La violencia sirve a cualquier amo

Tomar conocimiento de que Irán sumó sus tropas a la ofensiva rusa en Siria, me permitió confirmar que la humanidad no ha cambiado ni un ápice.
Continúa haciendo lo que viene cumpliendo con horrenda eficiencia desde que existe en nuestro planeta: matar con implacable eficiencia.

Y como se aferra de forma desesperada a la perspectiva de su total destrucción, intenta evitar el uso de instrumentos destructivos que derivarían en una confrontación nuclear final, de la que la nuestra especie no tendría casi ninguna probabilidad de sobrevivir.

La guerra que se desarrolla en Medio Oriente, -como cualquier otra que se inicie en el orbe-, es la resultante de la apremiante relación “hombre a hombre” y es casi tan biológica y cultural, tan complicada y real y, sin embargo, tan dependiente de las aptitudes desarrolladas por el hombre al momento en que comenzaron a producirse los primeros choques y discrepancias en pequeña escala, surgidas de la necesidad de aprender a mandar y obedecer, proteger a la comunidad del entorno a través del acrecentamiento del vigor físico y el talento para calibrar al adversario el que una vez muerto le transfería su carne y parte de su espiritualidad.

En esos tiempos inmemoriales la guerra era controlada mediante el ritual de la violencia. Se eliminaba al enemigo en pequeños grupos y -como ocurre aún hoy-, los que luchaban lo hacían a favor de su clan, su club o su pelotón. En esos tiempos no existían generales, ni siquiera caciques hasta que el saber simbólico produjo el “crak” que nos incitó como especie a fantasear sobre el enorme poder de nuestras armas, sean nucleares, misiles o simples armas de puño, que nos obligaron, en el tiempo, a descreer de todos aquellos que nos llenan los oídos con las palabras paz y desarme, entre otras.
Mientras tanto, el arma más mortífera de que dispone el soldado no es otro que al corteza cerebral situada bajo su casco de guerra.[1]

Los antropólogos saben que el gran cambio evolutivo -el reemplazo de la adhesión a los hombres por la adhesión a determinados símbolos- fue indispensable para que los hombres y mujeres superasen la brecha entre el primate componente de una horda y el perteneciente a una tribu, la que a su vez, degeneró en la división general de la especie. En la época previa al simbolismo todos los conflictos eran reales. Actualmente podemos suscitar conflictos con cualquier elemento que hallemos a nuestro alcance.

De esto se infiere que los motivos y justificaciones para matar son tan numerosos como las manifestaciones y lo que es más grave, para los combatientes, las guerras en las que ellos intervienen son justas y se hallan siempre listos a atacar a cualquier otro grupo que en su opinión se opone a sus intereses.

La violencia sirve, en definitiva, a cualquier amo y hemos inventado diversos mecanismos para ejercer la violencia a gran escala.

[1] Psicología de los hombres en guerra. Gray.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com