El rompecabezas de la muerte en Rosario (XX) [1]

Juan Galiffi, nacido en 1893, había llegado desde Italia a nuestro país en 1910 como un clásico linyera, bastante sucio, desaliñado y sólo con un “mono” de ropas en una bolsa y como ocurría habitualmente, sus pares itálicos le dieron una mano.

Ni lerdo ni perezoso, con el dinero que le facilitaron instaló un negocio y ya, al primer año, como una clara muestra de que tipo de persona era, fue detenido.

Tras salir de la prisión se sentía vigilado e inseguro y ello lo decidió mudarse a la provincia de Salta, regresando el 12 de octubre de 1912 para protagonizar un robo que alcanzó notoriedad. Por el atraco nuevamente fue apresado y posteriormente puesto en libertad por falta de pruebas.

El 13 de mayo de 1913 cayó preso nuevamente tras ser imputado de un asalto a mano armada, cometido en el Ingenio La Mendieta de la provincia de Jujuy y al año siguiente, más precisamente el 20 de marzo, fue procesado por otro episodio delictivo que lo tuvo como elemento central de una investigación, esta vez en la provincia de Córdoba.

Para ver si lograba cambiar su suerte, volcó su accionar en la actividad especulativa e invirtió dinero en campos de San Juan y en una propiedad de Buenos Aires, como acostumbraban hacer otros marginales, llegando a hacerse famoso por ser el que lograba imponer el precio del tomate y los huevos en un vasto territorio.[2]

Otros mafiosos, mientras tanto, como pantalla a su real cometido, se desempeñaban como carboneros y dueños de chacras, aunque también monopolizaban el comercio del pescado, que traían desde el puerto de Mar del Plata.

Un tercer grupo se decidió, de manera intensa, a desarrollar sus cualidades personales para hacerse un lugar en la política, apoyando a Ricardo Caballero y a Juan Cepeda.

Precisamente Caballero fue quien comenzó a analizar al obrero desde una perspectiva criolla y es entonces que para la burguesía ello significó la ruptura social –hoy la denominan la grieta-, y un intenso inicio de un serie de transformaciones.

Galiffi, alias “Chicho Grande”, el 6 de junio de 1928 terminó, una vez más, capturado. Las pesquisas de la policía lograron relacionarlo, en Buenos Aires, a un intento de estafa contra Lorenzo Bardoy.

El mafioso y sus cómplices le habían propuesto a Bardoy la venta de maderas de primera calidad, con un costo de 278 mil pesos y Galiffi, que se hacía pasar por Juan Faile, viajó con la víctima hasta la localidad de San Barjas, en Brasil.

Allí, a “Chicho Grande” le hicieron entrega de un primer pago de 65.000 pesos en carácter de anticipo y más tarde, el estafador se metió en el bolsillo un nuevo importe a cuenta de un cargamento de madera que nunca existió.

Por el engaño, Galiffi estuvo preso en la Cárcel de Encausados, de calle Zeballos al 2800, pero luego logró zafar de la prisión.

*

El mafioso que nos ocupa, cuando todavía se desempeñaba, para despistar, como un “peluquero trucho” debió resistir un complot organizado por otros “capos” que habían decidido enviar sus “soldados” para pasarlo a retiro forzoso, -en el transcurso de una jornada hípica- de la faz de la tierra.

La resolución del ataque sería inversa a lo planeado, esto es la muerte violenta de los “ejecutores”, a manos de los “pesados” de Galiffi. Pero allí no terminó todo. En realidad fue el principio del fin de “Chicho Grande”.

La llegada del orejón Marrone

A todo esto, terminaba de aparecer en escena un formidable, ambicioso y violento competidor de Galiffi: Francisco Marrone, un delgado orejón, pintado a la gomina, con lentes y traje cruzado con corbata, que bajó el nombre de Alí Ben Amar de Sharpe y el alias de “Chicho Chico”, intentó quitarle en vano el control de la mafia de Rosario.

