Los casos Ayerza y Astengo

El Rompecabezas de la Muerte en Rosario (XXV)

No se habían acallado los interminables comentarios periodísticos sobre el intento de rapto,-en febrero de 1933-, del hijo de Mario Enrique L. Astengo, cuando estallaron los relacionados con el secuestro de Abel Ayerza.

Se trataba de un estudiante de medicina de 24 años, -componente de la Legión Cívica de Carlés, que actuaba en apoyo del dictador Félix Uriburu, cuando se debía sofocar movimientos obreros, como lo fue el caso de los portuarios, a los que ametrallaron-, quien en octubre de 1932 llegó a la ciudad de Marcos Juárez para pasar sus vacaciones en la estancia “El Calchaquí”, propiedad de su familia.

Lo hizo junto a sus amigos Santiago Hueyo, hijo de Alberto Hueyo, ministro del Interior de Justo y Alberto Malaver, quien también tenía parientes directos en el gobierno nacional.

Los imputados resultaron ser dos conocidos de la policía: Juan Vinti y Vicente Di Grado, a quienes ayudaba el hermano de éste último, Pablo, encargado de comprar la comida con su sulki y llevarla al lugar donde estaba la víctima.

El secuestro

Para ser precisos, vale apuntar que el secuestro ocurrió el 23 de octubre de 1932, cuando Ayerza y sus amigos regresaban en un automóvil Desoto a la estancia junto al mayordomo Juan Andrés Bonetto. Se detuvieron en el camino al ver a otro vehículo parado y con las luces apagadas, mientras un hombre pedía ayuda haciendo señales con una linterna en la oscuridad.

Alberto Malaver, en declaraciones ante la policía, indicó que al frenar el “voiturette” en el que circulaban, asomándose a la puerta del conductor un sujeto les pregunto si el camino era el que conducía a Marcos Juárez y tras recibir la respuesta positiva, sacó de entre sus ropas una escopeta mientras, de manera paralela, otros individuos se mostraban saliendo de entre las sombras del lugar.

Eran Santos Gerardi, Romeo Capuani, Juan Vinti y José Frenda, quienes venían utilizando a Rosario como su “centro de operaciones”, para dedicarse a secuestros en Venado Tuerto y Arroyo Seco.

Uno de los malvivientes pinchó los neumáticos del Desoto, tras lo cual se llevaron por la fuerza a Ayerza y Hueyo, mientras le prometían a Malaver que le llegaría una carta a la estancia con el monto exigido del rescate y el lugar de entrega del mismo, el que alcanzó la suma de 120.000 pesos. La misiva también indicaba la forma de entrega del rescate.

La entrega del dinero estaba rodeada de condiciones: El enviado con la plata debía alojarse en el Hotel Italia de Rosario, -ubicado en Maipú, entre San Juan y San Luis de Rosario-, luego tenía que viajar cuatro días consecutivos entre Rosario y Marcos Juárez, saliendo del hotel a las 7, en un auto con una bandera argentina en el radiador. El contacto finalmente no funcionó, debido a que la zona se anegó por lluvias torrenciales.

A todo esto, Ayerza y Hueyo habían sido llevados a Corral de Bustos, donde los esperaban los hermanos Vicente y Pablo Di Grado, quienes –como en la gran mayoría de los mafiosos de ese entonces-, se hacían pasar por verduleros al arribar a Rosario, escapando de Mussolini. Los Di Grado colocaron a Ayerza en el sótano de la vivienda.

El perro ronco

Un tórrido 25 de octubre Hueyo accedió a declarar ante la policía de Rosario. La pronunciación de los secuestradores, dijo, «era italiana, posiblemente siciliana». Dio datos sobre la casa de los Di Grado, más precisamente sobre el tipo de mosaico que tenían en el piso de la cocina, y los rasgos de un perro negro que le había llamado la atención porque parecía ronco cuando ladraba. Los datos trascendieron a la prensa y Vicente Di Grado cambió el mosaico y sacrificó al animal.

