El piquetero D´elía en contra de un piquete latinoamericanista y antiimperialista

Por esas paradojas del destino, y más precisamente, de la novelesca vida política de nuestro país, donde los líderes y referentes mudan de parecer como de ropa interior, Luis D´Elía, adalid por excelencia del movimiento piquetero argentino, ex funcionario del gobierno de turno, -hoy caído en desgracia-; cargó de forma certera contra los asambleístas de Gualeguaychú, que pese al adverso resultado del veredicto dictado por la Corte Internacional de la Haya, estoicamente siguen apostados en el mismo sitio para defender lo que ellos consideran una ofensa contra sus intereses, los de la nación y los de la unidad latinoamericana.

Apelando a la excusa de restablecer las relaciones con el país hermano de Uruguay, exigió el inmediato levantamiento del corte, instando a «despejar las rutas sin más vueltas», y en una actitud claramente fascista -alguien que habitualmente utiliza este término de forma ligera, de buenas a primeras y sin miramientos para referirse a sus opositores-, exigió a Gendarmería Nacional realizar «una serie de retenes que aseguren el libre paso y el normal desenvolvimiento de la actividad en la zona».

La gente quisiera saber verdaderamente a favor de qué intereses está este puntero político de pocas luces, devenido en tribuno del pueblo de nombre Luis de D´Elía. Padecerá de amnesia temporal, o habrá leído poco sinceramente sobre la vida y obra del héroe uruguayo y latinoamericano José Gervasio Artigas, creador de la Liga de los Pueblos Libres y precursor de la Unidad Latinoamericana. Artigas, personaje maldito de nuestra historia, condenado al olvido por defender valientemente sus ideales, fuertemente nacionalista en el buen sentido del término -no en el sentido chauvinista que generalmente se le asigna a la palabra -antes incluso de la existencia de los Estados Nación- y abanderado del federalismo, era totalmente contrario a la intromisión de las potencias extranjeras en la región. Por eso, se opuso al centralismo unitario de Buenos Aires y a su mentalidad extranjerizante.

Artigas bregaba por la autonomía de los pueblos, pero a su vez por la Unidad Americana; esa unidad tan hermosa que se nos ha presentado a lo largo de nuestra sufrida historia como un horizonte inalcanzable. Por algo, las potencias intentan impedirla. Porque de conseguirla, se verían aplacadas sus ansias de dominación y sometimiento. Y Botnia no escapa a estas ansias. Botnia es el fiel reflejo de como migran las fábricas de los países del denominado primer mundo a los países subdesarrollados.  Los países ricos respiran aire limpio, pero nosotros no podemos, nosotros en nuestro carácter de basurero debemos recibir lo que otros desechan.

Nuestra sociedad lamentablemente es una sociedad individualista. Hablando en criollo básico, solo nos quejamos cuando nos tocan el bolsillo.  Así ocurrió con los cacerolazos en la crisis del año 2001, así ocurrió con Cromañón, así ocurrió con Botnia, por qué no. Así ocurrió con Luis D´Elía quién se labró un nombre en el marco de quejas colectivas, de quejas en este caso de personas deshumanizadas, personas que no pueden ganarse el sustento necesario para sobrevivir, por la simple razón de no tener trabajo. Lucha justa esta, la del movimiento piquetero argentino, que fue alumbrado allá por los ahora lejanos noventa, en viscerales gritos de justicia como el de Cu-tralcó.  El problema reside en que esos germinales momentos de lucha pulcra e idealista, se tornan a la postre negocio para caudillos de poca monta que se aprovechan de las necesidades del soberano para satisfacer sus más oscuros intereses.

¿Por qué ocurre esto?. Por el simple dilema roussoniano de la representación. Esto, que parece de un supino infantilismo es el mal de todos los agrupamientos humanos del mundo, incluido el sistema que conocemos como democracia. Como no es posible llevar a la práctica una constante reunión asambleistica, los hombres optan por elegir representantes, que como indica la palabra se hagan cargo de los intereses e inquietudes del grupo; convirtiéndolos en líderes, y teniendo el deber, más aún, la obligación moral de amparar a aquellos que confiaron en sus personas como representantes.