El pistolero llegó a Rosario a principios de 1930, en los inicios de lo que terminó en denominarse la “década infame” para desafiar a “Chicho Grande”. Se encontró con que la División Investigaciones de la Jefatura de Policía, a cargo de Martínez Bayo, un policía con calvicie pronunciada, bigotes espesos, de complexión física mediana y obsesivo en el alcance de sus objetivos lo tenía vigilado de cerca.

Con Marrone comenzaría un ciclo de actos violentos más notorios que lo que se conocía hasta entonces en Rosario y su accionar dispararía titulares de primera plana a nivel nacional, los que culminarían con su muerte oscura, decretada por aquél a quien había pretendido eliminar.

Dominado por la seducción de formar parte de la honorable sociedad, “Chicho Chico” decía a quien lo quisiera escuchar que había nacido en Constantina, en el 1900, como hijo de Niyima Bazis, de origen sirio y Elías de Sharpe, de nacionalidad egipcia. En realidad todo era nada más que una mentira armada hasta en el más mínimo detalle.

Como sospechaban de los datos presuntamente falsos que escuchaban y tenían a mano, las autoridades locales le solicitaron al Ministerio del Exterior de Italia la confirmación de la identidad del misterioso sujeto y el organismo itálico no tardó en dar datos específicos: En realidad, el sospechado había nacido en Palermo el 9 de febrero de 1898 y en su ciudad natal era conocido como un famoso malandra, el que dejó una roja estela de homicidios.

En ese sentido, la justicia italiana indicó a la policía de nuestro país que el 16 de junio de 1924 el investigado había asesinado a Luigi Dannatolia y el 16 de agosto del mismo año a Vincenzo Palazzolo, crímenes por los que los tribunales palermitanos habían solicitado su captura. Vale apuntar que el 14 de julio de 1926 al buscado se le agregó el cargo de asociación ilícita.

Como resultante del seguimiento policial, Marrone, apremiado también por una constante persecución judicial hizo las valijas y se mudó a Marsella, siendo detectado el 3 de enero de 1930, razón por la cual el Consulado General de Italia pidió su extradición al gobierno francés.

El malviviente estimó que ese fue el momento clave en que lo decidió a fugarse hacia Argentina, procedente, tal vez, de Estados Unidos o de Brasil, aunque las versiones más habituales lo mencionaban como que había logrado obtener contactos con el gansterismo yanqui.

Datos de difícil confirmación sitúan posteriormente a Marrone en Buenos Aires, ciudad en la que se puso en contacto con mafiosos locales, entre los que se encontraba Simón Samburgo, quien a su vez, había arribado a la capital argentina proveniente de Rosario, más precisamente de la Cárcel de Encausados.

Samburgo, detectado por policías rosarinos cayó detenido y declaró a sus captores que “”Chicho Chico” tenía el objetivo final de tomar el lugar de Galiffi.

“No lo asusta la muerte y su propósito es inclaudicable”, declaró el detenido.

Ya en Argentina, Marrone había decidido convertirse en el “Capo di capi” de la organización mafiosa rosarina y para ello apeló a una elegante forma de vestir, a llenarse los dedos de sus manos con anillos de tamaño desmesurados y hasta se hizo pasar por ingeniero argelino, llegando al colmo de hacerse colocar una reluciente placa en el frente de su vivienda, ubicada en la zona sur –Arijón 1010- pleno barrio Saladillo, siendo vecino del Regimiento 11 de Infantería, cuya más alta autoridad era la del coronel Lebrero, quien simultáneamente actuaba como jefe de Policía.

*

Pedro Amorelli, un peón del Mercado de Abasto, no imaginó nunca que sólo con 46 años moriría asesinado el 21 de agosto de 1930 por la banda de Marrone, y menos con su propia arma.