El jefe de la policía de Rosario y el de Investigaciones, Eduardo Paganini y Félix de la Fuente, respectivamente, le mostraron a Hueyo un álbum con fotos de mafiosos, sin que reconociera a ninguno.

Dos días más tarde, Santos Gerardi ordenó que llevaran un mensaje a Corral de Bustos. Eran las indicaciones para que Ayerza redactara una nueva carta para el pago del rescate. La nota luego fue enviada a Rosario, de donde fue reenviada a la casa de unos amigos de Abel Ayerza. La mujer enviada para tramitar el mensaje, de apellido Sabella tenía a su compañero, Salvador Lino, preso por mafioso y vivía en Tupungato 1545, una casa que el grupo utilizaba para sus reuniones.

La policía de Santa Fe recibió la orden de actuar a fondo y a pesar de su intensa gestión para hallar los responsables el crimen, debió ser copada por la Policía Federal, para esclarecer el episodio.

Ello ocurrió el 29 de octubre, a pedido del gobernador de Córdoba. Llegó a la provincia una brigada de la policía porteña para colaborar en la investigación y el comisario Víctor Fernández Bazán, responsable del grupo, inició una serie de redadas entre la población de origen italiano.

Entre los sospechosos cayeron Anselmo Bordone, Pedro Gianni y Carlos Rampello, cuñado de José Frenda.

Bordone, piamontés, había llegado a Corral de Bustos desde Villa Gobernador Gálvez. Pedro Gianni era un chacarero vecino de la estancia El Calchaquí. Había sido quien realizó lo que podría llamarse la inteligencia previa. Fue él quien convenció a Gerardi de que Ayerza era un buen candidato para el secuestro, después de descartar a Domingo Benevenutto, un comerciante de la localidad de Leones, y a los herederos de Pedro Araya, de Marcos Juárez, ya que todavía no se había formalizado la sucesión.

Juan Galiffi en la mira

Las indagaciones del asesinato llevaron a los investigadores federales a detener a Juan Galiffi, quien luego debió ser liberado tras comprobarse que era ajeno a los hechos. Galiffi terminó deportado a Italia en 1935.

Pedro Gianni había alojado en su chacra al grupo de Rosario, la noche anterior al secuestro y el 23 de octubre fue a la estancia, aprovechando que los peones jugaban un partido de fútbol, para espiar los movimientos de Ayerza. Carlos Rampello, después de ser sometido a brutales torturas, identificó a los supuestos responsables.

Rampello habló debido a que estaba relacionado con los secuestradores. La declaración que le adjudicaron fue una mezcla de confesiones parciales, -entresacadas a palos-, y de agregados policiales, lo que terminó por invalidar su testimonio.

La detención de Rampello “sacó del placard” a José La Torre, quien viajó a Villa María para decirle que mantuviera la boca cerrada.

Antes hombre de confianza de Francisco Marrone, (Chicho Chico), La Torre era el cerebro del grupo de secuestradores. Se transforma en asesor de los detenidos y busca a sus defensores y trae a la superficie a sus contactos en la policía de Rosario.

Periodista “buchón”

De una minuciosa declaración de José Ruggenini, periodista y presunto informante a sueldo de la Jefatura de Policía de Rosario, señaló que “De la Fuente cobró unos miles de pesos” después de avisar a La Torre en mayo de 1932 que la policía tenía la dirección donde el grupo mantenía cautivo a Carlos Gironacci y Julio Nannini, víctimas de otro secuestro, en Marcos Juárez.

La Torre también se encargó de repartir el botín del secuestro, que la familia Ayerza pagó el 30 de octubre de 1932. Ese día, dos amigos del secuestrado, Horacio Zorraquín y Mario Peluffo, entregaron el dinero a Salvador Rinaldi, otro siciliano, en la esquina de San Martín y Ayolas, en Rosario. Gerardi, Capuani y Frenda controlaron de cerca el pago.

