El rompecabezas de la muerte (Parte XXXIII)

Los comandos civiles

Aquellos que venían siguiendo las crónicas periodísticas que detallaban la violencia imperante en Rosario y su hinterland podrán continuar conformando el rompecabezas que pretendemos armar lo más meticulosamente posible.

En el devenir de la historia que venimos relatando llegamos a un punto crucial: el de la aparición de los Comandos Civiles que aparecieron por primera vez en Córdoba.

El consenso generalizado por ese entonces giraba en torno en que eran “católicos y católicas”, porque –es preciso indicarlo-, había hasta religiosas formando los grupos.

“Eran monjas que –junto con la cruz-, también usaron armas que escondían en las iglesias y cuando salían “en operaciones contra los peronistas” se ponían pantalones”, recitaba el “Chancho” Juan Lucero, uno de los destacados componentes de la Resistencia, mientras con la mirada fija me recordaba, en una entrevista, episodios históricos.

“Los Comandos Civiles fueron cuadros del radicalismo, del socialismo y del comunismo. Asaltaron organizaciones sindicales y colaboraron rompiendo huelgas conduciendo colectivos, acompañados de personal militar cuando se hacían paros. No se privaron de nada. Hacían de delatores y en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, destruyeron colchones y sábanas del Policlínico Evita”, acotó Lucero para este periodista.[1]

Los comandos parapoliciales, que actuaron en Rosario, alcanzaron aproximadamente el número de 500. Provenían de las provincias de Santa Cruz, Río Negro y Chubut. Se los denominaba en la jerga institucional “policías territoriales”.

“Trabajaban en consuno con 200 infantes de marina en la Jefatura de Policía –ubicada en Santa Fe y Moreno-, al mando de Fernández Carranza”, me confió en una entrevista telefónica el ex concejal Gualberto Venesia, quien a los pocos días dejó este mundo[2].

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Tras la caída de Perón

Con el tiempo, Lucero volvió a su casa de Zelaya 1021 de Rosario, junto a sus hermanos y sus padres y al día siguiente se reinsertó en la Resistencia.

“Cuando cayó Perón –recordó el interlocutor de este periodista- trabajaba y enseñaba folklore en el Club San Martín y sin que los alumnos lo supieran hice una poesía que titulé “Compañeros de trabajo”, la que leí. Al terminar la función los Comandos Civiles me detuvieron y me trasladaron a la seccional 12da., donde permanecí incomunicado tres días”.

“Al cuarto día de mi apresamiento, el comisario me autorizó a ir a tomar mate al patio y se hizo responsable de su decisión. Estaba en esa seccional sin que nadie lo supiera y sin acusación alguna. El comisario advirtió que todo era una locura”, comentó el detenido mientras se limpiaba la ropa con la mano, al caérsele en su pierna un pedazo de galletita dulce sobre el pantalón.

Rebuscando cabizbajo entre sus recuerdos, apremiado por las preguntas, el “Chancho” me relató que el abogado Fernando Torres defendió y colaboró para hacer realidad el asilo y la defensa de algunos juramentados con el levantamiento del general Valle, ya que algunos no tenían medios económicos para protegerse legalmente.

Lucero recordó, mientras se tomaba un mate, que “Torres cayó preso con tres cartas de Cooke[3] en su poder, las que le había dado en Ushuaia, destinadas a Perón, a Alicia Euguren[4] y la restante para Enrique Pedro Oliva[5].

El entrevistado tuvo en el diálogo con el generador del texto que tiene el lector en sus manos, un recuerdo especial para “el doctor Pesenti, que era del Sindicato del Calzado. Fue uno de los más activos luchadores que tuvo la cúpula de la Resistencia”.

La memoria de Quagliaro

“Otro –agregó Lucero con la fuerza de sus convicciones personales-, fue Leoncio García, un líder que conocía muy bien donde conseguir los materiales para armar un “caño”, al que se le colocaba pólvora, un detonante y se le adjuntaban tornillos y recortes de hierro. Él organizaba el traslado de los detonantes desde La Calera, donde tenía amigos en el sector de la minería, ligada al área de explosivos. Increíblemente los “caños” se armaban en una vivienda ubicada en las inmediaciones de la Asociación Obrera Textil, en la calle Rubén Darío, en el barrio Arroyito, al lado de la seccional 9na., donde los policías se hacían los boludos y miraban para otro lado, ya que no querían tener problemas con la militancia peronista”, según me señaló, -en otra entrevista- Héctor Quagliaro, un dirigente nacido en Rosario, en 1933, quien llegó a desempeñarse como Secretario General de ATE Rosario, secretario general de la Secretaría General de la Seccional Rosario de la CGT y “Ciudadano Distinguido de Rosario”, homenaje que le rindió oportunamente el Concejo rosarino.

Pero volviendo a Lucero, al concluir la entrevista, él hizo referencia a los 10 días que estuvo preso, en 1958 y a su estadía en “El Pozo”, una de las cárceles de la dictadura.