En su domicilio de Saavedra 1346 venía recibiendo cartas extorsivas, a las que no les quiso prestar la debida atención. En una de las heladas noches del agosto de Rosario, acompañado en su casa por su hija, de 19 años, escuchó ruidos extraños. Salió de la vivienda y al no detectar el origen de los ruidos, reingresó y tomó el arma que tenía en el placard y volvió a salir para encontrarse, sorpresivamente, con individuos que comenzaron a escapar del lugar hacia una de las esquinas.

Amorelli no dudó en perseguirlos y su hija escuchó luego dos detonaciones. Hacia allí decidió ir ella y se encontró con su padre tirado en la vereda, manando sangre a borbotones de dos impactos de bala en su cuerpo. Ya estaba agonizando y junto a él se encontraba su arma con dos cápsulas servidas. A los pocos instantes dejó de existir. Marrone fue relacionado con el crimen, pero la indagación no llegó a nada concreto.

Marrone se mostraba en los mejores restaurantes de moda para, además, exhibir una riqueza que no poseía y a la que tampoco nadie podía discutir por ser imposible de verificar.

Eso bastó para encandilar a María Esther Amato, con la que se casaría por civil el 22 de febrero de 1932.

Para colmo, a principios de 1931 la policía recibió la orden de dejar de investigar “al señor De Sharpe”, ya que se trataba del futuro pariente del secretario de la Jefatura de Policía rosarina”, admitió en su momento el comisario Félix de la Fuente.

Rodeado de un séquito de colaboradores e innúmeros invitados, firmó el acta de casamiento aportando datos de filiación que autores como Rafael Ielpi califican de improbables. [3]

Los hermanos de Esther –Héctor, Arturo y Armando-, a Marrone le abrieron las puertas a su relación con la alta sociedad y Armando, el 6 de septiembre de 1930, pasó a desempeñarse como secretario privado de Lebrero, mientras su hermano Héctor hacía lo propio como abogado policial.

Otro destacado autor –Héctor Zinni- lo pintó a “Chicho Chico” como un sujeto que estacionaba “un automóvil de precio por la mañana y otro distinto por la tarde en la puerta de las confiterías de lujo, donde bebía su aperitivo o del restaurante de categoría donde almorzaba y cenaba”.

En principio, Marrone optó por relacionarse amistosamente con “Chicho Grande”, quien admitió a la policía –que lo seguía a sol y a sombra- que había conocido a “Chicho Chico” en el hipódromo de Palermo e incluso –trascendió luego-, le brindó el apoyo de sus hombres como un gesto amigable.

Galiffi, admitió a sus matones que Marrone tenía una personalidad ostentosa, amante del lujo y del bien vestir, así como de los buenos modales.

“Chicho Chico” no era un improvisado: Tras llegar a Rosario lo primero que hizo fue recorrer la región donde vivía por el lapso de dos semanas y luego conformó una asociación delictiva.

Con el tiempo “Chicho Chico” buscó cohesionar a los mafiosos bajo su mando y poner en cuestión a la autoridad de Galiffi. Luego conformó su banda, de la que formaron parte José Consiglio y Raimundo Arango, quienes habían llegado a Argentina desde la ciudad de Agrigento (secretario y chofer, respectivamente); José de la Torre, proveniente de Mineo, Catania- quien se hacía pasar por constructor-, y Carmelo Vinti, cuñado de Marrone, nacido en Raffarale.

En la banda La Torre se hizo especialista en el planeamiento de los secuestros, siendo el organizador del grupo que secuestró a Ayerza, en la provincia de Córdoba. Vestía a la moda, con el clásico sombrero, saco y corbata al tono de la camisa, a lo que sumaba una barba incipiente, con claros en su rostro, quizás por un problema en la piel.

Para hacerse conocido entre la clase adinerada de Rosario, Marrone, prescindiendo de sus choferes y utilizando taxis, se hacía trasladar a la confitería del Jockey Club, de Maipú y Córdoba, donde haciéndose pasar por un hombre muy relacionado, solicitaba “anticipos de dinero” para hacer gestiones tendientes a liberar presos, trampa en la que cayó hasta el mafioso Luis Dainotto, que tenía a su hijo tras las rejas de un penal.

