Vaernet y “la cura de la homosexualidad”

Muy pocas veces percibí que una reunión protocolar en la Presidencia del Concejo de Rosario tuviera un clima de tensa y curiosa expectativa como la que tuvo lugar momentos antes que la vicepresidenta primera del Cuerpo, Norma López entregara el decreto de declaración de Interés Municipal al filme documental “El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad”, producido y realizado por Esteban Jasper e Ignacio Steinberg.

Los entretelones del trabajo que obligó a los generadores del proyecto y hacedores de la producción cinematográfica a recorrer sitios de Europa y Argentina enfrascaron a los presentes en la reunión en un sólido silencio, sólo entrecortado esporádicamente por preguntas breves, concisas, específicas en torno a la obtención de detalles del accionar criminal y no ético del médico dinamarqués Carl Vaernet, aliado a las SS nazis, quien utilizando prisioneros de guerra en el campo de concentración de Buchenwald experimentó de manera obsesiva para “curar” la homosexualidad.

Los entresijos de una historia mortal

“La historia se inicia en Europa”, comenzó señalando Steinberg en la entrevista concedida a los apurones, ya que debía irse a organizar los preparativos de una presentación del documental y que luego terminó convirtiéndose en un extenso diálogo, llevado en andas por los detalles de una cronología de episodios rayanos en lo increíble que él disfruto en relatar.

Vaernet viaja a Berlín, convencido del proyecto nazi y logra, no sin esfuerzo, entrevistar Heinrich Himmler, comandante en jefe (Reichsführer) de las SS.

Mientras Himmler se limpia meticulosamente sus anteojos por enésima vez en el día escucha con curiosidad a un profesional de la medicina que le “venía a vender la cura de la homosexualidad”, mientras le mostraba sus investigaciones de campo, realizadas en su hogar de Aarhus, en Dinamarca, apelando a la única materia prima que poseía para llevarlas adelante: el gallo y las gallinas que tenía en el fondo de su casa.

Himmler escuchó atónito como Vaernet explicitaba “sus investigaciones a partir de la aplicación de inyecciones de tetosterona a las aves de corral, señalando que se podría hacer lo propio con pacientes homosexuales”.

“La tetosterona tiene, como hormona, una función en el organismo, pero de ninguna manera tiene que ver con la orientación sexual”, señaló Steinberg.

“Sin embargo el doctor dinamarqués llegó a la conclusión que a los homosexuales les hacía falta testoterona”, relató seguidamente.

Carl Vaernet, para apoyar sus conclusiones, con un atrevimiento que podría ser calificado le indicó a Himmler que “habiendo inyectado la hormona descubrió que a las gallinas, les crecía las crestas y empezaban parecerse a los gallos”.

Himmler “compró” la propuesta y la locura médica del proponente llevó a éste a intentar inscribir una patente para hacerse millonario. Envalentonado por haber alcanzado su primer objetivo, le solicitó a Himmler un lugar para experimentar con los que sería la segunda fase de su proyecto: los seres humanos.

Objetivo: limpiar la raza germánica

Los nazis estaban interesados en limpiar la raza germánica y como para ellos la homosexualidad equivalía a degeneración, y como para colmo estaban en guerra y necesitaban soldados, en la cúpula militar tomaron la oportunidad de avanzar en la cuestión, teniendo en cuenta que en Alemania el 6 o 7% de la población era homosexual “y si esto continuaba en ese derrotero, en 100 años se terminaría la raza germánica”, acordaron en una de sus reuniones secretas los comandantes de las tres fuerzas armadas alemanas.

“Ese sueño de limpieza de la raza humana lo llevó a Himmler a aceptar las condiciones del médico y no tuvo mejor idea que otorgarle un campo de concentración cercano (330 km) a Berlín.

Buchenwald se transformó muy rápidamente en el sitio ideal para hacer realidad las experimentaciones.

“¿Qué necesitaba Vaernet?. La respuesta era una sola: chicos homosexuales, los que fueron retirados de sus celdas de detenidos en cárceles alemanas y trasladados a su nuevo destino: El campo de Buchenwald.

