Marcos Peña, el cerebro del gobierno de Mauricio Macri

El jefe, poco afecto a regalar elogios, lo considera «el pensamiento estratégico más importante de la política porteña». Y lo consulta, una y mil veces al día. Tiene debilidad por él. Lo defiende tanto en público como ante cada despiadado ataque puertas adentro de su propio partido. A pocos metros de distancia de la oficina principal, y desde su despacho con vista al Cabildo, él le responde cada jornada con lealtad absoluta. Trabaja sin distraerse en armar una línea interna, no verbaliza ambiciones de cargos ni sostiene pedidos de reconocimiento como algunos de sus pares.

Marcos Peña, de él se trata, no sólo es el poderoso secretario de gobierno e integrante de la mesa chica de Mauricio Macri. Es también, y con sólo 34 años, el cerebro del gobierno porteño y la política de Pro. Con maneras siempre amables, casi sin levantar la voz ni generar conflictos, se ganó, a lo largo de una década de trabajo político, legislativo y como funcionario, un lugar de preferencia al lado de Macri, que hasta le ofreció -sin éxito- ser su sucesor en 2015. Su cercanía al poder es, también, motivo de envidia y celos por parte de antiguos y actuales compañeros de ruta, que le endilgan algo que él reconoce: no tener otro patrón a quien responder que al propio jefe de gobierno. Y manejar, como lo describió sin amor un compañero del gabinete, «el poder de la cercanía».

Cultor del bajo perfil, con una vida familiar austera y alejado de los flashes , Peña tuvo una formación política liberal «lejos de la distinción entre izquierda y derecha, que son -aclara- categorías muy antiguas». Amante de los viajes y las culturas exóticas, niega cualquier intención de trascendencia política personal, que repite como un mantra. «Nunca proyecto mi futuro político. Vivo el hoy. Trabajo para que Mauricio sea presidente en 2015», sostiene.

Clásico en el corte de pelo y la vestimenta, Peña aparenta eludir el riesgo. Sin embargo, a poco de bucear en su historia, el cambio es la constante. Nacido en marzo de 1977, en el seno de una familia politizada, la niñez y adolescencia del menor de cinco hermanos estuvo muy ligada a la actividad pública de su padre, el diplomático Félix Peña.

Funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a partir de 1984, Peña padre se mudó con la familia a Estados Unidos. A los 7 años, el niño se educó en la férrea disciplina del Way Side Elementary School, en Maryland, y volvió a Buenos Aires para terminar la escuela primaria. Ya adolescente, eligió el tradicional colegio Champagnat para sus últimos tres años de estudiante secundario.

En paralelo con sus estudios en la Universidad Di Tella, donde se diplomó en Ciencias Políticas, comenzó su actividad política. Peña recuerda sus comienzos como «voluntario» en la campaña presidencial del frepasista José Octavio Bordón, en 1995, y asegura que el peronismo «siempre tuvo una mirada más concreta» que la UCR. «Pero siempre sentí que me interesaba generar algo nuevo más que relanzar lo viejo», justifica hoy. Como estudiante se destacaba. «Sabía que iba a ser un líder, político o religioso, pero líder al fin», afirma un testigo de su paso por las aulas, que recuerda su «pragmatismo» y su «éxito con las chicas».

De sus simpatías por el Frepaso, pasó a trabajar con su padre, ad honórem, en la Subsecretaría de Comercio Exterior del gobierno menemista. Allí conoció a Gabriela Michetti, con quien la uniría una historia de amistad y algún desencuentro.

En 2000, ya recibido, se embarcó en una aventura personal que le cambiaría la vida. Viajó como mochilero, junto con sus amigos Federico Peña y Enrique Avogadro, durante un año, por Asia y Europa. «Aprendés a vivir sin nada, y a que no muchas cosas son importantes. Viajar también es muy parecido a la política: conocés gente y costumbres muy distintas», reflexiona. Su vida personal da fe de ese andar despojado: está pagando un departamento en Palermo y tiene auto, aunque prefiere la bicicleta para ir a trabajar. Veranea en La Paloma, Uruguay, un reducto del progresismo argentino. «Macri dice que soy el verdadero cartonero Báez», se ríe.

