policiales de Santa Fe y Córdoba.

Por ese entonces, en la policía de Rosario se destacarían Miguel Viancarlos, Víctor Fernández Bazán, el ya aludido José Martínez Bayo, Barraco Mármol y los policías cuyos apellidos eran Faciutto y Mascheroni.

Los detectives habían iniciado una frenética búsqueda de “Chico Chico”, ya que no estaban enterados de su muerte bajo “el sistema del alambre”, tras ser recibido en la finca de Galiffi por su esposa e hija.

El que había dado la orden mortal ya se había marchado de la finca hacia San Juan, para quedar libre de toda sospecha.

Morrone, el fallido capo, es ajusticiado por Juan Glorioso, Antonio Montagna y Juan Rubino, junto al chofer Luis Corrado, quien actuó como cómplice necesario.

Precisamente, la confesión de Corrado a Viancarlos, permitió en febrero de 1938, conocer los detalles del homicidio y desenterrar “en una quinta de Ituzaingó, donde fuera sepultado, los restos óseos del mafioso y un par de elementos que aseveraban su filiación: el calzado de charol con cañas blancas y botones de nácar que usaba habitualmente y una etiqueta de “The Lasting” en el forro del sombrero”.

Aunque parezca la historia de una película, Juan Galiffi, gracias a su abogado logró salir en libertad, regresar a Buenos Aires, a su casa de Pringles para radicarse en Uruguay, más precisamente en el balneario de Pocitos.

Tras ser deportado por el gobierno argentino. Viajó a Sicilia, en pleno fascismo y allí ejerció, aunque parezca increíble-, un cargo público hasta su muerte en enero de 1944, al sufrir un paro cardíaco durante un bombardeo aéreo aliado.

[1] Diario El Ciudadano. 1/8/2005, pág. 11.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com