La política monetaria de la Fed en el nuevo escenario internacional

Aquí no ha pasado nada, podría jactarse la Fed. No existen razones para modificar la hoja de ruta trazada. «Sin novedad en el frente monetario».

En 1929, Erich Paul Remark escribió un extraordinario relato antibélico, llevado en varias oportunidades al cine. Se trata de «Sin novedad en el frente». En él narra los horrores de la primera guerra mundial, enfocándose en la historia de un grupo de amigos, entre los cuales se encuentra él mismo, ya que cuenta su propia experiencia en el campo de batalla.

Es memorable la escena final, en la primera versión cinematográfica, rodada por Lewis Milestone. En ella, al mismo tiempo que se anuncia la finalización de la contienda, uno de los muchachos asoma la cabeza fuera de la trinchera, observando con curiosidad el vuelo de una mariposa. La última bala de la conflagración estalla en su cabeza, mientras en la pantalla se observa el parte del día del batallón: «Sin novedad en el frente».

Semeja la antítesis de la frase con la que se inmortalizó el descenso de Neil Armstrong en la Luna. «Un pequeño paso para el hombre y un salto inmenso para la humanidad». En cambio, en la escena que se menciona, el mensaje podría ser: «Una pequeña historia para la humanidad y una tragedia para el muchacho, sus amigos y su familia».

La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un acontecimiento igualmente trágico, que está segando centenares de vidas inocentes.

Sin embargo, en el escenario monetario internacional, no existen novedades que merezcan ser mencionadas. Se trata de un parte rutinario, aburrido y monocorde. Como en la película.

Aquí no ha pasado nada, podría jactarse la Reserva Federal. No existen razones para modificar la hoja de ruta trazada con anterioridad. «Sin novedad en el frente monetario».

Como se anticipara en dos notas anteriores en este mismo medio, el incremento de tasas y el retiro cuantitativo continúa siendo lento y poco comprometido. Como fingiendo dureza monetaria. El «mercado» cada tanto «simula» asustarse, como si quisiera evitar una acción más decidida del órgano monetario. La Fed teme provocar una recesión y el inicio de un «bear market» memorable, tras un mercado al alza de trece años ininterrumpidos.

Ambas conductas podrían considerarse complementarias o, forzando un poco los términos, «cómplices». Son dos engranajes de un mismo mecanismo, que se autoalimentan mutua y permanentemente. No tendrían sentido uno sin el otro, y viceversa.

Todo igual, pero diferente

El «fantasma de Paul Volcker» fue suplido por los ruidos que introdujo el estallido de la nueva contienda en la cadena de suministros del petróleo y el resto de los commodities energéticos y agrícolas.

El enfriamiento de la demanda mundial que, seguramente, provocará el brutal encarecimiento de las materias primas, podría equipararse, aproximadamente, a unas ocho dosis de un cuarto de punto con las cuales la Fed acostumbra a «endurecer» su política monetaria.

El resultado, sin embargo, debería ser el mismo. La inflación podría campear a sus anchas, como consecuencia del océano de dólares que inunda la economía mundial. Tampoco faltan los alarmistas, que anuncian una cruel estanflación.

Según el Premio Nobel Milton Friedman, la inflación es, siempre y en todo lugar, un fenómeno monetario.

Los cambios en algunos valores clave, en este caso los «agro-energéticos», deben ser considerados, unos pocos más, entre los muchos vehículos de transmisión de los que se vale, en el corto plazo, el sistema de precios. Estos mecanismos deslizan lentamente y con rezagos, los efectos de la mayor masa monetaria, hacia los millones de pares de tasas de cambio que rigen el patrón de intercambio de los diferentes bienes y servicios que se transan a diario en la economía mundial.

La magnitud del crecimiento en la cantidad de dinero, en EE.UU., es fruto de la acumulación de deuda del Tesoro, debido al exceso de gasto público. Es además, notable, la pérdida de importancia del sector que genera riqueza, a manos de la creciente burocracia, que ahoga con impuestos y regulaciones al extraordinariamente dinámico mundo de las empresas productivas. Estas elaboran bienes y servicios con una productividad cada vez mayor, permitiendo incrementar el poder adquisitivo de la población.

Este último fenómeno es lo que ha permitido que el crecimiento no se detenga y que, muy por el contrario, arrastre con su empuje al resto de las actividades locales e internacionales.

En 1980, tras 190 años de crecimiento, la deuda nacional de EE.UU. alcanzó, por primera vez, la increíble cifra de «one billion dollars», siendo esto tapa de todos los medios masivos de comunicación.

Ahora mismo, 40 años después, su magnitud es de 30 billions. Los comentarios huelgan, los números hablan por sí mismos.

El pecado original de Occidente

Numerosos autores proponen como causante de la «decadencia del imperio americano» a la falta de liderazgo de sus gobernantes, durante las últimas cuatro décadas.

Luego de los dos períodos de Ronald Reagan, en las que éste doblegó política, militar y económicamente a la URSS, se observó una continua invocación al proteccionismo comercial, aunado a un incremento incesante del gasto público y la presión impositiva, financiada con deuda y ampliación de la oferta monetaria.

Contrariamente a la opinión de muchos economistas que lo admiran, el expresidente Donald Trump podría ser quien terminó de arruinar la economía americana.

La revolución tecnológica actual ha generado ganadores y perdedores. Forma parte de las reglas de juego.

