El Plan «Ajax»

Ese día Allen Dulles –ex director de la Agencia Central de Inteligencia –CIA- y hermano del secretario de Estado de Estados Unidos ingresó a paso decidido y acelerado a su oficina.

Colgó su sacó oscuro y cruzado en el perchero, le sacó una pelusa de la hombrera, respiró hondo, se tomó de la cintura y aguzando la vista miró a través del enorme ventanal de su oficina como el avión supersónico dejaba su estela blanca.

Tras sentarse, mientras enrollaba las mangas de su camisa blanca a rayas decidió con una sonrisa irónica que nadie advertía que el plan “Ajax” había entrado en su “fase activa”.

Dulles ya tenía en mente a quien dirigiría la operación y sin dudar le pidió a su blonda secretaria que lo contactara con Kermit Roossevelt, quien debía hacer un trabajo perfecto que sirviera de modelo para operaciones confidenciales posteriores.

Kermit Roosevelt, nieto del ex presidente norteamericano y calificado agente de la CIA en Oriente Medio, fue designado como jefe por Dulles.

Por ese entonces, -década del 60-, la central de espionaje norteamericano seguía los episodios iraníes muy de cerca desde su misma creación y, en 1950 el designado agente había incluso viajado a Irán para contactar allí a elementos de la oposición al Frente Nacional cuando la víctima del plan: Mohammad Mossadegh, era sólo un político prometedor.

De ahí en más, diariamente informado sobre lo que acontecía en el país, Franklin Roosevelt revela que fue en el correr de 1952 cuando fue abordado -en oportunidad de una visita a Londres- por directivos de la petrolera Anglo Iranian Oil Company –AIOC- ansiosos de «deshacerse» del nacionalista iraní.

Con la operación en marcha, Roosevelt -ya conocedor de la realidad persa- aprobó su estrategia convencido: En el caso de una «confrontación entre el shah Reza Pahlavi y Mossadegh, el ejército y el pueblo iraní apoyarán al sha», pues «si se decía al pueblo y a las fuerzas armadas que Mossadegh les obligaba a elegir entre su monarca y una figura revolucionaria respaldada por la Unión Soviética, la elección sería unánime» a favor del Sha.

La estrategia de Dulles consistió en hacer aparecer a Mossadegh estrechamente ligado al comunismo y su país, cada vez más aceleradamente deslizándose hacia la línea de Moscú.

Sin embargo, tal visión contrariaba abiertamente los informes de los analistas de la CIA en el lugar de los hechos. Hoy desclasificados, fueron claros respecto a que el «Partido Comunista no es probable que consiga la fuerza suficiente para derrocar al Frente Nacional mediante medios constitucionales o por la fuerza».

Más allá de que según los análisis, el partido Tudeh continuaría «beneficiándose del actual deterioro económico» y posiblemente intentando «instigar a los provocadores y a los desórdenes de los campesinos, así como a los trabajadores urbanos».

“Parece claro –rezaban los sensibles informes- que no tendrá garantizado el status legal durante 1953 y no desarrollará la suficiente fuerza para ganar el poder por medios parlamentarios o por la fuerza». Todo ello complementado con la definición de las relaciones bilaterales entre Irán y la URSS como «frías y cerradas».

Sin considerar tales circunstancias, la retórica diaria de Dulles era apocalíptica: Mossadegh constituía un peligro pues daba pie a la acción del comunismo internacional y por ello se plasmaba como un hecho que de no actuar, el país caería en manos soviéticas.

Ello servía de base para una intervención urgente de EEUU en pro de su derrocamiento y a nombre de contener el «avance comunista». Decididos a que la forma fuese encubierta -pues el gobierno norteamericano no estaba dispuesto a correr con los costos de una intervención militar, ni tampoco la situación lo ameritaba, como en efecto lo sabían- se programaron los detalles de la operación bautizada con la clave secreta de «Ajax».

Sobre esta base la CIA, apoyada por el servicio secreto británico MI 16, envió a «Kim» Roosevelt y Norman Schwarzopf -el organizador de la policía secreta del shah- por carretera desde Irak a mediados de julio de 1953.

Ya en Teherán, la tarea consistía en convencer a Pahalavi y al general Zahedi – de la viabilidad del plan. Para ello, Kim, sigiloso y no menos discreto, consiguió adentrarse en el mismo palacio del shah, de madrugada y tapado con una manta en la parte trasera de un automóvil, donde reunido con este, lo logró convencer de la efectividad de su fórmula.

Realizado esto, los agentes de la CIA comenzaron a buscar y pagar «gastando dinero como si no tuvieran que dar cuenta de ello», señalaba el historiador norteamericano Ambrose a los agitadores que habrían de cercar la casa de “Mossy” para obligarlo a dimitir.

