La omertá

Desde que la mafia comenzó a “infiltrar” Buenos Aires, en una primera etapa y luego a Rosario, su accionar se sostenía mediante la “Omertá”, un código de silencio que se fundamentaba en el miedo y la desconfianza de la población en el accionar de la policía.

Los sicilianos al llegar a la segunda de las ciudades mencionadas, se encontraron con el manejo de la prostitución por parte de la Zwi Migdal, dominada por “maçrós” franceses y «panzones» criollos, por lo que optaron por aliarse con los políticos, quienes “colaboraban” en el oscurecimiento de las investigaciones de los delitos.

A tal punto sucedía esto último, que a un policía alto rango la “costó la cabeza” por atreverse a realizar un allanamiento en un campamento italiano de Roldán. Era más que obvio que la connivencia política–mafia entorpecía las investigaciones y Félix de la Fuente, jefe de los investigadores desde 1917 a 1930, cayó bajo sospecha por sus presuntos vínculos mafiosos.

Sin embargo, muchos delincuentes terminaban presos, debido a que a pesar de que cambiaban sus nombres y se disfrazaban para cometer sus atracos y homicidios, sus huellas dactilares terminaban delatando sus crímenes.[1]

SIN PENA NI GLORIA

Y así llegamos al proceso histórico en el que Natalio Ricardone tuvo también la oportunidad de dirigir los sistemas de seguridad en Rosario y lo hizo a partir del 11 de mayo de 1924, aunque sobre esa función específica, esta investigación no logró poner en blanco sobre negro algún hecho destacable en ese funcionario, aunque logró sobrevivir en su gestión hasta febrero de 1926. ¿La delincuencia rosarina?, bien, gracias.

Previamente, Ricardone había formado parte de una comisión de municipales que produjo un informe presentado por Bonorino y Pinto, el 13 de julio de 1870, en el que se consideró aceptable -pero con modificaciones-, un proyecto para construir dos líneas de tramway – tramo riel plano y way o vía -.

Una de ellas estaba destinada a conectar el muelle de Castellanos con la estación del Ferrocarril Central Argentino y la restante para recorrer la Calle del Puerto, pero las propuestas fueron descartadas.
Para analizar la misma cuestión, Ricardone formó parte de la Comisión de Obras Públicas que analizó propuestas para el mismo tipo de transporte público. Terminó dicha comisión adjudicando el contrato, luego de múltiples disidencias.

Fue el propio Ricardone quien también eliminó los obstáculos opuestos a materializar la instalación del tranvía y en una memoria editada en 1881, dio cuenta de haber concluido el relleno de la plaza Urquiza. Agregó que se hallaba en curso el rellenado de la plaza Iriondo, con tierra del desmonte de la calle Paraguay.

A principios de 1922, ante la carestía del costo de vida y el accionar inescrupuloso de comerciantes, en el Concejo de Rosario se analizó constantemente la situación de los obreros.

Ricardone declaró entonces a una Comisión Pro- Abaratamiento de la Vida, Comisión Oficial de la Municipalidad de Rosario. Cabe agregar que fue presidente del Sanatorio Unione y Benevolenza y que, a mediados de 1925 adquirió en Buenos Aires instrumentos para la fanfarria, la que por razones económicas terminó por ser disuelta y los instrumentos fueron repartidos entre otras bandas de música.

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A pesar de la existencia de una idea arraigada en la gente, de que para fines de la década del veinte “no existía cocó – por cocaína- ni morfina”, la realidad era otra muy diferente: la cocaína se vendía por kilos entre los jóvenes de sociedad pudiente, así como entre los artistas de teatro y las cabareteras.

Algo similar le comentó al autor un brillante ex corrector de diarios rosarino, -ya fallecido, víctima, al parecer, de una profunda depresión generada por la muerte inesperada de su hijo- quien paralelamente se dedicaba a contratar cantantes de tango para los shows que se realizaban en Buenos Aires y Rosario.

