Un balazo terminó con la vida de un empleado

Tres delincuentes ingresaron a robar al comercio situado en Eva Perón al 7200 y uno disparó sin motivos. La bala alcanzó a un hombre que trabajaba en un auto.

La escena era tan dramática como desgarradora ayer a la tarde en el barrio Belgrano. Una mujer treintañera vestida con un short, una remera y ojotas lloraba sin consuelo sentada en la vereda del negocio de audio donde dos horas antes uno de los tres ladrones que irrumpieron en el local le disparó un balazo a su marido que trabajaba en el comercio. El proyectil atravesó el cristal de un auto que el hombre fallecido estaba polarizando y le perforó el pecho. Murió en el acto. Al parecer, tras el ataque, los delincuentes se esfumaron, pero se llevaron un magro botín.

Todo se desató cerca de las 16.30 de ayer en Black World, un local de colocación de alarmas, vidrios polarizados y de audio situado en Eva Perón al 7200, en el cruce con México. A esa hora, en el local había tres empleados y un cliente. A ninguno de ellos les llamó la atención la mujer que entró simulando estar interesada en uno de los servicios que presta el comercio. Sin embargo, en escasos segundos, la farsa montada por la recién llegada quedaría al descubierto.

«Al suelo». Detrás de la mujer, dos hombres jóvenes armados irrumpieron en el local. Enseguida, uno de los malhechores voceó. «Esto es un asalto. Todos al suelo» ante la mirada atónita de los tres empleados y el cliente que estaban en ese momento. Uno de los trabajadores era Pablo Correa, un hombre de 37 años que estaba polarizando los cristales de un auto. A partir de este momento, el relato se bifurca. Un compañero de trabajo de Correa contó que los intrusos «se pusieron nerviosos» cuando distinguieron las videocámaras instaladas en el negocio y entonces uno de los ladrones pulsó el gatillo del arma que sostenía en una de sus manos.

El hombre estaba realizando su trabajo en un vidrio de una de las puertas del vehículo cuando un proyectil atravesó el cristal. En su recorrido, el balazo alcanzó a Correa, le perforó el tórax y murió en el lugar.

En la escena del crimen, el fiscal de Homicidios Ademar Bianchini señaló que tal vez el trabajador dudó un instante en arrojarse al suelo cuando el hampón lanzó el grito intimidante. El gesto dubitativo de Correa tal vez provocó que el ladrón abriera fuego en un acto tan demencial como absurdo.

-¿Se resistió al atraco?

—No. Los testigos nos refirieron que no lo hizo —respondió Bianchini.

Peritos. A las 17.30 de ayer, la cuadra de Eva Perón al 7200 se había poblado de patrulleros, policías, peritos de la policía científica y algunos vecinos que comentaban el violento suceso mientras un mujer llegaba al negocio. Era la dueña del auto que Correa estaba polarizando. Al parecer, los investigadores le explicaron que se debían realizar pericias antes de entregarle el vehículo. La mujer sólo atinó a preguntar si el auto tenía manchas de sangre.

En la parte delantera del local, el fiscal Bianchini conversaba con algunos jefes policiales y peritos de la Policía de Investigaciones rodeados de algunos vehículos estacionados en las cocheras. Mientras esto ocurría el dueño del inmueble donde está emplazado el negocio caminaba. El hombre se estremeció cuando escuchó el disparo y bajó de la planta alta de la propiedad donde vive.

«No me digan». Sobre las 18.30, una mujer joven acompañada de un muchacho llegó a la escena del suceso. Se paró sobre el encordado perimetral que se coloca después de los homicidios. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas. «Por favor no me digan que es Pablo», imploraba. Nadie se atrevía a responderle hasta que un hombre cincuentón la abrazó y le dijo lo que la mujer no quería escuchar: «Pablo murió».

La mujer estalló en llanto y el muchacho que la acompañaba le extendió los brazos para consolarla. Luego se alejó unos metros y alcanzó a murmurar que la esposa de Correa todavía no se había enterado de la trágica noticia. Unos minutos después, la esposa del hombre asesinado llegó al local comercial. Primero se agachó y después se sentó en la vereda. La mujer no paraba de llorar abrazada a dos amigas. Cerca de ella, un policía apoyado sobre un patrullero lagrimeaba. La mujer no podía entender una muerte tan absurda.

Un rato antes, un compañero de trabajo de Correa contaba que uno de los ladrones le pidió la llave de la moto a uno de los empleados pero finalmente no se llevaron el rodado. Hasta anoche, según Bianchini, no se había determinado si los malhechores escaparon en algún vehículo. El fiscal también señaló que tenían «expectativas» de identificar a los ladrones en las imágenes registradas por las cámaras de video. El dueño del negocio no estaba porque había viajado a Mar del Plata de vacaciones.

A las siete de la tarde, la esposa de Correa estaba sentada en la vereda esperando el arribo de la mortera que trasladó a su esposo al Instituto Médico Legal para la realización de la autopsia de rigor. Sus ojos ya no derramaban lágrimas. Tal vez pensaba cómo iba a decirles a sus dos hijos mellizos de cinco años que al padre lo habían asesinado.

Funcionario se acercó al lugar

Alrededor de las 19 de ayer el secretario de Seguridad de la provincia, Gerardo Chaumont, se acercó hasta Black World, el local donde horas antes había sido asesinado Pablo Correa. Durante algunos minutos el funcionario del ejecutivo santafesino conversó con el fiscal de Homicidios a cargo de la investigación, Ademar Bianchini, para conocer detalles del violento suceso y luego dialogó con algunos oficiales de la policía rosarina.

(La Capital)