Zorraquín contó que arribaron a Rosario a las 12.30, en tren, y tomaron un tranvía hasta San Martín y Ayolas. Allí esperaron hasta que notaron dos autos —uno de ellos un taxi— que pasaban con frecuencia por el lugar. Finalmente el taxi frenó y el hombre que viajaba como pasajero –Rinaldi-, lo abordó y tras ello entregó el dinero: 120 billetes de cien pesos. Los amigos de Ayerza prefirieron tomaron un ómnibus para dirigirse a su destino.

El telegrama

Luego, mediante Rinaldi, Gerardi le ordenó a María Sabella que enviara un telegrama a Marcos Juárez con un mensaje en clave para liberar a Ayerza. Como era analfabeta, Sabella le pidió a su hija, Graciela Marino, que se encargara del asunto.

Marino envió el telegrama a Anselmo Dallera con el mensaje “manden el chancho urgentemente”. La imaginación popular reelaboró más tarde este incidente y surgió la historia de que hubo un teléfono descompuesto, y el texto llegó como “maten al chancho”. Pero el error nunca existió y el telegrama no tuvo incidencia en la resolución de la historia; la muerte de Ayerza se produjo por otras motivaciones.

La investigación del secuestro “se pudrió” por fricciones entre las policías de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe luego que Vinti y Frenda escaparan de un aguantadero en Rosario, poco antes de que llegaran Fernández Bazán y Leónidas Romo, jefe político de Marcos Juárez.

Las sospechas indicaban que habían sido puestos sobre aviso desde la División de Investigaciones de la policía local, ya que Félix de la Fuente mantenía “relaciones cordiales con miembros conocidos de la mafia”, entre ellos el propio Vinti y en especial su hermano mayor, Carmelo Vinti, antiguo matón de comité y luego custodio del ex juez Claudio Newell, quien más tarde asumiría la defensa de Juan Vinti y de Romeo Capuani.

Cuando el misterio parecía terminar, “casualmente” el 1º de febrero de 1933, en Rosario, un grupo mafioso liderado por Diego Radduzzo liberó sano y salvo a otro secuestrado: Marcelo Martin, hijo del empresario Julio U. Martin, dueño de la yerbatera.

Entonces, la causa de Ayerza se reactivó, y trascendió otro sospechoso error de la policía rosarina: dos meses antes la policía de Neuquén le había informado la detención de Santos Gerardi, pero Investigaciones reportó que no tenía antecedentes delictivos y en consecuencia el mafioso había sido dejado en libertad.

El grupo de investigadores comandado por Fernández Bazán, junto uno de sus auxiliares, Cayetano Bruno, y Miguel Ángel Tentorio. Después de hacer algunos contactos en el barrio de Pichincha, se entrevistaron con Carmelo Vinti y José La Torre, actuando como mediador Ricardo Carreras, hermano del comisario Ernesto Carreras, de la policía rosarina. La reunión se realizó con la presencia de Horacio Ayerza, hermano de Abel.

Horacio Ayerza le pidió a La Torre que intercediera ante los secuestradores y que, si su hermano estaba muerto, le revelaran dónde estaba el cadáver.

El 11 de febrero de 1933, el equipo de Fernández Bazán secuestró a La Torre y Vinti y los condujo al Departamento Central de Policía, en Buenos Aires, donde los sometió a torturas y a partir de sus declaraciones, detuvieron también de manera ilegal, sin control judicial, a Salvador Rinaldi, quien había gastado su parte del botín en el hipódromo y su ex esposa, Concepción Marino.

La muerte de Vinti

Vinti murió a causa de los feroces apremios y La Torre, meses después, todavía no podía caminar cuando lo llevaron a la cárcel de Villa María.
Antes de morir, reveló que Ayerza había sido asesinado y estaba enterrado cerca de Corral de Bustos.

La policía detuvo a los hermanos Di Grado y el 22 de febrero de 1933, halló el cadáver de Ayerza, en un campo vecino a Chañar Ladeado. Mientras caían colaboradores, Capuani, Vinti y Frenda se ocultaron en Rosario, en la casa de José Ruggenini. Allí serían detenidos en mayo de 1933.

