El Huevo de la Serpiente (1era. Parte)

Dirigentes y víctimas de la represión a sindicalistas de la Unión Obrera Metalúrgica –UOM) de Villa Constitución, patrocinados por el equipo jurídico de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y la Asociación de ex Presos Políticos avanzaron jurídicamente para que se investigue la represión ocurrida durante el “Villazo”, en 1975, la que dejó un saldo de varios trabajadores asesinados y alrededor de 300 presos políticos.

Es esta presentación que nos ocupa, el corolario de una serie de episodios que se generaron el 23 de septiembre de 1973, cuando la fórmula Perón –Perón llegaba a poder con el 61,85% de los votos y la agrupación Montoneros, preocupada por el sesgo que tomaba el gobierno nacional asesinó, dos días más tarde, a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT.

López Rega respondió con la proscripción de los grupos armados y la clausura del diario El Mundo y mes más tarde, el senador radical Hipólito Solari Irigoyen fue gravemente herido por la Triple A, en un atentado dirigido por el entonces jefe de Policía, Rodolfo Almirón.[1]

Al asumir Juan Domingo Perón, entre sus primeras acciones de gobierno, contó con el agravamiento de las penas contra la sedición y la denominada subversión y tras ello, a consecuencia de un visible enfrentamiento interno de la bancada peronista, en el Congreso de la Nación renunciaron ocho diputados de la Juventud Peronista.

El 1º de julio de 1974, en un día gris, plomizo, triste y de sensación térmica congelante, Isabel Martínez Cartas, viuda de Perón, asume la presidencia, mienrs que López Rega se convertía -ipso ipso- en una especie de primer ministro del que dependerían todas las secretarías que estaban bajo la órbita presidencial

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Si bien estos hechos no competen directamente con nuestro objetivo de relatar episodios de estricta incumbencia rosarina, es necesario enunciarlos, sucintamente, para poner al lector en el marco histórico y político que permiten explicitar los episodios que se desarrollaron, así como sus consecuencias en Rosario.

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En octubre de 1973, cuatro meses después que asumía como jefe de policía en Rosario –7 de junio- el inspector general Albino Soldano, la agrupación Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias se fusionaron definitivamente. De esa manera, bajo el nombre de la primera de las agrupaciones, comenzaron a actual en consuno, siendo por ese entonces los principales dirigentes de las FAR Roberto Perdía (Pelado Carlos); Marcos Osatinsky (Lucio); Roberto Quieto (Negro) y Tulio Roqué (Lino, Mateo o Martín), quienes pasaron a ocupar cargos en Montoneros.

Y fue en la gestión de Soldano que se empezó a gestar un conflicto sindical que alcanzaría relevancia nacional en la ciudad de Villa Constitución.

Originalmente Villa Constitución era una ciudad agrícola y portuaria que sufrió los avatares de la crisis de 1929. La ciudad ofrecía una infraestructura portuaria de aguas profundas y ferroviarias que la vinculaba con el mercado nacional e internacional, elemento que resultó esencial para que en la ciudad se radicaran industrias relacionadas con la producción de acero.

Así, en 1974, luego de una serie de conflictos gremiales con ocupaciones de fábricas, una coalición de centro-izquierda, denominada Lista Marrón, con Alberto Piccinini en la conducción, logró una victoria en las elecciones sindicales con el 64% de los votos.

Antecedentes

Apenas iniciada la construcción de los cimientos de Aceros Industria Argentina –Acindar- la ciudad entera de Villa Constitución modificó su modus vivendi.

Dejó de expulsar a sus habitantes deseosos de conseguir trabajo para convertirse en un polo de atracción inmigratoria laboral a gran escala. Miles de personas tuvieron un trabajo directo o indirecto y dejaron de formar las huestes del ejército de desocupados.

A la radicación de la metalúrgica hay que sumarle la de la planta de aceros finos y especiales Marathón, de capitales alemanes. Y lo propio ocurrió con Acinfer, una fundición que producía piezas para la industria automotriz que en sus inicios perteneció a Acindar y, a fines de los sesenta, fue vendida a Ford y se transformó en Metalúrgica Constitución ( Metcon).

Las ciudades de Rosario y San Nicolás proveyeron mano de obra calificada, mientras que Villa Constitución, con su población duplicada, tenía pleno empleo. Como primer secretario de la Unión Obrera Metalúrgica era elegido Roberto Nartallo quien se sostuvo en el cargo hasta 1966.