Así, la fase final comenzó a mediados de agosto de 1953, tras sortear una infidencia que casi lo arruina todo: alertado Mossadegh de que algo se tramaba destituyó a importantes generales y, asustado, el shah se exilió fuera del país.

La madrugada del 18 de agosto de 1953 Roosevelt -que dirigió la operación desde un sótano sin parar de entonar Lucke be a lady tonight-, en ese entonces un clásico de Broadway, telegrafió a su país que lo proyectado había fracasado.

Sin embargo, y durante el transcurso de aquella madrugada de aparente derrota, los hechos tomaron un giro sorprendente cuando finalmente las frenéticas turbas pagadas por la CIA atemorizaron y forzaron a Mossadegh a dar un paso al costado.

Kennett Love, un periodista del New York Times que cubría los sucesos desde el frente de la residencia de Mossadegh, en medio de la confusión que reinaba aquella noche y tras escapar a las balas disparadas desde dicha casa, a la que los manifestantes se proponían entrar por la fuerza, se refugió -sin quererlo- en una estación de radio donde también se encontraban opositores a Mossadegh.

Transmitiendo en vivo y por esa onda -única que había pues las demás habían sido eliminadas por Mossadegh- los sucesos, el general al mando de las fuerzas contrarias al líder atrincherado, que había dado por fracasada la operación, acudió al lugar para colaborar en el esfuerzo opositor. Una vez allí y reforzada la oposición, la presión incesante surtió efecto: Mossadegh, pese a lograr escapar, renunció.

Enterado Zahedi y de acuerdo con la planificación de la CIA convocó para la mañana siguiente a una conferencia en la que anunciaría formalmente la dimisión del primer ministro saliente y se presentaría como sucesor tras el llamado del shah.

No obstante esto, y también según la estrategia de la CIA, una manifestación de apoyo al exiliado gobernante y de rechazo a Mossadegh comenzó a ganar las calles de Teherán hasta alcanzar a ser una gran multitud.

Convertidas las calles en centro de violencia y confusión, las fuerzas policiales y el Ejército actuaron en la disuasión de los seguidores del depuesto Mossadegh.

Silenciados éstos y enterado el shah – se limitó a decir desde Roma “sabía que me querían”-. La operación encubierta había sido un éxito.

Terminado el contragolpe, el shah retornó a su trono y Mossadegh vio la prisión acusado de «conspiración» tras ásperos debates en un tribunal al que acudió vistiendo sus clásicos pijamas.

Liberado en 1956 de allí en más se dedicó a su familia hasta morir el 5 de marzo de 1967.

Instalado Zahedi, un moderado simpatizante del nazismo en el gobierno, la inestabilidad política siguió siendo la característica esencial a nivel interno, amén del presuroso reconocimiento y los 45 millones de dólares otorgados con rapidez.

Independientemente de esto, el desarrollo posterior de los acontecimientos dentro del Irán resultó revelador lo escondido detrás de la estrategia norteamericana: un nuevo acuerdo petrolero y el desplazamiento de Gran Bretaña de la que hasta ese momento había sido una privilegiada posición.

Así, y a un año de los acontecimientos, un nuevo consorcio internacional se hizo cargo de la extracción del petróleo iraní, y en él, los empresarios norteamericanos pasaron a controlar un 40% del preciado «oro negro».

El trabajo apuntado, se vio fortalecido por investigaciones de Roberto García, a lo que debe agregarse la desclasificación reciente de un documento clave por parte de dicha central de inteligencia estadounidense, mediante la que admite públicamente que dirigió el golpe en Irán de 1953, con el objetivo de derrocar al primer ministro iraní, cuando éste decidió nacionalizar su riqueza petrolera, controlada en ese momento por Gran Bretaña.

La información, conocida en estos días por agencias internacionales, recordó que los presidentes Bill Clinton y Barak Obama ya habían admitido lo antedicho, por lo que la desclasificación era la resultante de un mero trámite.

A lo señalado debe agregarse la publicación del National Security Archive of Universidad George Washington, que obtuvo la documentación bajo la Freedom of Information Act, la ley que promueve la transparencia gubernamental.

La acción que nos ocupa se enmarcó en le Guerra Fría, ya que la CIA temió que los soviéticos invadieran a Irán y lo controlaran, con lo que el petróleo iraní estaría definitivamente perdido y el control defensivo en torno a la Unión Soviética se quebraría.

El retorno de Pahlavi convirtió a éste en un estrecho aliado de EE.UU., que vio caer al shah en 1979 a manos de la revolución islámica, la que aún hoy hace eje en la hostilidad hacia el gobierno norteamericano.

La documentación, relacionada con la actividad encubierta, sobre el manejo de la crisis que nos ocupa fue destruida en forma deliberada durante la década del 60, aunque los detalles de la misma se pueden conocer también gracias al libro que publicara en 1981 Kermit Roosevelt -Contercoup: The Struggle for the control of Irán-.

avatar

Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com