Acciones delictivas resonantes

Vale referir, además, que con la aparición de Francisco “Chicho Chico” Marrone, -que al principio de su carrera delictiva era conocido como “Don Pepe”-, las tácticas más agresivas del mismo, causaron importantes fisuras en la mafia local, ya que concitaron una atención pública no deseada sobre las actividades delictivas de los restantes mafiosos. “Chicho Chico despertaba la momia”, decían otros delincuentes de la época y para ellos era ese mecanismo sumamente negativo.

En marzo de 1931 diversos mafiosos locales comenzaron a concurrir a la oficina de Marrone, donde eran sondeados y se les daba a entender que les daría “trabajo”.

A todo esto crecía en Rosario Santos Gerardi, -como otro mafioso a considerar-, siendo convocado por “Chicho Chico”. Gerardi había arribado a dicha ciudad en la década del 20, corrido por la campaña antimafia de Benito Mussolini. Se había hecho conocido entre sus pares por un atentado con armas de fuego contra Cayetano Pendino. Era un tipo violento, rebelde y no interesado en encargarse de los trabajos sucios.

Poseía un vehículo y un empleado –La Torre-, quien conducía cuando llevaban adelante acciones delictivas.

Gerardi alternaba su estadía entre Rosario y Venado Tuerto, donde vivía su novia Celestina Busellato, propietaria de un lugar en el que se servían comidas.

A todo esto, Marrone, el 27 de abril de 1931, decidió concretar un cónclave en el que intentaba dirimir las diferencias existentes entre mafiosos y el lugar elegido fue una quinta de la ciudad de San Lorenzo, que custodiaba José Logiácomo.

Participaron de la reunión presidida por el mismísimo Marrone Luis Dainotto, Esteban Curaba, Juan Michelli, Diego Vitino, Felipe Scilabra, Luis Montaña, Salvador Mongiovi, Carmelo Vinti, José Consiglio, José La Torre, Raymundo Arangio, Santos Gerardi, Santiago Bue, José Logiácomo, Carlos Cacciano, Felipe y Leonardo Campeone, Diego Raduzzo, Romeo Capuani y Vicente Ipólito, así como Blas Bonsignore, Joaquín Logrecco y los hermanos Gaspar y Pascual Brocoleza, en su totalidad miembros de la delincuencia organizada.

Los asistentes habían sido convocados en el escritorio de La Torre y en la carbonería de Sciabra. Pasado el mediodía se trasladaron a la aludida quinta donde “Chicho Chico” hizo un aparte con Consiglio, Micheli, Gerardi, Arango y Capuani, quienes estaban armados a tal punto y sin remilgos que Consiglio portaba una escopeta.

Marrone hizo ingresar luego a la habitación principal a Dainotto, Curaba, Scilabra, Raduzzo, Mongiovi, Ipólito y Costanza. El resto de los invitados permaneció en el patio, a las órdenes de Consiglio, quienes desde allí escuchaban las recriminaciones del jefe que en un momento dado dijo que entre el grupo había espías.

Imputaba a los gritos a Curaba de “atentar contra los reglamentos de la Sociedad” y luego no se privó de atacar a Dainotto diciendo que era informante de la policía.

El final no se hizo esperar: Dainotto y Curaba fueron ahorcados con una soga al cuello, la que también fue usada para atarles con sus extremos a la piernas, colocadas previamente hacia atrás, de manera que las víctimas quedaran arrodilladas mientras morían por asfixia.

Pero allí no terminó todo. De inmediato Morrone le ordenó a Arangio que fuera a Rosario a buscar a Cayetano Pendino y le dijera que lo esperaba para hablar con él. El antiguo consejero acudió a la cita y al llegar al lugar fue asesinado a balazos.

A las mujeres de Dainotto y Curaba se les enviaron telegramas en los que los asesinados les hacían saber que se hallaban en Montevideo. El 12 de mayo fueron hallados los cadáveres en una fosa cavada junto al Carcarañá, cerca de la localidad de Serodino.