La desastrosa situación económica sindical local –consecuencia de medidas gubernamentales a nivel nacional, provocaron la renuncia de Nartallo, enfrentado con Augusto Vandor (El lobo) y se inician, dentro de la comisión interna de las fábricas, con formación política sólida, una serie de enfrentamientos que derivaron en una huelga, la que se inició el 31 de diciembre de 1969, a las dos de la tarde, en el cambio de turno, debido a que se habían cortado las horas extras, consecuencia directa de un pedido de mayor seguridad laboral. La huelga se extendió hasta marzo de 1970, aunque en forma intermitente.

El cese de las actividades se terminó imprevistamente cuando los operarios se enteraron que parte de la Comisión Interna había arreglado con la fábrica una indemnización mayor a la que le correspondía. La consecuencia fue la desmovilización de los obreros y la deserción de los mismos.

Los burócratas sindicales de la UOM, a nivel nacional intervinieron la seccional villense para impedir un acto eleccionario, posibilitando con ello, como consecuencia directa, la prepotencia de los patrones de la fábrica.

A pesar de la situación imperante, un grupo sindical clandestino organizado por Orlando Sagristani se formó con la denominación Grupo de Obreros de Acindar (Goda).

Piccinini conducción

El que luego sería el secretario general del gremio Alberto Piccinini, había arribado a Villa Constitución a los 8 años, proveniente de la localidad de La Vanguardia e ingresó a Acindar en 1961, con 19 años.

Piccinini había sido delegado gremial en el transcurso de la huelga del 70 y en 1972 se acercó al Grupo de Obreros Combativos del Acero, en coincidencia con el ingreso de obreros jóvenes a las fábricas de la ciudad villense.

Con el correr del tiempo se formó el Movimiento de Recuperación Sindical (MRS), para lograr la restitución de la seccional de la UOM, dirigida por el interventor Osvaldo Trejo que convocó a la Junta de Delegados para elegir a la comisión directiva de Acindar.

Al obtener ese sector la comisión interna, mediante paros recuperaron reivindicaciones y finalmente para profundizar la transparencia de su accionar participaron de las elecciones a través de la conformación de la Agrupación 7 de Septiembre, Lista Marrón.

Lorenzo Miguel intentó excluir a Villa Constitución, argumentando que no había “condiciones para las elecciones” y sancionó a Trejo, designando en su lugar a Lorenzo Oddone y a Jorge Ramón Fernández.

El 7 de marzo de 1974, los nuevos interventores se hicieron presentes en Acindar, acompañados del matón Raúl Antonio Ranure con el objetivo de desprestigiar a la comisión interna, a los que se acusó -área por área- de ser comunista. Los trabajadores les avisaron a los sindicalistas y se hizo una asamblea espontánea en el frente de la fábrica, donde se enfrentaron las partes muy duramente.

Debido a ello, el gremio nacional, a través de los interventores, decidió la expulsión de 14 integrantes de la comisión directiva y del cuerpo de delegados, tras lo cual se produce el despido de los mismos.

Los operarios, mediante sus representantes, obtuvieron una entrevista con directivos de Acindar y les pidieron que se abstengan de participar de la interna, aunque la empresa argumentó que debían acatar lo resuelto por una cuestión legal. La respuesta fue inmediata: A las 14 de ese día, con el cambio de turno, se decide la toma de la fábrica.

El villazo

Así nació el Villazo, oportunidad en que 2500 obreros demandaron el levantamiento de la sanción a la Comisión interna y la convocatoria a elecciones. El 9 de marzo también es ocupada la empresa metalúrgica Marathón, mientras en Metcon se inicia una rebelión que desemboca en una huelga, la que fue acompañada por los operarios de la empresa Vilber y por los de la totalidad de los talleres de menor capacidad productiva, pero numerosos en la zona.

Los portones principales de Acindar fueron cerrados y controlados por los piquetes de los obreros, lo que se extendió en torno a la planta en su totalidad.

El personal jerárquizado y los empleados administrativos no pudieron abandonar la planta y a los primeros se lo retuvo en el sótano donde se hallaba el área de personal, rodeándose la dependencia con tanques de combustibles, cuya capacidad era de 200 litros.

Cuando efectivos de la Policía Federal pretendieron ingresar, los operarios le “sugirieron” que no lo hicieran y si optaban por ingresar a la fuerza, les pidieron “que se cuidaran de caer en los piletones de ácido”. Los jefes policiales finalmente optaron por quedarse con sus hombres en la puerta de ingreso.

A todo esto, los empleados varones de la administración, de menor jerarquía, fueron concentrados en la contaduría y, paralelaemnte,se levantaron barricadas para evitar la circulación interna de vehículos, a la vez que se colocaron vagones de ferrocarril, utilizados para el transporte de acero, en lugares específicos para evitar la circulación ferroviaria.

