Perpetua para Javier Pino, el asesino de los hermanos Ponisio

La mañana del 16 de octubre de 2015 Agustina se levantó para ir a su trabajo en un sanatorio céntrico. Enfundada en su uniforme, tomaba unos mates en el living de su casa cuando fue asesinada de tres tiros en la cabeza. El ruido que se escuchó fue seco, relató un vecino, pero lo suficiente para que su hermano, que dormía en la parte superior, bajara. Se encontró con el asesino a media escalera. Todo hace suponer que atinó a subir y fue atacado a tiros por la espalda. Cinco disparos recibió el muchacho, uno de ellos en la cabeza. El vecino fue clave: dijo que además del ruido vio salir a un hombre que subió a un auto que fue tomado por una cámara de seguridad del 911. El padre de las víctimas lo reconoció como Javier Hernán Pino, un amigo de Agustina que sabía ir a la casa. Pino fue detenido una semana después en Santiago del Estero con pertenencias de las víctimas y dos armas, una de ellas la homicida. La imagen del amigo, el chico agradable, se transformó en la de un asesino múltiple con cuentas pendientes con la Justicia por crímenes similares. Ayer, Pino aceptó un acuerdo abreviado por doble homicidio criminis causa, robo calificado y portación. Lo condenaron a prisión perpetua. Es la segunda pena máxima que recibe.

Los hermanos Ponisio tenían sonrisas francas: sus perfiles de Facebook aún lo reflejan. Agustina tenía 28 años y su hermano Javier 26. Fueron asesinados en el lugar donde más seguros se podían sentir, en su hogar. Para el fiscal Florentino Malaponte, Javier Hernán Pino abusó de la confianza que Agustina le brindó con su amistad. El día previo a la muerte un domo municipal, ubicado en Córdoba y Oroño, tomó el auto de Pino minutos después del ingreso de Agustina a su trabajo. Una amiga contó que Agustina había perdido sus llaves; presumía que se las había olvidado en el auto de Pino.

Esa mañana de octubre de 2015 la chica desayunaba en su casa. Su padre estaba en el sur y su madre había ido a una clase de Pilates. Su hermano dormía en la planta alta de la casa ubicada en Castro Barros al 5500. Un vecino escuchó golpes secos: no los describió como disparos, pero le llamaron la atención. Poco después vio salir de la casa a un hombre que subió a un auto y se retiró. Con este dato los investigadores revisaron una cámara de seguridad del 911 que está a una cuadra y observaron el vehículo.

El padre de la víctima lo identificó fácilmente: era el auto de Javier, el amigo de Agustina. Varios amigos de la chica también lo reconocieron. El fiscal pidió la intervención de la línea de celular de Pino pero ya lo había descartado. Entonces solicitó su captura.

Una amiga de Agustina que conocía a Pino tuvo una conversación por chat con el muchacho; este diálogo se dio cuando aún no se sospechaba del acusado. En la charla, la chica le preguntó si se había enterado de lo que había pasado con sus amigos. Pino dijo que estaba enterado. Y comenzó a preguntarle qué sabía de lo que salía en los diarios. En esos días se ubicó a una ex pareja de Agustina, quien era colectivero. El muchacho se presentó espontáneamente, declaró y quedó fuera de la investigación, pero eso Pino no lo sabía. Finalmente le dijo que hacía tiempo que no veía a la chica.

El 21 de octubre de 2015 Pino fue detenido en Santiago del Estero. Un allanamiento al departamento donde vivía dio con el muchacho, hoy de 27 años, y varios objetos robados a las víctimas rosarinas, entre ellos una pulsera de Agustina que tenía desde su bautismo. También se secuestró el auto del acusado y dos armas de fuego. Un peritaje balístico efectuado en Salta determinó que una de ellas había sido la homicida, una pistola marca Taurus.

El móvil

Un primo de las víctimas tenía un emprendimiento de venta de quesos con Javier Ponisio. El día anterior había estado en la casa. Allí conoció a Pino y delante del acusado mantuvo una conversación con Javier sobre la recaudación de los quesos. El muchacho dijo que Pino sabía que su primo tenía plata en la casa.

Malaponte aseguró que fue un fusilamiento, Agustina recibió tres tiros en la parte frontal del cráneo cuando tomaba mates en el living y su hermano fue encontrado en la escalera. Tenía cuatro balazos en la espalda y uno en la cabeza con una trayectoria de atrás hacia adelante. Otro dato estremecedor es el posible uso de un silenciador en el hecho. La prueba pericial determinó la probabilidad ante la deformidad en las estrías de los plomos hallados en los cuerpos, lo que se correspondería con lo declarado por el testigo que escuchó un ruido seco. Los investigadores presumen que uno de los tiros rebotó en una superficie ruidosa y eso llamó la atención.

Malaponte dijo que llegó a un acuerdo con la defensora oficial Nancy Zully: prisión perpetua por doble homicidio criminis causa, robo calificado y portación, planteo que fue consentido por Pino y homologado por los jueces Gonzalo López Quintana, Patricia Bilotta y Juan Andrés Donnola.

Los otros crímenes

Daniel Ríos era un playero de una estación de servicios de la localidad de El Galpón, en Salta. Fue asesinado el 13 de julio de 2015 con un disparo en la cabeza cuando dormía. Pino vivía en esa localidad y conocía a la víctima. Durante el juicio dijo que fue un accidente, pero la justicia salteña lo condenó a prisión perpetua. La condena está recurrida.

Pero no son las únicas causas que enfrenta. En Capital Federal está sospechado de cometer dos homicidios. En febrero de ese mismo año Ni Qi Fu, el dueño de un supermercado del barrio de Balvanera fue asesinado cuando ingresaba al local. El matador terminó de entrar el cuerpo al negocio y se fue tras cerrar con llave.

El otro hecho es de abril de 2015. Marcela Sosa tenía 32 años y vivía en un departamento del barrio de Tribunales. Fue ejecutada. Los investigadores detectaron un contacto en su teléfono celular que lograron desentrañar: pertenecía a Pino. (Carina Ortíz/El Ciudadano)