Los restos mortales de Pendino fueron desenterrados el 12 de abril de 1938 del interior de otra fosa, cavada en este caso, en el patio de la casa de Logiácomo.

El secuestro de Andueza

A pesar de lo ya apuntado, los hechos delictivos más importantes de los que participó de una u otra forma Morrone alcanzaron su cúspide el 28 de agosto de 1931, con el secuestro de Florencio Andueza, un poderoso empresario.

Andueza, sigilosamente, luego de ser apresado, fue trasladado por los secuaces de “Chicho Chico”, al Barrio 5 Esquinas de Rosario, desde donde se hicieron las tratativas que le dieron un rédito al mafioso de 100 mil pesos. De esta manera se iniciaba una serie de ataques y homicidios que tenían como destinatarios a componentes de la burguesía y la clase alta de Rosario.

“Chicho Chico” tuvo a su cargo el armado de la operación; José Consiglio transmitió y supervisó el cumplimiento de las órdenes; Santos Gerardi hizo la inteligencia previa y el resto de la banda llevó adelante el secuestro.

La víctima, tras ser dejada en libertad, se negó a brindar información a las autoridades y optó por refugiarse en Chile por un lapso extenso. El terror a represalias hicieron el resto y la captura, cobro de dinero y libertad de Andueza quedaron en la oscuridad abisal que evita todo esclarecimiento del secuestro…aunque por poco tiempo…

…ya que, inesperadamente, comenzaron a circular versiones que mencionan como probable autor del rapto a un sujeto que se haría llamar “Don Pepe”.

Pepe, según esos mismos datos, había contratado a dos mafiosos experimentados cuyos apellidos serían Amado, Gerardi y Capuano, quienes habían sido implicados en las muertes violentas del procurador Romano y del hijo de un millonario de apellido Vivert, ideólogo del homicidio. A los dos criminales los secundaban los hermanos Antonio y Víctor Michelli, Celestino Fernández, Miguel Cruzetti y Segundo Buisillatto.[4]

Juan Amado fue asesinado luego por Felipe Campeone, debido a que no estaba conforme con la participación económica que recibió al producirse el reparto del botín. Fue muerto en presencia de “Chicho Chico” el 11 de enero de 1932.

El 31 de marzo del mencionado año otro grupo mafioso, por órdenes del propio Marrone, secuestró a Julio Nannini, de 19 años y a Carlos Gironacci, de 15, en cercanías de Albarelos.

Nannini era hijo de un comerciante y acopiador de granos y la investigación, una vez más, relacionó con el delito a Santos Gerardi, Romeo Cappuani, Francisco Campeone, Juan Vinti y José Frenda. El caso terminó bien para las víctimas, las que lograron fugar de una casa de la localidad de Marcos Juárez –Córdoba-, donde estaban secuestrados.

Precisamente la ciudad de Marcos Juárez fue escenario de otro secuestro ampliamente divulgado: el de Abel Ayerza, ocurrido el 23 de octubre de 1932, cuando el mismo y dos amigos regresaban de la estancia El Calchaquí, junto al mayordomo Juan Bonetto.

En el camino un hombre les hizo señales con una linterna y al detenerse las víctimas fueron reducidas por Gerardi, Capuani, Juan Vinti y Frenda.

El 9 de noviembre de 1932 Marrone anunció un acuerdo comercial con Galiffi.

Las vueltas del destino

El destino hizo que a Rodolfo Goyenechea, -quien había asumido como jefe policial en Rosario el 22 de febrero de 1930-, le tocara enfrentar a la mafia italiana, organización que estuvo, debido a ello, a punto de dejar de existir.

En Rosario, uno de los factores claves para desbaratarla fue que el ascenso social que habían gozado varios capos mafiosos itálicos durante la década del 20, empezó a peligrar, cuando los cambios producidos, al asumir el gobierno de facto, chocaron con nuevas modalidades, más agresivas, de los delincuentes de hacer sus negocios.