Steinberg detalló a quien esto relata que “el código prusiano, de fines del siglo XIX penaba severamente a los condición homosexual (artículo 175º) que motivaba la detención y los detenidos, desvalidos de toda posibilidad de ayuda, no podían negarse a la experimentación”.

En su relato Steinberg no necesito de la pregunta del cronista para continuar con su exposición: “Ya sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, al caer Alemania derrotada el criminal nazi se escapa a Dinamarca y allí lo apresan. Al poco tiempo y gracias a sus contactos consigue huir a través de la Ruta de las Ratas que utilizaron los jerarcas nazis”.

“De esta manera Vaernet, a través de la frontera norte de Dinamarca ingresa a Suecia y allí, presuntamente junto a otros cómplices del nazismo logra escapar hacia Latinoamérica. Nuestra investigación nos permitió establecer que llegó a Paraguay, pasó la frontera con Brasil y concluyó su huida en Argentina, dónde arriba en 1947 y trabaja como médico hasta 1965, falleciendo en Buenos Aires”, relató Steinberg, quien admitió que su secreta estadía en nuestro país está plena de secretos, “ya que no pudimos saber si aquí continuó con la idea de curar la homosexualidad o a desarrollar su carrera médica como clínico. Lo significativo es que a su llegada, fue contratado por el Ministerio de Salud de la Nación por un año y medio, por lo que presuponemos, en el marco del mecanismo habitualmente utilizado para ocultar prófugos del nazismo, que los aliados querían imputarles delitos de lesa humanidad”.

El contrato-salvoconducto

El entrevistado, al profundizar sus explicaciones, apuntó: “Encontramos el contrato que le hicieron a Vaernet en el Ministerio de Salud de la Nación, donde figura su domicilio y el sueldo. No fue un contrato de larga duración, por lo que suponemos que tiene que ver con la protección que se entregaba a los jerarcas como mecanismo de salvoconducto para que pudiera esconderse entre los intersticios de la sociedad. Pasó con otros jerarcas nazis. Lo que resulta curioso es que éste médico no cambio su apellido. Lo mismo pasó con Pierke que era un director de escuela alemana de Bariloche hasta que lo detuvieron”.

“En nuestro caso, Carl no fue encontrado por ser responsable del genocidio de otra minoría, aunque no hay mucha información y por eso nos pareció importante profundizarlo y lo logramos a través del documental que pretendemos conozcan los argentinos”, detalló Steinberg.

En el Ministerio de Salud

Al ingresar el relato en su fase final, el relator de los pormenores de la investigación que nos ocupa hizo hincapié en que “en el Ministerio de Salud de la Nación, no sólo nos encontramos con los vericuetos y los pasillos llenos de misterio”.

“Fuimos a buscar el contrato de trabajo y nos dijeron que debíamos tener las autorizaciones pertinentes. Entonces nos dirigimos a Recursos Humanos y allí la casualidad aportó lo suyo: Se nos dijo que un médico estaba haciendo un trabajo sobre ética médica -paradoja del destino- y que el contrato estaba sobre el escritorio que se hallaba al costado, sin saberse la importancia de ese archivo. Fue un hallazgo que los dinamarqueses que vinieron a investigar a nuestro país, no pudieron lograr”.

La familia de un nazi dinamarqués

En Argentina los documentalistas se encontraron con la familia del médico, quien tiene hijos dispersos en el mundo. También pudieron lograr un reportaje con uno de los nietos que vive en Dinamarca, en Copenhague y que se prestó a testimoniar.

“Vaernet está ahora en el cementerio británico de Chacarita, junto con su segunda mujer argentina y lo más interesante es que vivió entre nosotros. Puso su clínica en calle Uriarte al 2.200 y de alguna manera marca que esta gente, que tuvo una participación muy especial en la Segunda Guerra Mundial gracias a la apertura inmigratoria de los países americanos, hizo que tuviera la oportunidad de vivir entre aquellos a los que calificaba de bárbaros y a los que decía «iluminar» con su conocimiento.

Lamento que nuestro país haya abierto las puertas a personajes nefastos como el que investigamos”, sintetizó con crudeza Steinberg.