La horas de tensión pasaban incesantemente y la cúpula gremial, ante la insostenible presión interna de los empleados administrativos, decidieron permitir la salida transitoria de la planta de estos últimos en turnos de 8 horas, esto es 6 a 14, 14 a 22 y 22 a 6. Las mujeres que trabajaban en la empresa fueron autorizadas a retirarse sin obligación de regresar.

A todos esto, los empleados administrativos varones salían y volvían a la fábrica en los colectivos que habitualmente trasladaban a los trabajadores a sus labores diarias y los regresaban a sus domicilios.

El cumpleaños de 15

Uno de los empleados de la contaduría, -hijo de uno de los jefes jerárquicos de la empresa, que había sido dejado libre por los sindicalistas debido a sus problemas de salud- salió un sábado a las 22, fue a su casa en Rosario, se dio un baño, se puso su traje nuevo, corbata al tono y salió a la disparada hacia la fiesta de 15 años de su hermana, en la sede del Club Gimnasia y Esgrima, en el Parque de la Independencia. Terminado el cumpleaños regresó a su casa y desde allí partió, a las 4.30 de la madrugada, en el colectivo de regreso a la planta de Acindar para ser “canjeado” por otro empleado que debía ser liberado por 8 horas.

El sistema eléctrico y la sirena de la fábrica también había sido puesto bajo el control de los obreros, quienes “invitaban a los empleados administrativos a participar de las reuniones que hacían en los depósitos, donde los dirigentes gremiales explicaban el avance y el retroceso de las negociaciones. Esos mismos empleados de la empresa, como vivían en Rosario y San Nicolás, eran asistidos por contratistas que hacían de nexo con sus familiares y acercaban elementos de limpieza personal y alimentos, aunque vale apuntar en este último sentido, que camionetas con carne descargaban kilos de carne para que los operarios y empleados la cocinaran en quinchos allí existentes.

La huelga finalizó el 16 de marzo, con la firma de un acta de compromiso en la que se dispuso la normalización de la seccional en 120 días y la elección de la Comisión Interna dentro de los 45 días posteriores al acuerdo. Se terminaron las tardes en las que los empleados se duchaban en los sanitarios utilizados para los cambios de turno y las noches en las que los empleados descansaban sobre los escritorios de chapa cubiertos con vidrios verdosos y rodeados de sillas para no caer, dormidos, directamente al piso.

El día de la conclusión de la huelga se organizó una marcha desde las fábricas hasta la plaza principal de la ciudad, en la que habrían participado entre 8 y 12 mil personas, encabezados por Piccinini. El objetivo era claro: reclamar por la normalización sindical. Ese día quedó marcado a fuego en la ciudad como “El Villazo”, cuyo costo final, en el tiempo, para los trabajadores se trasuntó en decenas de obreros muertos, centenares de encarcelados y torturados, a lo que deben agregarse varios secuestros.

Es que allí, en Villa Constitución nació la pista santafesina de la Triple A –que no fue un simple apéndice- sino una clave estructural más para entender los puentes que van desde los años 60 al terrorismo de Estado del 24 de marzo de 1976.

Concluido el proceso de la toma de la planta y normalizada las tareas en la contaduría, los empleados notaron la inasistencia de unos los contadores, de apellido Sobrero. Luego se les hizo saber que “hacía inteligencia para los grupos subversivos” y que “había sido detenido”.

Vale apuntar, a nivel de antecedente que no pdoría considerarse menor, que en los meses anteriores a marzo de 1975, los trabajadores de la acería de Villa Constitución y sus dirigentes habían sido objeto de presiones patronales.

En los roperitos de los operarios aparecían volantes intimidatorios anónimos que les presagiaban la muerte. También había pintadas en el frente y en el contrafrente del cementerio local. Las advertencias, pintadas en aerosol anunciaban puntualmente: “Muy pronto estarán aquí”.

Llega la caravana de la muerte

La predicción se cumplió. A las 7.20 del 20 de marzo de 1975 arribó a la ciudad una caravana de más de un kilómetro de extensión, 105 Ford Falcon y camiones, sin chapas patentes, venidos desde San Nicolás y Rosario, operativo que fue denominado Serpiente Roja.

En ellos habrían sido transportados 500 hombres fuertemente armados y en algunos casos encapuchados o con anteojos oscuros, así como con sus caras cubiertas con pañuelos, bajo las órdenes del jefe de la Policía Federal Antonio Margaride y a cargo del comisario Fischetti (a) “El Padrino”.

Se completaba el grupo con “comandos civiles que rememoraban las épocas de la Revolución Libertadora y agentes de inteligencia de la Secretaría de Inteligencia del Estado -SIDE- que con desparpajo portaban brazaletes del Ministerio de Bienestar Social de la Nación, conducido por López Rega.