Según Carlota Pérez, en su libro “Revoluciones tecnológicas y capital financiero”: «Los cambios de largo plazo se alcanzan mediante saltos discontinuos de destrucción creadora, acompañados por procesos de propagación de alrededor de medio siglo».

Señala, también, que la oleada temprana de una nueva tecnología es un espacio de crecimiento explosivo que origina una gran turbulencia e incertidumbre en la economía y denomina a este proceso de propagación de nuevas tecnologías “período de instalación”.

El mismo comienza con una batalla contra el poder de lo viejo, con una tensa coexistencia entre dos paradigmas en el que tendrá lugar el duro proceso de aprendizaje y adaptación a lo nuevo, llevando consigo la destrucción creadora a todas las esferas del sistema social. Es un momento de bifurcación tecnológica en el que la desintegración de las viejas industrias trae consigo desempleo y crisis social. Este hecho, la inestabilidad, explica por qué los frutos se cosechan pasadas las dos o tres primeras décadas

Sostiene, además, que si bien las oleadas de desarrollo que impulsan las revoluciones tecnológicas son fenómenos mundiales de largo plazo, la propagación desde el centro, o núcleo, a la periferia es gradual.

El entonces presidente Trump quiso proteger a los más débiles, a costa de ahogar las relaciones comerciales con los países que venían arrastrando con su vertiginoso crecimiento a la economía mundial. Esto derivó en un «populismo» negacionista y «neoludita» que sembró rencores y discordias en todo Oriente, que hoy se cobra la cuenta con el estruendoso silencio con el que se observa desde una porción importante del planeta a la invasión de Ucrania.

Una de las citas más llamativas que se haya escrito dice que «donde entra el comercio no entran tropas».

La anteriormente citada falta de liderazgo generó un ombliguismo ingenuo, un mirar hacia adentro, un culpar a los ganadores de la revolución tecnológica y de la globalización productiva y financiera.

En lugar de asumir su papel de facilitador de los cambios y locomotora del crecimiento del comercio, se optó por la mezquindad y el «retirar la escalera», luego de haberla usado a destajo durante siglos, como cuenta Ha-Joon Chang, en su famoso libro, llamado «Retirar la escalera».

Es como si el dueño de la pelota se la llevara a su casa, privando a los demás jugadores del divertido juego, que durante mucho tiempo permitió el crecimiento enjundioso de todo Occidente. Era ahora el turno de los más atrasados, que buscaban el «catch up» (alcanzar a los que van adelante).

Para los expertos, el término definitorio es «convergencia». El PIB per cápita de los países más pobres debería comenzar a «converger» hacia el de los países más ricos, que fueron los que partieron más raudamente hacia el desarrollo, una vez que se hubo instalado lo que se conoció como «La revolución industrial».

En lugar de permitir el curso normal de la globalización, se incentivó el reshoring y el nearshoring. El primer término refiere al «rescate» de los eslabones globales de las cadenas de valor, es decir, se ha buscado incentivar el traslado de las fábricas, nuevamente hacia EE.UU.

Ello implica producir internamente, lo que antes se elaboraba, a menor costo, en otras latitudes. El segundo (near: cerca) busca traer al vecindario, México, Canadá, etcétera, la producción antes radicada en los países con los salarios más bajos.

Renombrados analistas califican de absurda a la política energética de Europa, con su agenda verde y el desmantelamiento de las usinas nucleares. Esto los convirtió en dependientes en 40% de los hidrocarburos rusos. Por otro lado, la presión desgastante de la OTAN sobre las fronteras del otrora gigante soviético, puede haber sido el factor que provocó las iras de Putin. Se habría creado un monstruo al que resultará ahora muy difícil detener.

La comodidad y el silencio de China con esta situación agregan una preocupación más al complicado tablero internacional.

La Fed, a todo esto, nada puede hacer para evitar las consecuencias económicas de la pérdida de rumbo de lo que alguna vez se llamó Occidente. Este parece haber extraviado la brújula y haberse abrazado, hace varias décadas, a la MMT (en castellano, TMM, Teoría Monetaria Moderna). La idea principal de sus creadores es que la emisión monetaria no es inflacionaria y que, es obligación de los países, generar toda la liquidez posible para aceitar el crecimiento de los ingresos populares.

Kennet Rogoff le re-denominó “Tontería Monetaria Moderna”, pero su reinado está incólume, aunque todos los expertos en moneda y crédito la denuesten.

La conclusión final de estas líneas es que podría resultar propicio mutar a un sistema que utilice como herramientas la frugalidad monetaria, la baja tributación y la apertura irrestricta al comercio mundial para facilitar el re-despliegue de la revolución tecnológica en marcha. El objetivo sería regresar a un sendero de crecimiento mundial inclusivo, que derrame los beneficios en proporción inversa al desarrollo relativo de los países, devolviendo nuevamente la escalera a su lugar original.

Eso es lo que predice la sección de la biblioteca que cree que la libertad de mercados es una herramienta tan sutil e incomparable que, acotar su reinado, es un crimen de lesa humanidad y que, además, condena a muchos países a permanecer en las sombras, con una pobreza y una desigualdad crecientes, que solo una nueva ola de capitalismo competitivo podría curar.

Una opinión final, a modo de «re-truco» hacia el libro de Joseph Stiglitz: «El malestar en la globalización» tiene como único remedio más globalización.

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Jorge Bertolino

Economista