Lo que sucede, es que a veces esos representantes se olvidan del origen de su mandato y reniegan de su condición, pasando a representar solo sus deseos de grandeza. Esto ocurre -mal que nos pese- a menudo en todos los ámbitos de la vida social, desde el club de barrio hasta el viciado sistema político.

Uno de estos representantes, aunque no parezca serlo, es el señor Luis D´Elía. El mismo, fue forjando al calor de las protestas sociales, tan frecuentes en nuestro país -con la mitad de la población naufragando en la pobreza- su figura de líder, de protector de derechos sociales. Luego, pasó a ocupar cargos en el gobierno nacional, convirtiéndose en uno de sus más habituales portavoces. Tiempo después, cayó en desgracia, abandonando su puesto pero sin romper relaciones con el kirchnerismo, pasando a ser una especie de caudillo-matón con derecho a opinión. En este contexto hay que entender sus declaraciones poco felices sobre la situación que está teniendo lugar en la provincia de Entre Ríos, desde la instalación de la pastera al otro lado del Río Uruguay.  Allí, en lo que se puede considerar una pueblada al estilo de las manifestaciones populares del siglo XIX, se encuentran personas que no quieren ver cercenado su futuro por culpa de un delirio del progreso, que crea fuentes laborales para los uruguayos,  pero que mina el mañana de miles de individuos, incluidos los que trabajan en la planta, o moran en sus alrededores en el territorio de la ex Banda Oriental. Estos seres humanos de carne y hueso, transmutados en héroes por capricho del hado, llevan innumerables días de resistencia contra la basura del imperio. Ellos quieren ver a sus hijos crecer felices y sanos, no infectados por el virus de la dominación imperialista.

Claro está, esta magna causa no es comprendida por algunos argentinos, y menos aún por el gobierno que se reivindica nacional y popular, artiguista y latinoamericanista. Pedir la intervención de las Fuerzas Armadas -las mismas que en nombre de la nacionalidad han hecho tanto daño al Cono Sur- para coartar el natural desarrollo de una justa manifestación popular, no es progresismo.  Es no tener los cojones debidos para defender a la patria ante la amenaza extranjera, pero no la amenaza de nuestros consanguíneos uruguayos, ya que no guardan culpa alguna.  Ellos, son meros destinatarios de políticas que se planifican a miles de kilómetros de distancia, desde la comodidad de una oficina del primer mundo. Eso debería saberlo D’Elía, habitual tutor de las causas perdidas y compañero de los menesterosos.

Es preciso defender los intereses del pueblo señor D’Elía, no el de un minúsculo grupo de potentados -oligarcas, utilizando su vocabulario- que quiere vacacionar en Montevideo.

Está bien, nos dirán que la Honorable Corte Internacional de la Haya ya falló. Pero si los pueblos no se oponen a la injusticia, no merecen el mote de pueblos.

Un pueblo es un conjunto de individuos -o debería serlo-, consciente de sus necesidades y de sus decisiones.

¿Qué pensaría Artigas, campeón de la Unidad Latinoamericana, sin pecar de ucrónicos, sobre esta dolorosa situación?

…Quizás se perdería en un eterno llanto de impotencia, pequeño frente a la colosal hipocresía de los gobernantes  y la complicidad vil de aquellos que juran salvaguardar el destino de la patria; que bastardearon y bastardean los ideales por los que entregó su vida.

En honor a la conciencia de los pueblos, entonces, hay que resistir contra la injusticia materializada llamada Botnia. En honor a los pueblos, llamemos al pueblo.

Ha llegado la hora de los pueblos.

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Antonio Abbatemarco

Director de Cuna de la Noticia