Ayerza había sido asesinado el 1º de noviembre de 1932, después del pago del rescate. Cuando llegó el telegrama pidiendo su liberación, Bordone estaba aún preso. Lo recibió su mujer, Alcira Medina. La que no entendió el significado del mensaje y se lo llevó a los Di Grado, quienes no le dieron importancia.

Según la sentencia del juez Luis Agüero Piñero (1937), Ayerza fue asesinado en el sótano donde pasó su cautiverio y conducido a un campo cercano, desde donde después fue trasladado al lugar de su hallazgo. El grupo mafioso que estaba en Corral de Bustos creía inminente su descubrimiento después de la captura de Bordone, quien, sin embargo, no habló y se perdió de vista tras ser liberado, manteniéndose prófugo para siempre-.

El expediente

Del expediente surge que el crimen fue largamente meditado por Vicente Di Grado, como una forma de evitar el reconocimiento de su casa, ya que el colchón donde dormía Ayerza estaba apoyado en unos cajones de fruta que identificaban a la verdulería.

La unidad de los secuestradores comenzó a resquebrajarse durante el cautiverio de Ayerza. Vicente Di Grado se enojó porque Vinti le alcanzó a Ayerza ejemplares de Crítica y de La Capital que hablaban del secuestro y le prohibió bajar al sótano, donde tenían al secuestrado a oscuras.

Apenas detenidos, los Di Grado le atribuyeron la muerte de Ayerza a Vinti y trataron de reducir su rol al de simples custodios. La ruptura del grupo se profundizó durante los careos que ordenó la Justicia. “Miente ese desgraciado de mierda. Si a mí me lo dejan suelto a éste le haría decir la verdad”, dijo Juan Vinti ante Pablo Di Grado.

Y éste a su vez, le gritó: “Si a mí me lo dejaran solo le chuparía la sangre y le comería el alma. Tengo ardor en el corazón, porque Vinti es un traidor que con engaños ha desgraciado a toda una familia”.

Los tuvo que separar la policía, y lo mismo pasó después cuando Vicente Di Grado recordó que a Vinti que “se le fruncía el culo por temor a caer preso”. En otro incidente derivado de la división del grupo, Vinti asesinó a cuchilladas a José Frenda en la cárcel de Córdoba, en 1936.

Gianni, La Torre, los Di Grado, Vinti y Capuani fueron condenados por el juez Agüero Piñero a perpetua en un paraje de los territorios del sur, por secuestro extorsivo y homicidio; María Sabella y Salvador Rinaldi, a 20 años, por cómplices; Carlos Rampello, a 16 -fue absuelto por la Cámara de Apelaciones, en 1939-; Graciela Marino, a 12; Pabla Dasso, esposa de Vicente Di Grado, a 10 (absuelta por la Cámara de Apelaciones).

Quedó abierto el proceso contra Bordone (nunca fue localizado) y Gerardi, detenido en 1934 por otros delitos, por los que terminaría condenado en 1945 a reclusión perpetua por la Cámara de Apelaciones de Rosario.

Todos los procesados, además, fueron condenados a pagar solidariamente, en concepto de daño material y moral, 300 mil pesos moneda nacional a la madre de Ayerza. Las últimas actuaciones del expediente resultaron ser los informes semestrales de la cárcel de Ushuaia, donde fueron a parar los condenados, dando cuenta del embargo de sus peculios, sumas irrisorias pero significativas de la implacable persecución judicial, que embargó también todos los bienes de los condenados, empezando por la chacra de los Di Grado.

La tolerancia policial que favoreció durante muchos años la existencia de los grupos mafiosos en Rosario, en cambio, nunca fue investigada.

El cadáver a la intemperie

Vale la pena subrayar que tras la muerte, a manos de Vinti, el cadáver de Ayerza quedó, tras el crimen, toda la noche a la intemperie y luego se lo sepultó en un campo en el que se había plantado trigo, donde permaneció otras ocho lunas, oportunidad en la que, por orden judicial fue puesto en libertad Salvador Dallera, quien, al momento del homicidio, tenía la tarea de exhumar el cuerpo para trasladarlo a la localidad de Chañar Ladeado, a cinco leguas de Corral de Bustos. Dallera era un obrero piamontés que gastaba mucho dinero en las apuestas de carreras de caballos.

