La FED en su laberinto

La brecha histórica entre la tasa de referencia del Banco Central de los EEUU y la de inflación.

Una vez transcurrido un lapso de tiempo prudencial desde la serie de notas en las que describiéramos el atasco en que se encontraría la FED cuando quisiera elevar las tasas de interés hasta un nivel que ahogara las expectativas de inflación, corresponde ahora actualizar lo acontecido, a fin de analizar el nivel de acierto de lo allí expuesto, y agregar la enunciación de lo que, según la misma línea de razonamiento, debería ocurrir en los meses y años venideros.

La principal divergencia entre el sendero pronosticado y el efectivamente ocurrido se relaciona con el tamaño y la frecuencia de los impulsos alcistas de la tasa de interés que realizó en los últimos meses la Reserva Federal. Preveíamos frecuentes subas de 25 puntos (0,25% anual) y hubo menos impulsos, pero de mayor tamaño. Dos movimientos de 75 puntos y otros dos menores.

Por otro lado, el rendimiento del Bono del Tesoro a 10 años supera actualmente en 0,50% anual el máximo que esperábamos. Se encuentra en los alrededores de 3,25% vs. 2,75% anual, que creíamos no sería vulnerado. Las previsiones de los principales bancos de inversión indican que debería continuar el alza, hasta alcanzar un rango de 3,5% – 4% anual. Si esto ocurriera, se pondría en serio riesgo la estabilidad del sector real de la economía americana, al que se sumaría una posible baja muchos más pronunciada en el precio de los principales papeles cotizantes en la Bolsa de Valores de Wall Street.

Aunque los funcionarios de la FED, incluyendo a su presidente Jerome Powell, prometan que mantendrán la línea dura, subiendo tasas y absorbiendo circulante, hasta conseguir doblegar contundentemente la inflación, creemos razonable esperar, en línea con lo escrito meses atrás, que habrá un rapidísimo retroceso, en cuanto el daño a la economía sea mayor a lo esperado. Esto último debería ocurrir más rápidamente de lo que Powell y sus colegas suponen.

El supuesto principal, que expusiéramos en notas anteriores es que la FED no tiene espacio para subir las tasas de interés hasta un nivel que ahogue las expectativas inflacionarias. Su única salida, si es que existe, es tolerar un ritmo de crecimiento de los precios sustancialmente más elevado que el que desearía obtener.

Un accionar decidido y realmente “hawkish”, implicaría emular la política de dureza monetaria que puso en práctica Paul Volcker, como presidente de la Reserva Federal, entre 1979 y 1987. Para ello, se debería llevar la tasa de los Fed Funds a un nivel mínimo de 6-7% anual y la tasa de 30 años a 9-10% anual.

Volcker subió las tasas hasta un nivel del 22% anual y su política tardó dos años en bajar la inflación desde el 11,8% a menos del 3% anual, aunque subió previamente hasta un 14,7% en dos oportunidades (marzo y abril de 1980).

En línea con esto mismo, un estudio reciente de importantes analistas de renombre internacional prevé que las subas de tasas, si es que se desea sean realmente efectivas en cumplir su cometido, deben superar la medida del IPC actual, que se encuentra en las cercanías del 9% anual. Como puede verse en el cuadro siguiente, nunca la suba de tasas se detuvo antes de perforar ese límite, al menos desde 1974, año en el que comienza el la serie del análisis.

Limitaciones a la dureza monetaria extrema

Una política monetaria de semejante dureza es impensable en la actualidad, porque la economía y el mercado de valores colapsarían mucho antes de alcanzar el valor que, hipotéticamente, le torcería el brazo a la inflación.

Los motivos por lo que esto ocurriría son, principalmente, los dos siguientes:

1) La magnitud de la deuda del Tesoro. EEUU, en ese aspecto, se parece hoy a la Argentina. Desde 1980 hasta la actualidad, la deuda se multiplicó por 30, pasó de 1 billón a 30 billones de dólares. Un aumento de tasas hasta un 10% anual implicaría una erogación de intereses que multiplicaría lo que aquí llamamos déficit cuasifiscal. Financiar este desequilibrio obligaría a emitir nuevos dólares, que realimentarían el fenómeno inflacionario; y

2) El tamaño de la masa monetaria actual. Debe recordarse que el 70% del circulante de los EEUU fue emitido en los últimos dos años. Este enorme volumen de dinero aun no fue absorbido totalmente por la economía. Sus efectos inflacionarios continuarán durante mucho tiempo más, afectando los precios relativos y provocando, por ende, subas en los índices de precios más usuales.