Los delincuentes continuaban cometiendo los mismos crímenes y extorsiones, pero en forma silenciosa. Se mataba en un lugar al sujeto elegido y se lo enterraba en un paraje apropiado.

La familia del extinto sabía del homicidio y nada decía a la policía. Se ponía luto y al preguntársele por el muerto, expresaba que se había trasladado de improviso y sin decir nada”.[5]

Pero eso no era todo para Goyenechea, ya que paralelamente, debía luchar contra los jefes de la Migdal, organización tenebrosa sobre la que cabe agregar una serie de acotaciones:

“La misma funcionaba como una fábrica en condiciones de trabajo a destajo”. [6]

En 1930, fue detenido otro siniestro personaje: Simón Rubinstein, como consecuencia de una importante investigación sobre contrabando. El apresado, un viejo socio de la Zwi Migdal, organización que regenteaba uno de los locales, donde como apuntamos, las mujeres se dedicaban a comerciar con su cuerpo. Al día siguiente fue liberado, aunque prontuariado. Era un acaudalado comerciante que caía preso por primera vez.

César Etcheverry, a cargo de la División Investigaciones, tuvo que admitir que lo dejó libre, debido a que “no estaba catalogado como contrabandista ni como amoral. [7]

En su trabajo de investigación, la historiadora Elsa Ducaroff sostuvo que “Las chicas trabajaban diez horas por día, con un franco semanal”. Atendían algunas de ellas hasta 600 clientes por semana –cifra que no compartimos, por considerársela fisiológicamente excesiva-, aunque sí debemos apuntar que para que los cuerpos aguantaran tantas relaciones carnales, se dice que “les daban cocaína.

Evidentemente, con los datos expuestos, compartimos el criterio de una de las prostitutas que trabajaban en esa época y a la que menciona en un párrafo la escritora Ducaroff: “Es imposible que en 1920 no haya habido sospechas de alguien que llegaba, buscando novia, a las aldeas más pobres de los pueblos judíos de Europa Oriental, para casarse y llevarse a su mujer a Buenos Aires”. Así se iniciaba el camino a la prostitución.

En Buenos Aires y Rosario, la comunidad judía miraba para otro lado mientras esto sucedía e hizo lo propio cuando, en 1930, Uriburu desterró a los “cafishios”.
Esto determinó que los imputados judíos abrieran –para disimular en parte su actividad- la ya mencionada mutual Varsovia. La colectividad les tenía prohibido entrar en las sinagogas, a sus mutuales y ser enterrados en sus cementerios. Es esa la razón por la cual la primera versión de la Zwi Migdal o Asociación de Socorros Mutuos Varsovia, se constituyó para poder tener un cementerio.

De hecho la mutual cambió su nombre, debido a una denuncia realizada por la colectividad judía ante la Embajada de Polonia que, obviamente, no protegía a sus connacionales. Las prostitutas, con muy bajos niveles de educación, no tenían plena conciencia de su explotación y en los momentos que la tenían, les era inculcada por los grupos anarquistas y de izquierda.

Otras de las circunstancias decisivas para el comienzo de la caída de la Zwi Migdal fue la determinación tomada por un grupo de rufianes de fundar la Asquenasum Pelosa, obligando a las autoridades a endurecer la política inmigratoria.

*

Para esos tiempos, Juan Galiffi ya se había convertido en un conocido industrial y estaba instalado en Pringles 1255 de la Capital Federal. Desde allí gerenció una empresa dedicada a la realización de muebles finos, mientras percibía las rentas que le devengaban tres propiedades que poseía en Caucete, por un valor aproximado a los 75.000, 70.000 y 20.000 pesos, respectivamente. Poseía, asimismo, otras por valor de 53.000, 30.000 y 20.000 pesos en la localidad de Trinidad.

