Un pueblo entero despidió a las víctimas de la tragedia vial que enluta al país

Los restos de los fallecidos en el siniestro vial de Villa Ocampo fueron inhumados ayer y hoy en Villa Guillermina. Un infinito e inconmensurable dolor sume a esta comunidad del norte santafesino. Nadie encuentra explicación y, mucho menos, consuelo para lo ocurrido.

Una y mil veces, la historia y el destino, juntos o por separado, se ensañaron con este pueblo varias veces al borde de desaparecer después del esplendor de la época forestal. Pero ahora, en una especie de sino trágico recurrente, ambos parecen haber concurrido al unísono para sumir a Villa Guillermina en la mayor de las tristezas de su historia.

Destino maldito, refinada desgracia imposible de soportar, o quizás, la suerte echada que en su devenir existencial, se dice, padecen inexorablemente los humildes, los inocentes, los desprotegidos. Todo semeja haberse conjugado en el instante fatídico en que perdieron la vida las 14 víctimas, alumnos, padres y colaboradores del ballet de danzas Retoños de mi pueblo.

En la nave central de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, dispuestos en una suerte de círculo incompleto, los féretros de nueve de los inocentes malogrados fueron velados en medio de una generalizada congoja que alcanzó a los pueblos vecinos.

Mediante hondas muestras de dolor, una incesante y compungida procesión de familiares, amigos, allegados, conocidos recorrió también los velatorios domiciliarios de las restantes cinco víctimas.
Una idea cabal del significado de esta fatalidad -revestido con un insoslayable halo de negligencia- para la sociedad guillerminense la aportó la necesidad de inhumar en etapas los restos mortuorios.

Puntualmente, a las 18 de ayer, un cielo profundamente nublado junto al infatigable viento norte y las primeras sombras de la tarde vieron partir camino al cementerio comunal los primeros ataúdes -los que albergaban a la familia Maidana- que, al igual que los demás que se encolumnaron en la mañana de hoy, llevaban consigo la carga pesada y eterna de un interrogante sin responder: “¿Por qué?”.

Responso

Antes, el párroco local Carlos Silvestri ofició un responso final en el que recordó que “Dios nos da la fuerza para soportar estos momentos en la fe que recibimos al ser bautizados”. Flanqueado por otros curas de la diócesis de Reconquista que acudieron en su sostén, el religioso reflexionó que “las lágrimas que el Señor pone en nuestros ojos hoy son para limpiarlos y ver más claramente el mañana”.

Una vez que bendijo con un ramo de olivo embebido en agua sagrada cada uno de los cajones, dio por finalizada su intervención. Conmovido por las pérdidas, consciente de la responsabilidad de conducir espiritualmente a una comunidad atravesada por el dolor, aún tuvo fuerzas para expresarle a El Litoral que en estos momentos, en que se está “como procesando todo lo ocurrido, nadie sabe bien qué va a sentir mañana”, es algo que no se agota en este instante y muy difícil de asumir porque es una experiencia única.

El cortejo partió y la gente lo escoltó de a pie. Así recorrió el escaso kilómetro hasta el cementerio. Doblada por la angustia, María Eva Morales, la profesora y mentora del grupo de danzas, se aferraba al panteón y gritaba que no quería ir, que quería quedarse allí. Sostenida por tres amigas y sólo porque sus fuerzas ya la abandonaban pudo ser convencida de retirarse. Sus chicos habían rendido con éxito la semana pasada el examen tomado por colegas de una academia de Resistencia a la que estaban ligados.

Héroes

Una escena parecida se repitió esta mañana. El sepelio de los once fallecidos que aún quedaban por despedir se inició a las 10. Una pena indescriptible sume a Villa Guillermina. Una mezcla de amargura e impotencia que se apodera también de todo el norte santafesino y se traspola al país. Se adueñan de la memoria colectiva innumerables reclamos de mejores rutas, mayores controles, siempre desoídos por una clase política que no puede eludir su responsabilidad y menos aún esgrimir razones que justifiquen los motivos por los cuales la segunda provincia de la Argentina, que sustenta con su producción gran parte del andamiaje económico nacional, no cuente siquiera con una autovía.

Pero, además, y con la ruta de acceso a este pueblo sacudido por la tragedia en condiciones paupérrimas, subyace la necesidad en cada una de las urbes de la región de que estas muertes, finalmente, no sean en vano. De que las vidas truncadas por la irresponsabilidad criminal de un conductor que accedió sin luces a una ruta nacional en medio de la noche se conviertan en el testimonio del horror que implica transitar por rutas asesinas. De que los artistas y sus familiares fenecidos en la medianoche del miércoles sean héroes.
(agenciafe)