“No pudimos encontrar a ningún paciente argentino tratado por él. No podemos decir que haya continuado con su investigación aquí o la aplicación de tetosterona como método curativo. Sí intentó vender la patente, ya que de hecho los laboratorios alemanes colaboraron con él y hasta un laboratorio norteamericano le envió tetosterona para que la aplicara a sus pacientes, en el marco del gran negocio de la medicina”, consideró el cineasta.

“Lo criticable es que no se utilizaron los protocolos de investigación y se usó a seres humanos en cautiverio. Esta es la grave crítica ética para hacerle a este nazi. Los números registrados en el campo de concentración es de 17 internos documentados castrados, algunos con la glándula inventada. Tenemos entendido que dos o tres murieron por infecciones propias de las intervenciones hechas sin medidas antisépticas, ya que se les inyectaba la glándula que goteaba tetosterona subcutáneamente y algunos informes decían: El prisionero fulano de tal, luego de serle aplicada la tetosterona, empezó a soñar con mujeres. Esos informes, aunque parezca increíble, sirvieron para convencer a la cúpula nazi de comprar la investigación”, agregó el documentalista.

La razón de las cosas

Cuando se buscan las razones primarias de los hechos, se apela a teorías verosímiles e inverosímiles.

En este caso, muchos historiadores de los conflictos bélicos comparten la presunción de que los nazis, apelando a la ciencia y las investigaciones desarrolladas sobre animales -que fueron realizadas en Dinamarca y en Alemania, que comparte una frontera- comprendieron rápidamente que esto les podría servir, en razón que habían perdido miles de soldados y la población masculina había caído vertiginosamente. Esto determinó que la rápida apertura de la cultura alemana detectara que el tipo de trabajos aludido había dado en la tecla y compraron el cuento. Es más, hasta ofrecieron un campo de concentración para experimentar. Le dijeron a Vaernet, palabras más, palabras menos: mire fíjese, tenemos un laboratorio en uno de nuestros campos de extermino, tenemos la materia prima que necesitas para experimentar, dedicado a una minoría homosexual. El resto lo pone usted. Allí había judíos y políticos que vivían en las condiciones terribles que se soportaban en otros campos y los homosexuales sirvieron al experimentador.

El triángulo rosa

Como otro ingrediente informativo cabe apuntar que se utilizó como nombre del documental al triángulo rosa, debido a que es uno de los símbolos más conocidos por la comunidad gay. El triángulo surgió en la Alemania nazi, y precisamente recuerda el exterminio de homosexuales durante el nazismo

El territorio inglés tuvo su importancia en esta historia. Allí vivió Peter Tatchell, un luchador y activista reconocido a nivel mundial por los derechos civiles de los homosexuales, nacido en Melbourne, Australia, el 25 de enero de 1952, quien fue el disparador de todo este tema.

Fue también quien detectó y encontró la primera documentación. Se la pidió al gobierno de Dinamarca e hizo lo propio al menemismo de Argentina y como no tuvo una respuesta positiva empezó a investigar por su cuenta.

Hay que hacer la salvedad que en los campos de exterminio, donde cada prisionero portaba un triángulo de distinto color invertido bordado en su ropa para designar la razón de su encierro, los homosexuales llevaban un distintivo rosa. Aunque los homosexuales eran solo una parte de los grupos que la exterminación del régimen nazi perseguía, es el grupo que más a menudo la historia excluye cuando se habla de este período de la historia.

No todos los prisioneros que llevaban un triángulo rosa se veían como homosexuales. A veces estaban casados y solo habían tenido relaciones homosexuales unas pocas veces. A esto hay que añadir que no todos los condenados por el parágrafo 175º acababan en campos de concentración: en la mayoría de los casos eran sólo encarcelados.

Una curiosidad significativa

La entrevista concluyó con el aporte, de parte de Steinberg, de un dato significativo, teniendo en cuenta la razón de la misma.

El interlocutor de este periodista relató: “Mientras estábamos buscando el expediente de Vaernet en el Ministerio de Salud, una de las empleadas me muestra el de López Rega, pero al hacerlo tapa con sus manos el número. Me mira, se sonríe y me pregunta: ¿Sabe qué número tiene?. No respondí incrédulo. La respuesta no tardó en llegar: El 666. Se lo puso el diablo agregó u cerró el expediente en mis narices”.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com