Posteriormente adquirió otras en Buenos Aires, Rosario y Montevideo y hasta tuvo administrando caballerizas, llegando a ser propietario de Fausto y Guayra, los que utilizaba para “arreglar” el resultado de carreras, comprando la voluntad de jockeys y entrenadores. Así, Fausto obtuvo importantes premios en Palermo y la Plata.

*

Tras conocerse públicamente el matrimonio de “Chicho Chico”, Diego Raduzzo, amigo de Juan Galiffi intercedió ante Marrone y le transmitió la invitación para que alojara en su casa de Pringles 1253, en Buenos Aires, para arreglar diversos negocios.

Sin pensarlo dos veces Marrone viajó y fue recibido por la esposa y la hija de Galiffi, Rosa Alfano y Ágata. Fue Rosa la encargada de avisarle que su marido Juan había viajado de urgencia a la provincia de San Juan, pero que lo esperaban sus hombres de confianza: Luis Corrado, Juan Rubino y Juan Glorioso. Mientras tanto, en otras dependencias de la vivienda estaban José Ciotta – ahijado de Galiffi-, Nicolás Frana y Pedro Laplusa.

Enterado de las novedades, Marrone llamó a su esposa a Rosario para indicarle que había llegado y luego todos se fueron a cenar a un restaurante de Corrientes y Paraná.

Ya de regreso a la casa de Marrone fue acompañado a su dormitorio, en la planta alta y al momento en que se sentó a probar su cama fue atacado por Rubino, quien comenzó a ahorcarlo con un alambre que le alcanzó Corrado, mientras sus cómplices lo sujetaban.

Los restantes componentes de la banda de Galiffi, atentos a lo que sucedía escuchaban desde otra de las habitaciones los gritos ahogados de Marrone con cuatro vueltas de alambre en su cuello.

El cuerpo sin vida de Marrone fue envuelto en una bolsa de lona y colocado, no sin esfuerzo de sus asesinos, en el baúl del auto de Galiffi, con el que fue trasladado a una quinta situada entre las localidades de Castelar e Ituzaingó que alquilaban Luis Buttera -un ex empleado de Galiffi-, Antonio Montagna y José Muratore.

*

Días después, María Esther Amato, que se había presentado en la casa de calle Pringles, en la búsqueda de noticias sobre su esposo, Rosa Alfano, muy suelta de cuerpo y con un cinismo asombroso, le espetó a su interlocutora que “le parecía raro que su esposo no le dijera que había viajado a Estados Unidos”.

Amato el 21 de agosto de 1933 –quizás presumiendo su asesinato-, denunció a su esposo de abandono del hogar y solicitó la anulación del matrimonio. Los cuñados de Marrone no se preocuparon por la muerte del mafioso y dejaron entrever que estaban avergonzados de ser sus parientes.

En 1938, las declaraciones de Simón Samburgo llevaron a la justicia a disponer excavaciones en una quinta de Morón en las que se encontró el cuerpo de Marrone.

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[1] El 20 de noviembre de 2014 iniciamos el tenebroso recorrido de violencia y muerte con el que se fue cubriendo el camino histórico de nuestra ciudad y al momento de ser publicada esta columna se llegó al vigésimo ejemplo histórico de una zaga que continuaremos en el tiempo hasta la actualidad.
[2] Muchos mafiosos, luego de arribar a Rosario, ayudados por sus compatriotas ya asentados en la ciudad, empezaron su actividad comercial como verduleros y no pocos de ellos tomaron el control comercial de ese sector productivo.
[3] Rafael Ielpi menciona en tal sentido la condición de soltero de Morrone y sobre sus padres alegó que “habían fallecido”.
[4] Rafael Ielpi, Vida Cotidiana Rosario 1930/1960, pág. 87.
[5] La Policía. Martín Edwin Andersen. Pág. 121/122
[6] El infierno prometido. Elsa Ducaroff.
[7] Alzugaray, op, cit p. 73-74, citado por Martín Andersen , La Policía. P. 98. Edit. Sudamericana.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com