Tras recuperar el cuerpo fueron convocados y recibidos los parientes de la víctima por una guardia de honor. La población estaba acongojada cuando el 22 de febrero de 1933, la familia de Ayerza trasladó despojos de Ayerza a Buenos Aires.

El tren llegó al andén número 1 de Retiro, copado por una multitud angustiada que no dejó un resquicio libre del lugar. Participaron, junto al pueblo, representantes oficiales, delegados de la Facultad de Medicina, de entidades deportivas, así como del Ejército y amigos del extinto.

A la salida de Retiro, Alfredo Villegas, en nombre del Grupo Nacionalista que había apoyado el golpe de Félix Uriburu, condenó el crimen y luego se dirigió la comitiva al velatorio que se realizó en Ayacucho y Posadas, residencia de los Ayerza.

El 24 de febrero, a las 11, iniciaron los restos mortales de Ayerza su camino a su última morada, en el cementerio de La Recoleta. Frente al ingreso del mismo, los ministros de Hacienda y Justicia y el jefe de Policía, tuvieron a su cargo la representación oficial.

El fallo judicial tardío

El 4 de julio de 1939, tras siete años de ocurridos los episodios que derivaron en el homicidio de Abel Ayerza, se conoció el fallo de la justicia, por parte de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal de Córdoba, luego de la investigación encarada por el juez de Villa María –recusado-; el juez en lo Civil y Comercial y finalmente el juez de Paz, hasta que tomó intervención el asesor letrado de la ciudad mediterránea.

En el camino por los despachos judiciales quedaron rastros que se unificaron en un expediente de 2000 páginas, donde se implica a Vinti.

La sentencia final de cadena perpetua alcanzó a Romeo Capuani, José La Torre, Vicente Digrado, a su hermano Pablo y a Juan Vinti.

Así “perdía” Vinti, un asesino que usaba zapatos de charol y medias de seda en el pabellón 7 de la prisión, y que dio muerte en la misma, en el transcurso de 1936, a José Frenda, a quien le aplicó en el tórax una certera puñalada de 10 centímetros de profundidad. D´ Allera, su cómplice, terminó sus aciagos días en la cárcel del Buen Pastor.

El que la sacó barata fue Pedro Gianni, que informó a la policía sobre el lugar donde se hallaba la fosa con el cuerpo de Ayerza, ya que lo condenaron a 10 años de prisión y le resultó gratis el crimen a Salvador Rinaldi, ya que fue absuelto.

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En esta investigación periodística no queremos dejar de lado el caso que involucró a Héctor Astengo, en 1932, al que se le exigió dinero que la mafia le ordenaba entregar en un sobre, en el cementerio La Piedad.

Héctor Astengo tenía órdenes precisas de la mafia: debía tomar el tranvía 20 para “aportar de su peculio” el dinero. En principio Héctor Astengo admitió pagar el rescate, pero antes de hacerlo efectivo, tomó la previsión de entrevistarse con el jefe de policía Eduardo Paganini, a quien denunció el hecho.

Adolfo Mascheroni, uno de los ayudantes de Paganini, se hizo pasar por el pagador del rescate y se puso un traje gris que le prestó el mismo, a lo que agregó bigotes postizos canosos, polainas y un rancho.

Ayudado por las sombras de la noche, Mascheroni ascendió al tranvía y resueltamente se dirigió al cementerio La Piedad, donde los extorsionadores lo encararon y le exigieron la entrega del dinero que le habían pedido.

Mascheroni, sin titubear, sacó de entre sus ropas un revólver y a los empujones los obligó a los malvivientes a ascender al tranvía, en el que fueron trasladados hasta la seccional más cercana mientras los apuntaba sin cesar. [1]

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[1] Revista Boom. Año 1, número 2. op. Cit.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com