Aprovechó los últimos minutos de nuestro encuentro para reflexionar sobre su propia historia, recordándome que fue uno de los primeros en subir al monte de Taco Ralo, en Tucumán, donde junto a una mujer y varios jóvenes intentaron establecer un foco guerrillero rural, mientras otros componentes del grupo de militantes apuntalaban la acción desde la ciudad. Fueron descubiertos y terminaron recluidos en prisión.

Lucero compartió el campamento guerrillero con el “Titi” Aranda, quien según el propio Lucero- luego de soportar varios días escondido entre el monte “comenzó a ponerse loco y a gritar demudado ¡Acá nos van a matar a todos! ¡Vámonos!.

-¡De acá no me voy! ¡Dejé mi trabajo y mi familia!–replicó Lucero.

Al día siguiente el “Titi” que se movía como un zombie, se descompuso y vomitó el chocolate que se había tomado en cantidades industriales, afectándoles la vesícula.

Con el correr del tiempo, tras el golpe de Onganía, en el 66, Lucero conformó el Movimiento de Juventudes Peronistas (MJP), con el que llevó adelante las primeras “expropiaciones” a los bancos, las que según nuestro interlocutor “las utilizó para obtener recursos que serían destinados a la lucha armada”.

Uno de los atracos bancarios no se concretó, en primera instancia, porque Cacho “El Kadre”, otro componente del grupo, llegó tarde y el banco había cerrado. A pesar de ello Cacho se acercó a la puerta de la entidad crediticia, golpeó la puerta y se acercó al custodio que la entreabrió, con el cerrojo puesto. Le puso la pistola en la cabeza y el guardia tuvo que abrirle. Luego ingresó el resto del grupo y robaron el banco.

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Lo que sí quedó claro en la investigación llevada adelante por quien esto escribe, es que los procedimientos anti-golpe no fueron muchos, ya que la repercusión de los episodios no tuvo una magnitud destacable. Sí Influyó para que esto ocurra que el jefe de policía, de apellido Kurtzemann y los Comandos Civiles decidieran “peinar la ciudad”.

Fue el propio abogado Maidágan, quien negó a éste periodista que “los comandos civiles no intervinieron junto a los policías, gendarmes y marinos, ya que ese tipo de trabajo no era para la policía”. Obviamente no tomé como verdadera su afirmación.

El apresamiento de Lugand

A todo esto, el promotor en Rosario de la revuelta, Enrique Lugand, junto a su segundo en el mando, fueron, gracias a informantes antiperonistas, detectados y obligados a salir de su escondite de la yerbatera “El Charrúa”, ubicado en una de las intersecciones un pasaje de la zona céntrica – que tiene ahora el nombre del militar. [6]

“Para detener a Lugand, militares y civiles rastrillaron la ciudad y no perdonaron viviendas, departamentos, quintas ni personas. Fue en esos momentos críticos en que mi abuela Mercedes y una militante hablaron con el capataz Nicolini, de la yerbatera “El Charrúa” para que lo escondieran allí”, apuntó –en una entrevista personal-, al autor Juan Carlos Venesia, hijo de Juan Carlos Venesia.

Hasta el refugio de los prófugos, noche tras noche, dos mujeres les llevaron alimentos. Una de ellas era de apellido Santerbi. La restante no era otra que la madre del ya fallecido diputado nacional, ex vicegobernador de Santa Fe, ex ministro de Educación de la misma provincia y –como se señaló previamente-, ex concejal e ingeniero Gualberto Venesia, que también acompañaba a las mujeres siendo un niño al que el 26 de octubre de 2003 un infarto lo entregó a la muerte.

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Pasaron 18 años para que Rosario, mediante sus ediles, le rindiera tributo al general Lugand. Y lo concretaron en la sesión del Concejo Municipal de Rosario del 17 de septiembre de 1974, mediante la ordenanza 2041, generada en el expediente. 1483 P-1974, a través del cual se designó Pasaje General Enrique Lugand “al que tiene sentido de circulación este-oeste, entre las calles Moreno y Balcarce y paralelamente a las calles Catamarca y Tucumán”. La sesión fue presidida por el edil Antonio Andrade, mientras que como secretario estampó su firma un histórico del peronismo: Rosendo Romero.

El proyecto de ordenanza perteneció a la concejala Ana Martínez y a los ediles Oscar Martínez y Andrade, quienes en los consideraciones de la norma señalaron que “El general Lugand fue uno de los hombres de nuestra ciudad que en un momento tan difícil para el país, como lo fue el año 1955, supo mantener la serenidad ante la presión y el desborde provocado contra el pueblo. Deseó la armonía y la unión de los argentinos, antes que el enfrentamiento. Fue por ello que, ante una orden de la superioridad para actuar enérgicamente contra la rebelión desatada por los rosarinos, prefirió el desacato y, consecuentemente, quedó trunca su carrera militar”.

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El control de las fuerzas policiales, aunque nadie aceptó decirlo verbalmente a quien esto escribe, pero sí bajando la cabeza con pesadumbre, posibilitó el traslado de información de inteligencia a la marina con asiento en Rosario, facilitando esta circunstancia -por cierto no menor- el control político de la ciudad.

