Operaciones militares y el pensamiento estratégico estadounidense

Los estrategas del Pentágono, desde hace varias décadas están sólo interesados en mantener la superioridad militar estadounidense sobre el resto del mundo.

Ello se intensificó a partir del 11 de setiembre de 2001, aunque vale subrayar que antes de que ello ocurriera ya se habían realizado operaciones militares para intimidar o eliminar a todo aquel que osara enfrentar los mecanismos de seguridad del Estado.

Analistas de temas internacionales comparten la idea de Harlan K. Ullman, quien desarrolló el criterio de aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe o “shock y pavor”), idea a la que, al parecer adhirió, en los primeros meses de 2022 el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, considerado ahora como un autócrata asesino a nivel mundial.

Consiste el criterio que nos ocupa, en algo como el uso de la bomba atómica contra los japoneses, el que pretende utilizar Putin con la amenaza de hacer estallar un artefacto nuclear si la comunidad internacional occidental no cumple con sus exigencias.

El aludido juicio de valor demencial de Putin con el que pretende amenazar se concretó para terminar con la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, en la práctica, con el bombardeo de Bagdad mediante una lluvia de misiles crucero.

Ganar en varias guerras a la vez

Como si esto fuera poco, se amplió dicho concepto con el de luchar y ganar en varias guerras a la vez, mecanismo conocido como Full-spectrum dominance, que se hizo realidad en las guerras contra Afganistán e Irak, de manera paralela y bajo un mando común.

Sin embargo, esto, en los hechos no resultó tan así, ya que –como señalamos en otra columna-, los generales norteamericanos que conducían la lucha armada en Afganistán, se quejaban por no recibir el mismo trato que los que se hallaban en Irak, en lo concerniente al apoyo militar y de inteligencia cuando lo solicitaban.

Fue por ello que florecieron los contratistas militares que se enriquecieron a costa de privatizar guerras con la ayuda del Pentágono y la CIA a través de contratos millonarios para llevar adelante operaciones clandestinas. De esta manera los organismos de inteligencia se sacaban la responsabilidad de encima y el costo lo paga la población en su conjunto.

El almirante Arthur K. Cebrowski, en una investigación de Thierry Meyssan, estaba a favor de reorganizar los ejércitos estadounidenses para procesar y compartir datos de manera simultánea.

De esta mera se podían usar robots para que indiquen instantáneamente las mejores tácticas y evitar el enfrentamiento humano directo en las batallas, con lo que se evitarían miles de bajas humanas, optimizándose el mecanismo de guerrear a distancia, reduciendo considerablemente la posibilidad de tener que hacerse cargo, tras el conflicto bélico, de sostener material y psicológicamente a soldados que quedaran discapacitados como resultante de los enfrentamientos directos.

Sistema de secuestros y torturas

La US Navy, bajo órdenes directas de George W. Bush, organizó bajo su gobierno, un sistema internacional de secuestros y torturas, el que habría generado 80.000 víctimas.

Y en cunadelanoticia.com, en próximos informes, que nos atrevemos a calificar de minuciosos, detallaremos las operaciones clandestinas que autorizaron en el Pentágono y la CIA para perpetrar los que fueron calificados por la prensa internacional como “asesinatos dirigidos” a través de drones o mediante comandos armados.

El almirante Cebrowski, habría dejado saber que “el sistema aludido funciona en 80 países y dispone de un presupuesto anual de 14.000 millones de dólares”[1].

Mantener la hegemonía

Thomas P. M. Barnet –asistente de Cebrowski-, habría impartido en el Pentágono y en academias militares de Estados Unidos conferencias sobre lo que se presumía sería el nuevo mapa del mundo.

Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que “dividir el mundo en dos partes: Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del Grupo de los 8 (G8) y sus aliados y del otro lado estaría el resto del mundo, considerado simplemente como un “tanque” de recursos naturales. Presumo que Argentina está allí como “un “tanque más”.

Barnett no consideraba en sus conferencias que el acceso a esos recursos fuese crucial para Washington, sino que afirmaba que “los Estados estables sólo tendrán acceso a esos recursos, recurriendo a los ejércitos estadounidenses. Para eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en los países que serían parte de ese “tanque” de recursos, de manera que nadie pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar directamente con los Estados estables”.

Barnet, además, estimó en sus disertaciones que “no hay que desatar guerras contra tal o más cual país por razones políticas, sino contra regiones enteras del mundo porque no están integradas al sistema económico global”.

Esa sería la estrategia neoimperialista de Barnet, apoyada en la retórica de Samuel Huntington. No es casualidad entonces que no se ha dado por finalizada ninguna guerra desde el 11 de setiembre de 2001, ya que se ha optado por abandonar la lucha entre gallos y medianoche como en Afganistán, donde las condiciones de vida de los que no pudieron escapar son cada día más infernales y cercanas a la muerte, ya que el intento de reconstrucción no se concretó. Escribo lo antedicho y me surge el nombre de un Estado: Ucrania.

El discurso de Carter

En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de seguridad nacional.

El Pentágono creó entonces el CentCom para controlar esa región. Sin embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo de Irak y de Libia que antes de las guerras contra esos países.

Los límites del neoimperialismo

A los estrategas estadounidenses les gusta comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Eso sí, en EE.UU. no dicen que los romanos aportaron por mucho tiempo seguridad a los que incorporaban a su imperio.

El neoimperialismo –con la Rusia de Putin incluida-, al parecer, sólo mira de lejos el caos para que los países busquen resolverlo mediante el préstamo de recursos económicos y suministrar protección de sus ejércitos, admitiendo que, a veces, produce masacres que califica como “errores colaterales”.

Ese criterio no implica un problema para la Unión Europea, pero el Reino Unido ha comenzado a resistirse y es obvio que Rusia no acepta condicionamientos, mientras que los chinos miran de reojo lo que sucede sin actuar por el momento, ya que tiene el temor que afecte sus intereses económicos internacionales.

Cuando mencionamos a la resistencia del Reino Unido, estamos diciendo que este último país exigió participar en el proyecto estadounidense y por ello, en mayo de 2017, Theresa May viajó a territorio norteamericano. Los actuales gobernantes ingleses están esperando una respuesta.

Con el conflicto entre Rusia y Ucrania, hoy resulta inimaginable que los rusos acepten ponerse de rodillas. Está ello tan claro como el agua pura.

Un caso excepcional

Siria es un caso excepcional, ya que el Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado imponer el caos en todo el país. Pero numerosos grupos yihadistas, vinculados precisamente a esa cofradía, lograron controlar –y todavía controlan– partes del territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyeron Estados donde el islam pudo florecer. Son sólo zonas de terror.

Es probable que, gracias a su pueblo, a su ejército y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de sus enemigos.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com