“Después que los traía al hotel desde Buenos Aires, en la mayoría de los casos tenía que salir a buscar “dealers” que me vendieran unos gramos para los cantantes que traía”, me relató mi interlocutor, quien agregó: “tras su llegada a la ciudad se daban un “nariquetazo” y entonces sí, actuaban en locales nocturnos”.

“Es más, algunos de ellos se aspiraban hasta el polvillo que había bajo de la cama del hotel, antes de salir para dar su espectáculo, porque, me decían, no podrían bancarse dos horas de show ininterrumpido”, me contó el corrector mientras se tomaba su “cortadito bien liviano”, como le gustaba.

“La gente de la década del veinte tenía más acceso libre a la droga que hoy”, continuó el ya ex canoso amante de las sintaxis. “Por esos años los interesados en obtener “la merca”, sólo tenía que ir a la farmacia, a un bar de la periferia o pagar a una de las chicas de la noche, que hacían la diferencia con la reventa”, agregó.

Esto sucedía a pesar de que en 1924 se aprobó la ley que penalizaba el consumo y tráfico de drogas en Argentina y las farmacias, por derecha, tenían hasta dos kilos para poder vender “bajo receta”.

Uno de los más conocidos traficantes, identificado como Juan Martín, de 40 años, en mayo de 1929, fue detenido por un policía de la seccional 9na., en Jujuy y Suipacha, pleno barrio de Pichincha, portando entre sus ropas 24 “ravioles” de cocaína, cuyas dosis eran, al igual que hoy, de un gramo, pero puro. No como en el 2008, que ya se comercializaba con una mezcla de vidrio molido y talco para reducir costos”.

El detenido dijo que “la droga se la habían vendido marineros que pasaban por Rosario”[2], aunque posteriormente terminó por declarar que los había comprado a un peso el gramo.

El magistrado a cargo de la investigación ordenó la detención de los clientes de Martín, esto es 31 mujeres que se hacían pasar por lustrabotas –16 argentinas, 10 francesas, 3 italianas y 3 polacas, que trabajaban en los cafés de las calles Suipacha, Jujuy, Pichincha y Brown.

La cocaína se vendía en una cantidad apreciable en el cabaret Montmartre, de San Martín 370 bis, donde cada noche se generaban peleas y desórdenes fenomenales, a tal punto que tuvo que ser clausurado el 10 de septiembre de 1928.

Al año siguiente, el 31 de mayo de 1929, se inició una de las tantas trifulcas, en este caso entre el portero y los músicos que actuaban en el local por la venta de cocaína. Todos terminaron tras las rejas y el boliche, obviamente, fue clausurado.

MAFIOSOS BOQUETEROS

El plan de la banda de Juan Galiffi, para su época –1926- era impecable. Se trataba de cavar un túnel para, a través del mismo, llegar a la entidad crediticia y, luego, para terminar con la maniobra, cambiar el dinero del tesoro por billetes falsos confeccionados hacía pocos meses. Lo que se dice un trabajo de máxima calidad para ese momento histórico en Rosario.

Juan había financiado la operación que llevó adelante el alemán Otto Evert, un falsificador de clisés de billetes, que luego imprimió con una minerva otro “maestro” en lo suyo: Blas Accinelli.

Ágata Galiffi, cómplice del accionar de la gavilla fue arrestada en relación con el atraco junto a otro de los cómplices: Pláceres. No se resistieron en el procedimiento policial y terminaron en una prisión tucumana para cumplir la condena. Por ese entonces la policía de Rosario estaba dirigida por Bartolomé Aldao.

La mafiosa, que habitaba una casa a la que se accedía por un pasillo en la zona de “Pichincha”, tras pasar por los estrados judiciales, fue condenada a 10 años de prisión y salió en libertad en 1948, gracias a la intermediación de las hermanas religiosas –únicas autorizadas a visitarla- luego de que cumpliera 9 años y tres meses a la sombra de una celda.