De esta manera, la creciente militarización convirtió a oficiales y suboficiales de la policía en la línea de choque del régimen. Con la llegada de la Marina al poder en Rosario, también asentó sus reales el Servicio de Inteligencia Naval (SIN), que tuvo acceso absoluto a los archivos policiales.

Kurtzemann, el marino interventor, en su gestión, habría despedido a cientos de policías y allanó la imprenta de los hermanos Duchein, con la intención de capturar a Nora Lagos. Ella logró escapar por los fondos de la empresa y fue cobijada por una compañera. La policía, envenenada por no haberla encontrado clausuró el local y lo precintó.

El accidente

El mismo Kurtzemann, en 1958, sufrió un accidente grave, a la altura del kilómetro 100 de la ruta Nacional 9, mientras caía una lluvia tenue, obstinada y persistente sobre el pavimento.

Apenas si pudo reaccionar con un volantazo antes de colisionar e introducirse bajo la parte posterior de un camión que estaba detenido sobre la ruta. Ya internado y tras recibir la atención médica urgente que necesitaba, los médicos confirmaron que había quedado hemipléjico del lado derecho.

Tras el impacto, el capitán de navío retirado fue despedido hacia delante y su cráneo golpeó con fuerza contra el parabrisas. Pasó a través del mismo y el impacto le quebró, además, varias costillas. En estado sumamente delicado, fue derivado a un centro de urgencias y luego permaneció internado 45 días en el Hospital Naval.

A los 44 años, tras recuperarse de las secuelas del choque, gracias a su experiencia ingresó a la Marina Mercante, donde se dedicó al control de las averías en barcos y para hacer pericias sobre el costo de las reparaciones.

Por su capacidad técnica, finalizó su actividad laboral como árbitro de la Cámara de Gas Licuado del Sur de la Provincia, donde dirimió discusiones por robos y repintado de garrafas hasta su muerte en la ciudad que lo cobijó como jefe policial.

Sus colaboradores fueron mientras tenía a su cargo la intervención de la policía rosarina, el teniente de corbeta (RE) Horacio Artundo, quien actuó como interventor de Talleres y Armería; el teniente de navío ® Manuel Carullón, subjefe de Policía; el comandante de Gendarmería Román Suracci, secretario ayudante del jefe e interventor de la delegación de la C.G.T., a los que debe sumarse al doctor José María Maidágan, que se desempeñó como asesor letrado de la Jefatura.

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Precisamente el doctor Maidágan me recordó en una extensa charla en su despacho, que conoció a Kurtzemann en el Palacio de Jefatura de Rosario el 17 de octubre de 1955, cuando por ese entonces era intervenida la Federación Gremial de Comercio e Industria, “un reducto peronista”.

Paralelamente, se inició, según Maidágan “la tarea de la Comisión Nacional de Investigaciones, que se dedicó a indagar ilícitos. La Comisión había sido conformada por Gabeta, Leopoldo Uranga, Avelino Hermida y Ramón Maidágan, y posteriormente se dispuso un investigación e intervención en la empresa Acindar, con sede en Villa Constitución, momento en que –casualmente- el director de Asuntos Jurídicos, de apellido Acevedo, se hallaba en París.

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La investigación encarada por la CNI –según un calificado informante del autor- estaría relacionada con la importación de un tren de trefilación Morgan, con el que se estaba por generar un presunto negociado.

El tren de trefilación en cuestión habría sido ingresado al país sobrefacturado –su compra y reventa a la acería habría contado con la probable intervención de la Aduana de Villa Constitución- y las ganancias desconocidas no podían ser identificadas plenamente.

El informante, de riguroso traje oscuro, aspiró profundamente su cigarrillo y señaló: “la Comisión incautó los libros de la Aduana y el mismísimo general Aramburu, dispuso mediante un llamado telefónico, parar la investigación. Horas más tarde la comisión renunciaba en pleno, tras haberlo hecho el almirante Mc Kleeen, quien habría tenido un importante rol en el caso. Más no puedo decirle”, concluyó la fuente irreprochable que prefirió quedar en el anonimato.

[1] Marconi Ricardo. Conspiración Comunicacional de gobiernos de facto. El miedo como construcción mediática. UNR. Colección Académica. Pág. 127. Ver pág. 126, notas para ampliar sobre Comandos Civiles y su origen histórico.

[2] Fue la última entrevista periodística que brindó antes de morir.

[3] John William Cooke (La Plata, 14 de noviembre de 1919 – Buenos Aires, 19 de septiembre de 1968). Fue un abogado y político argentino, líder del ala izquierda.

[4] Alicia Graciana Eguren (Buenos Aires, 11 de octubre de 1925 – Desaparecida forzadamente el 26 de enero de 1977) fue una militante política peronista y socialista …

[5] Enrique Oliva se convirtió en François Lepot, un periodista radicado en París, desde donde con información fidedigna, informaba a los argentinos sobre un mundo que se hacía ancho y lejano bajo la implacable censura de Videla y Martínez de Hoz.

[6] El proceso de detención tan particular concretado con estos dos militares se relata minuciosamente en la obra “Conspiración comunicacional en gobiernos de facto” del autor a partir de la página 87.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com