Debido a un acuerdo previo con los empresarios de Acindar, el grupo se instaló en los chalets que ocupaba habitualmente el personal jerárquico soltero de dicha empresa, el que se ubicaban en el mismo terreno de la acería, cuyo accionista principal era el doctor José Alfredo Martínez de Hoz, quien había comentado a la por ese entonces presidenta de la Nación Isabel Martínez del “clima insurreccional” que se vivía en la ciudad.

Martínez de Hoz sería el que- con su economía de mercado- reduciría en un año el 40 por ciento del salario real y al pueblo se le achicaría, en un 30 por ciento, su participación en el ingreso nacional para pagar la canasta familiar, que sólo podía cubrir si trabajaba 18 horas diarias.[2] Al galope se venían 300.000 despidos.

La Comisión Sábato daría fe, años más tarde, que en dicho predio se instaló uno de los primeros centros de detención clandestinos del país. Con el tiempo casi 4.000 hombres participaron de acciones represivas en Villa Constitución. Ellos tuvieron a su cargo centenares de allanamientos de viviendas de dirigentes y operarios de la fábrica y hubo más de 300 trabajadores y jefes de la empresa arrestados.

En el proceso represivo se utilizaron carros de asalto, vehículos blindados, lanchas de Prefectura Naval, helicópteros de la Policía Federal y de los Pumas de la policía provincial.

Acindar, -según las versiones que se conocían en ese entonces- por orden del mismo presidente de la empresa, de apellido Acevedo, abonaba un plus de horas extras a la policía y el presidente de la empresa Metcon – Metalúrgica Constitución-retribuía con 150 dólares al jefe de su custodia personal.

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“Las acciones del gobierno han producido una huelga que amenaza la industria pesada de la Argentina”, rezaba un cable de la Embajada de Estados Unidos”, según el periodista John Andersen.[3]

Vale aclarar que como contraposición al insidioso y falso cable que la embajada envió a la CIA, quienes tenían acceso a datos, apuntaban que en la ciudad de Rosario, en pleno 1973, no había más de 230 combatientes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y si se sumaban a los adherentes desarmados, la cifra alcanzaba a los 1.300, aproximadamente.

Otra referencia, -de las pocas que existen-, la encontramos en una publicación del 9 de julio de 1975. Menciona la misma al inspector general Albino Soldano, en una entrevista con el entonces jefe del Estado Mayor General del Ejército, general Roberto Viola, con motivo del aniversario de la Independencia Argentina.

Otro dato, -que no es menor- es que mientras ocurrían estos episodios, el presidente del directorio de Acindar, desde 1968 a 1976, fue José Alfredo Martínez de Hoz, luego ministro de Economía del Proceso.

En la publicación Los Grupos Económicos de la Oligarquía Argentina, Martínez de Hoz figuraba a la cabeza de la nómina como perteneciente al grupo económico Acindar, Bracht, Roberts.[4]

El que llegara a ser ministro de Economía de la dictadura, vivía más tiempo en la capital de Inglaterra y Nueva York que en su país. Era muy amigo de Nelson Rockefeller y los empresarios norteamericanos confiaban ciegamente en él.

Henry Kissinger trabó, por entonces, con Martínez de Hoz una estrecha amistad y en oportunidad de desarrollarse el mundial de fútbol del 78, mantuvieron varias reuniones secretas en Argentina. Fue en esas reuniones “privadísimas” que Kissinger le hizo conocer al futuro ministro procesista su aliento por la política económica de Argentina, ampliamente favorable a los intereses norteamericanos.[5]

El ya citado paro gremial tuvo como consecuencias primarias, la detención de Julio Palacios y Carlos Ruescas -delegados de Acindar- y su posterior envío a la cárcel de Coronda.

El Comité de Lucha se reorganizó en los barrios de Villa Constitución y asumió la distribución de alimentos para los obreros de una ciudad tomada, mientras el interventor Simón de Iriondo agitaba con una propaladora por los barrios llamando a aplastar “la víbora roja de la subversión. La asamblea que se realizó en la plaza dispuso la huelga por tiempo indeterminado, hasta lograr la liberación de los presos.

El 22 de abril la represión fue feroz. Los Pumas, -la policía rural experta delitos de abigeato- ocuparon todas los accesos a Villa Constitución y a un micro, que venía con militantes desde San Nicolás, lo reenviaron a Coronda, mientras se iniciaba una descarga de gases y tiros cuando los operarios encolumnados se encaminaban a la plaza principal.

Las versiones, que arreciaban, indicaban que “Los curas de Villa permitieron que francotiradores se instalaran en la torre de la iglesia, mientras dos helicópteros del Ministerio de Bienestar Social de la Nación sobrevolaban la ciudad”.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com