El primer marido de Ágata –el abogado Lucchini- había salido de la prisión un año antes y –para colmo- le había iniciado una demanda de divorcio por abandono malicioso del hogar, tras lo cual le embargó parte de la herencia, aunque al lector le parezca increíble.

A partir de ese episodio, la conocida delincuente, físicamente muy venida abajo, logró trabajar en diversos empleos, entre los que pudimos precisar el de moza en un bar tucumano, a lo que podemos agregar que vendió avisos publicitarios para un periódico de Villa Constitución y hasta se desempeñó de enfermera, aplicando inyecciones. Incluso trabajó en una joyería de Capital Federal.[3]

El canto del jilguero

Placeres tampoco la pasó bien. La policía lo llegó a colocar en una mazmorra a la que denominaban “el cadalso”, cuyo uso estaba prohibido por la justicia. “Allí cantó todo lo que sabía como un jilguero”, admitió un policía que participó de las “entrevistas” que se le hacían al imputado.

El ventoso y desapacible 8 de marzo de 1926, Mar del Plata fue la ciudad elegida para ser “sede” de un plenario nacional” de delegados mafiosos al que el mafioso “Chicho Grande” decidió no concurrir. La misma decisión tomó un año después, en el mes de enero, cuando tuvo lugar un segundo encuentro en Río Cuarto. Su “vocero” sólo anunció que su jefe no concurrió debido a que sufría de paperas.

ROSARIO EN PIE DE GUERRA

Enfundado en un grueso sobretodo con el cuello levantado y con el rostro parcialmente tapado por una bufanda para cubrirse del frío que odiaba, subió las escaleras de la Jefatura de Rosario rápidamente, seguido por los cuatro custodios vestidos de civil que le obligaban a tener.

El guardia del ingreso le hizo la venia al reconocerlo y se cuadró para saludarlo y él sólo atinó a mirarlo de soslayo, para subir rápidamente la escalera que hacia su izquierda lo conduciría a un pasillo, -en el primer piso y tras forzar una puerta cancel-, a su nuevo despacho, donde sería puesto en funciones como jefe de Policía.

Lo esperaban, con rostro adusto, las autoridades policiales que deberían, a partir de ese día, recibir órdenes de un civil, quien para colmo –según sus inmediatos subordinados, “era un médico que no entendía nada de seguridad”.

El doctor Ricardo Caballero, -a él nos referimos- había nacido en la tranquila ciudad de Ballesteros, provincia de Córdoba, más precisamente en el barrio Ballesteros Sur, el 5 de diciembre de 1876. En 1888 llegó a la ciudad de Paraná, Entre Ríos, donde cursó estudios primarios y secundarios.

Se recibió de maestro normal, título que se le otorgó a los 18 años -1894- en la Escuela Normal Nacional de Paraná. Regresó luego a su provincia natal, para iniciar sus estudios universitarios de medicina, ámbito donde integró la pléyade de estudiantes destacados.

Publicó cuadernillos que luego servirían de apéndice de su libro “Irigoyen, aspectos Ignorados de una vida” y en relatos periodísticos evocativos describió los años de su vida que van desde 1895 hasta que obtiene el título de médico en 1902, luego de haber sido profesor de Historia Natural y Química en el año 1900, en el colegio Nacional de Córdoba y ayudante de la Cátedra de Bacteriología en la Facultad de Medicina.

Como editor, publica en la revista “La Semana”, poemas de Verlaine y de Musssset, a la vez que escribe poemas propios, tras lo cual se enrola en la Unión Cívica Radical y es suyo el libro “Irigoyen y la conspiración civil y militar” en el que se evoca la gesta. Escribió también “Las quinas, un aporte Indo-Americano a la medicina mundial” y “Pasteur, estudio integral de sus obras”.

