Murió el ilusionista  René Lavand

Tenía 86 años. Siempre dijo que vivía “amparado en la sutil mentira del arte”. El mago, experto en la manipulación de los naipes, había sido internado en una clínica el viernes.

El ilusionista René Lavand, considerado uno de los mejores del mundo en la cartomagia, falleció ayer a los 86 años en una clínica de la ciudad bonaerense de Tandil, adonde había ingresado el viernes.

   Lavand, quien decía sentirse “amparado en la sutil mentira del arte” al realizar sus trucos, había nacido el 24 de septiembre de 1928 y murió en la madrugada de ayer en la Nueva Clínica Chacabuco.

   El mago, quien pese a contar con una sola mano era un experto en el manejo de naipes y en realizar trucos de ilusión, tenía gran ascendiente entre los tandilenses, tanto que la Municipalidad decretó tres días de duelo.

   Nacido como Héctor René Lavandera, una tía suya lo llevó con siete años a ver un espectáculo, en el que quedó asombrado con la presentación de un mago llamado “Chang”.

   Pese a vivir desde su infancia en Tandil, estuvo unos años con su familia en la ciudad bonaerense de Coronel Suárez, donde sufrió un accidente de tránsito en el que perdió su mano derecha a los 9 años. Fue en febrero de 1937, durante los carnavales, cuando cruzaba una calle cerca de su casa con sus amigos, un adolescente de 17 años en el auto de su padre lo atropelló aplástandole contra el cordón su brazo derecho (siendo que él era diestro). Se salvó parte del brazo, quedándole un muñón de once centímetros debajo del codo.

   A pesar del siniestro, Lavand practicó la cartomagia obsesivamente desde su infancia con la única ayuda de su mano izquierda hasta alcanzar un completo dominio de las barajas, gracias a un camino de autodidacta porque “todos los libros y técnicas son para magos de dos manos”, solía decir.

   Tras trabajar como bancario hasta los 32 años, en 1961 ganó una competencia en la especialidad llamada manipulación y se lanzó como profesional actuando en la televisión y en teatros como el Maipo, el Nacional y el Tabarís.

   En esa época se casó con a Sara Dellaqua, con quien tuvo dos hijas, Graciela y Julia.

   “La única misión del artista es convencer al mundo de la verdad de su propia mentira. No hay artista sin estilo y yo creo que logré añadir belleza al asombro al arrimarle al ilusionismo una dosis de poesía y dramatismo”, declaró Lavand sobre su oficio.

   En la televisión participó del programa “El show de Pinocho”, con Juan Carlos Mareco. En 1961, a través de los shows de TV estadounidense de Ed Sullivan y Johnny Carson, deslumbró a millones de televidentes.

   A partir de 1962, comenzó a trabajar en Nueva York y paralelamente actuó en teatros y programas mexicanos. Paulatinamente, continuó conquistando todo el continente americano, hasta que en 1983 llegó a Europa, tras ser descubierto por maestros españoles Tamariz Martel, Arturo de Ascanio y Navaz, quienes le abrieron las puertas para los públicos europeos y asiáticos.

   Además de las giras mundiales, también ha realizado seminarios, academias para especializados, conferencias. Publicó cinco libros de técnicas para especialistas en varios idiomas y un libro de anécdotas.

   Sin embargo, la atracción de los espectáculos de Lavand no radicaba exclusivamente en la asombrosa manera en que ha superado su discapacidad, sino en las historias (escritas en su mayoría por sus amigos Rolando Chirico y Ricardo Martín) con las que vestía sus ilusiones, y en su expresivo manejo de la pausa y el silencio como recursos dramáticos.

   Su juego más famoso es la versión que realiza de un clásico de la cartomagia llamado “Agua y aceite” en el que mezcla tres cartas negras y tres rojas, las que a pesar de ser mezcladas de distintas formas, una y otra vez aparecen reunidas por color, maniobra que Lavand repetía varias veces con ademanes cada vez más lentos. Otro muy celebrado era “Las tres migas”, donde tres migas de pan aparecen una y otra vez dentro de un pocillo de café, a pesar de haber sido arrojadas fuera de la mesa.

Más lento, no se puede. Una de sus frases recurrentes fue “no se puede hacer más lento”, con la que desafiaba a los espectadores a descubrir sus trucos.

   El ilusionista acuñó incluso el término “lentidigitación”, en contraposición al de prestidigitación.

   Otra frase usada en la televisión ante un plano cercano fue “la cámara implacable no me deja mentir”.

   Sin embargo, la atracción de los espectáculos de Lavand no radicaba exclusivamente en la asombrosa manera en que superó su discapacidad, sino en las historias con las que acompañaba sus ilusiones, y en su manejo de la pausa y el silencio como recursos dramáticos.

   En 2002, el mago interpretó a un veterano dueño de un bar y villano de barrio en el film policial “Un oso rojo”, dirigido por Adrián Caetano, y fue nominado al premio Cóndor de Plata de la Asociación de Críticos Cinematográficos de Argentina como Mejor Revelación Masculina.

En el festival Bafici del 2013, se presentó la película documental “El gran simulador”, de Néstor Frenkel, que retrata su vida.

Su enorme trayectoria le valió el reconocimiento de encumbrados cultores del metier. En una entrevista, Lavand contó anécdota sobre un encuentro entre Lavand y Copperfield, quien reservó toda la primera fila y fue al camarín a darle su reconocimiento al término del espectáculo. Cuando les propusieron entrevistarlos juntos, René contestó: “Este señor hace algo con lo que yo no tengo nada que ver; viaja con tres toneladas de equipaje, y yo viajo con un mazo en el bolsillo”.

(La Capital)