Como puede verse, nada que haga la FED puede evitar que se deba pagar las consecuencias de tanto emisionismo desenfrenado. En cambio, el daño que puede producir, si se equivoca, es gigantesco. La ecuación riesgo/beneficio actúa totalmente en contra del ente monetario.

Este es el motivo por el cual debería apostarse a un rápido abandono de la política de suba de tasas, ni bien comience a mostrar su fea cara el derrumbe de la economía, precedido por el del mercado de valores.

Este último, al actuar con anticipación, debería decidir, con la evolución de sus precios, la suerte de la política monetaria. Nuestro supuesto principal es que, ante ello, se detendría la suba de tasas y no debería descartarse un nuevo “put gratis”, es decir, una nueva flexibilización cuantitativa con bajas de tasas incluida, cuando la amenaza de crack bursátil sea grave.

Además, como el mercado, en los últimos años, se ha tornado adicto a las tasas cero, es esperable que las bajas en los precios de las acciones sean potentes e inesperadas. Esto último debería apurar las decisiones, atemorizando a los, hasta ahora, pretendidamente duros halcones de la FED.

A los dos factores esterilizadores del accionar del ente monetario, que se enumeraran anteriormente, deberían sumarse otras dos importantes cuestiones, que oscurecen aún más el panorama.

En la dirección contraria

Si estos fueran advertidos y se accionara sobre ellos, el panorama económico global podría girar hacia un entorno muchísimo más favorable. Sin embargo, es esperable que se continúe en la tendencia actual, que se dirige, exactamente, en la dirección contraria.

El primero de ellos es que ha aumentado en los últimos años, en los EEUU, el gasto público y el déficit fiscal. En lugar de trabajar arduamente, para eliminar la fuente de creación más importante de dinero inflacionario, la administración Joe Biden se propone combatir la inflación con nuevas inyecciones de gasto y emisión.

El segundo es la disminución de los beneficios de la globalización, en los últimos años. Ya en el gobierno de Donald Trump comenzó la política de “vivir con lo nuestro”, cerrando los caminos al mayor crecimiento mundial y al afianzamiento del dólar como moneda de reserva internacional, que ocasionaría una economía mundial más abierta al comercio.

Si se continúa en esta línea, el camino a recorrer es la pérdida definitiva de liderazgo del gigante americano. Numerosos estudios prevén la pérdida de la hegemonía del dólar y la aparición de nuevas monedas de reserva (yuan, rublo, franco suizo, dólar australiano y canadiense, etc.).

Si el próximo gobierno de los EEUU decidiera bajar, tanto el gasto público como la presión impositiva, y abrazara nuevamente el libre comercio, podría haber un nuevo florecimiento en la economía mundial. Pero eso no parece estar en los planes de nadie. En su lugar, parece existir un marcado empeño por imponer la nueva agenda que se ha estado discutiendo en el Foro de Davos.

Esta propuesta, si bien no se lo declama abiertamente, persigue el objetivo de detener el proceso de globalización y promueve un capitalismo sumamente reglamentado, para lo cual se subsumirían las libertades individuales a un árbol de decisiones de estilo mucho más colectivo.

La ingeniería social que se intentaría, buscando fomentar la igualdad, desalentaría la competencia. La mano invisible del mercado sería reemplazada, en amplios sectores, por la planificación gubernamental, introduciendo restricciones para cumplimentar los requerimientos de la agenda verde y la igualdad de géneros.

Un nuevo impulso del capitalismo de libre mercado, más al estilo del siglo XIX, en los arrabales del globo, podría generar una nueva ola de crecimiento más alejado del centro y cambiaría, al menos parcialmente, la distribución espacial de la acumulación de capital.

El futuro es fascinante. Un emocionante ajedrez en el que se juega el poderío y la influencia de los diferentes países. Se abre una perspectiva sumamente interesante, para países como la Argentina. Una lectura correcta del devenir brindaría una excelente oportunidad para dejar atrás el estancamiento de décadas.

¿Seremos capaces de verlo, y actuar en consecuencia? Sólo el transcurso del tiempo puede traer la respuesta a este interrogante.

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Jorge Bertolino

Economista