Cirujano de la Universidad Nacional de Córdoba, en 1902, miembro honorario de la Real Sociedad Rumana de Historia de la Medicina Bucarest, en 1940; de la Sociedad de Historia de la Medicina de la Universidad Nacional de la ciudad Eva Perón, 1941 y del Instituto Brasileño de Historia de la Medicina, 1946; vicegobernador de Santa Fe, en el período 1912-1916; diputado nacional por Santa Fe, 1916; senador nacional por Santa Fe, 1919; Jefe Político de Rosario, 1928; Presidente de la cámara Nacional de Ahorro Postal, 1932-1936; senador nacional por Santa Fe, 1937-43 y vicepresidente del Senado de la Nación, 1941, fueron cargos que honró con su capacidad y hombría de bien.

Además, fue fundador de la Biblioteca de Medicina Clásica, en 1923. El proyecto de la misma se votó en el Senado el 12 de abril de 1923. También se desempeñó como profesor de la Universidad Nacional del Litoral, 1922; conferencista de prestigio y fue miembro del 4to. Congreso Nacional de Medicina, en 1911.
Inició proyectos para la construcción y montaje del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencia Médicas de la Universidad de Buenos Aires, 1924; hizo lo propio con proyectos de ampliación de los servicios del Hospital del Centenario; defendió la autonomía universitaria, 1927 y proyectó la creación de institutos de fisiología marítima y fluvial de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y Rosario, en 1927.

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Debido a un conflicto sindical de estibadores portuarios, a pocos días de iniciarse la gestión de Caballero, Rosario se encontró en pie de guerra. Totalmente paralizado su movimiento económico y comercial produce una carencia de artículos de primera necesidad, así como de elementos hospitalarios.

Había manifestaciones “relámpago” en la zona céntrica y estallidos de violencia con saqueos a comercios y viviendas. Incluso se intentó la clausura del Banco de la Nación.

Los matarifes se plegaron a la medida y paralizaron las faenas de ganado en el Matadero Municipal. Comenzó el aumento de precios y se produjo la falta de alumbrado público, a la vez que no se concretaba la recolección de residuos.

La Bolsa de Comercio, por la gravedad de los hechos, le envió al gobernador, una nota reclamando la aplicación de medidas enérgicas.

Caballero promete dedicarse al asunto, aunque hubo quejas ante el ministro del Interior por la inoperancia policial. Incluso se cuestionó la necesidad de que Caballero participe del conflicto portuario rosarino, existiendo un Departamento de Trabajo.

El funcionario, es de destacar, había sido jefe de Policía de la Capital Federal, incluso se lo acusó de demagogo, cuando en el recinto del Concejo, se trató el tema sindical que nos ocupa. Finalmente el conflicto concluyó el 29 de mayo de 1928.

Caballero dictó numerosas conferencias, entre las cuales podemos citar las siguientes: Inaugural de la Cátedra de Clínica Terapéutica y Materia Médica Terapia ,1922; Profilaxis de la Lepra, 1928; Conferencia Inaugural de la Cátedra de Historia de la Medicina, 1929; El Sueño y los Sueños ,1932; La Física matemática, 1933; Dos Libros de Hipócrates, 1933; Rufus de Efeso, 1933; Tres Lecciones sobre Aulo C. Celso, 1934 y Galeno, Resumen de sus Obras, 1936.

Escribió también conferencias sobre temas alejados de su especialidad, entre los que vale mencionar a “La Penicilina y la Bomba Atómica”, 1947.

También editó un libro acerca de Richard Rush, sobre las memorias del mismo y sus gestiones en Londres. Falleció en el barrio Hume de Rosario.


[1] Monos y Monadas. 04/09/1910. Artículo sobre dactiloscopía y el bonaerense Juan Vucetich.
[2] Osvaldo Aguirre. Artículo titulado “Sexo, drogas y Pichincha”. Suplemento Señales. La Capital, 23/03/08.
[3] Declaraciones de Salvador Terrazino, del barrio Refinería.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com