Avogadro, que convivió con él ese largo año y otros dos en un departamento de soltero en San Telmo, lo define «un niño grande, siempre curioso». Le critica «ser tan testarudo», pero le reconoce «ser un tipo con valores y vocación por el diálogo». Lo mismo opinan de él dirigentes de la oposición al macrismo. «Es un tipo honesto, abierto, con capacidad de diálogo. Lástima que esté en Pro», bromea Adrián Pérez, de la Coalición Cívica y compañero en la Red de Acción Política (RAP), entidad que agrupa a jóvenes dirigentes de distinto color político. Otros prefieren no opinar.

A los 24 años se acercó a Mauricio Macri. Corría 2002, y comenzó a trabajar en la campaña a jefe de gobierno del año siguiente, primer y frustrado intento de Macri para llegar a la jefatura de gobierno. La publicista Doris Capurro, entonces cercana a Pro, y Juan Pablo Schiavi, actual secretario de Transporte nacional, fueron sus primeros nexos con el entonces presidente de Boca. «Era y es un chico fenomenal, inquieto y bienintencionado. Me ayudó a preparar unos seminarios de managment político, pero él quería meterse en política. Y lo hizo», recuerda Capurro, hoy cercana al Gobierno.

Peña rememora los días de campaña de 2003, todo el día al lado de Macri por orden de Schiavi, entonces jefe de campaña. «Estuvimos meses sin hablarnos con Mauricio en forma directa y eso moldeó una relación de respeto. No vamos a comer ni a jugar al fútbol juntos. Los dos separamos el trabajo de la vida social», dice Peña.

Elegido legislador porteño en 2003, comenzó a destacarse en 2005 como titular de la comisión de Educación. «Demostró temple y manejó bien las cosas», afirma un compañero de bancada de aquellos días. Su relación con la Iglesia, por entonces óptima, se deterioró después de que apoyara el matrimonio gay, aprobado en 2010.

El triunfo de Macri lo convirtió, en 2007, en secretario de gobierno porteño. Desde allí forjó su cercanía con Macri, mientras su pertenencia al bloque michettista se fue diluyendo. «Desde 2009, él se va alejando y procura tener buenas relaciones con Horacio [Rodríguez Larreta]. Nos desilusionó que se pusiera a salvo de las balas», afirma un dirigente cercano a la ex vicejefa de gobierno. En Bolívar 1, están convencidos de que la pelea entre Larreta y Michetti desgastó a ambos, mientras Peña se preservó. «No tengo línea interna porque no me gusta atarme a nada», dice Peña, mientras en su brazo derecho reluce un ideograma chino con la palabra «armonía».

Hoy maneja, junto con Miguel de Godoy, la comunicación del gobierno porteño, un lugar que despierta temores en el partido. «Si quiere, te hunde», dicen por lo bajo en Pro. Macri reconoce que su opinión fue importante en mayo último, cuando decidió bajarse de la carrera presidencial e ir por la reelección. «Hay días en que lo quiero matar, pero la mayoría de las veces termina teniendo razón», dice el jefe de gobierno.

«Mauricio es muy autónomo. Hay gente a la que ve todos los días y no tiene influencia sobre él. Con otros ocurre lo contrario», contesta Peña, y asegura que con el consultor de Pro, Jaime Durán Barba, no hay peleas ni celos. ¿Y Macri? «Es un anticonservador, transformador y liberal en lo político. Para el relato kirchnerista es antipopular, necesitan generar eso», defiende. Admira la comunicación de Barack Obama y cree que su principal rol es «inyectar ideología a Pro».

Su vida personal es, también, una muestra de versatilidad. Su madre Clara es catequista y la familia de su esposa Luciana Mantero, madre de su pequeño hijo Lucas, tiene raíces judías y oscila entre el kirchnerismo y la izquierda. «Son diferencias que enriquecen», se sonríe.

Mirando el futuro, descarta suceder a Macri en 2015. «No ha mostrado vocación para eso», reconoce Macri. Y de inmediato alaba a su predilecto: «Es el político con más futuro.» Peña agradece el elogio. Y sigue trabajando en silencio. (La Nación)