Reflexiones dominicales sobre sinfonías caceroleras

No tienen razón ni son razonables. Si los números hablan, hablemos de números. El jueves por la noche hubo protestas en muchas ciudades del país, algunas considerables y otras escuetas. Las sumamos y podemos llegar a la exigua cifra de 100 mil personas que, muñidas de sus cacharros, espantaron a los murciélagos a la hora de la cena. Pero la calidad de minoría no se aprecia sólo en los números, sino en sus reclamos y en el tamaño desmesurado del resentimiento. Algunas estrellas de la oposición se alborotaron como los bagres en un estanque ante la caída de unas migajas de pan. Por fin encontraron una excusa para manifestar el desprecio hacia el populismo K, una circunstancia para emerger del olvido, un alboroto que permita ocultar la falta de propuestas de una oposición que no sabe dónde colocarse. Salvo Macri, un maestro del oportunismo y un mago para travestirse. Un individuo que no es un límite, sino un extremo: a la derecha de él no hay nada. Y muchos de los que cacerolearon el jueves coinciden con ese extremo y hasta lo empujan más a la derecha. A pesar de las oportunas –y oportunistas- declaraciones de algunos adversarios, poco o nada puede hacerse con esas alocadas demandas de los manifestantes, más que ignorarlas. Por confusas, por variadas, por despreciativas, por manipuladas, por ignorantes, por desinformadas. Por agresivas y odiadoras. Por prejuiciosas. El cacerolero se ha convertido en los últimos tiempos en la versión 2.0 del gorila de mediados del siglo pasado. Si el lector de estos Apuntes pone en duda esta analogía, nada mejor que hacer un recorrido por las crónicas del día para descubrir que son individuos con los que no se puede llegar a ningún acuerdo, salvo obedecerlos.

Si hay un hilo conductor en las palabras de los manifestantes es el odio profundo hacia CFK y todo lo que representa. Ella es un demonio culpable de todos los males del mundo, según la visión de estos pacíficos protestones. Y quiere transformarnos en la Venezuela chavista, que, aunque no saben explicar lo que eso quiere decir, debe ser tan malo que merece el desprecio. Lo que molesta es Cristina y a partir de ahí no se puede razonar. Porque Cristina –y antes Néstor- significa algo que muchos rechazan: el control político de la economía y el Estado presente en la protección de los sectores más vulnerables. Eso es todo. Esa es la frase que sintetiza las expresiones que muchos cronistas pudieron recoger en la marcha del jueves. Disfrazadas, por supuesto, de consignas dictadas hábilmente por las propaladoras de estiércol. La falta de libertad, el Estado Autoritario, la diktadura, el miedo son sólo estupideces inexistentes que sirven para ocultar lo que verdaderamente desean: un Estado bobo al servicio de las corporaciones, que permita la especulación y la evasión y, claro está, que no ponga restricciones a la adquisición de la excitante divisa verde. Ah, y también que no alimente vagos, negros o “pibitas que se embarazan por la platita”, Del Sel dixit. Lo que quieren es que Cristina mute a una especie de Macri o que renuncie.

¿Qué posibilidades hay de acordar algo con un cacerolero? Ninguna. Los argumentos están ausentes. Sólo repiten consignas. La mayoría de los reclamos rondan por la “falta de libertad para comprar dólares o viajar al extranjero”. No puede comprar dólares quien no puede demostrar de dónde sacó el dinero. Esto deriva en el repudio a los controles de la AFIP, que fue tomando medidas graduales para evitar la fuga de divisas que tanto daño puede causar en la economía doméstica. Pero esta explicación no la pueden aceptar, porque su mirada es individual y divorciada de todo fin colectivo. “Cristina no nos deja comprar dólares porque se quiere quedar con todo”. Idea pueril sin asidero racional. Los dólares fugados se transformarán en deuda y eso es lo que se quiere evitar. A esta altura del cruce de ideas, el cacerolero ya se ha retirado de la escena para dirigirse a otro sector de la plaza para hacer lo que mejor sabe: cacerolear. Y ése sería el mejor final para el intercambio verbal. Uno puede terminar con el cacharro incrustado en el cráneo después de escuchar las más variadas acusaciones, como “te hicieron el coco”, “te creés el relato de la yegua” o “cobrás algún plan”. Se resisten a entender porque, como los gorilas de antaño, sólo piensan a partir del prejuicio y defienden privilegios. Pero los peores caceroleros son los que batallan por los privilegios ajenos como si fueran propios. Esos son incomprensibles.

Quien se mostró más exaltado con la movida del jueves fue ni más ni menos que Mauricio Macri, siempre ansioso por morder la yugular de Cristina. “Espero que la Presidenta reflexione y se dé cuenta de que la gente está pidiendo ser escuchada, que no la reten, que no la quieran dirigir desde el miedo y que le propongan cosas claras para ayudar, que no use la cadena nacional para castigar a unos y a otros”, expresó. Para el señor feudal de la CABA, los manifestantes fueron “La Gente” que se movilizó en “toda la Argentina”. No conforme con esto, se mostró “impresionado” y “emocionado” –siempre y cuando esto sea posible- por lo que consideró “tal vez el movimiento espontáneo y pacífico más grande que haya habido en estos últimos treinta años de democracia”. ¿Cómo dialogar con alguien tan cínico o cuanto mucho ignorante? La marcha no fue pacífica porque las consignas fueron de odio y tuvo la espontaneidad de dos semanas de preparación, como la que está convocando con espontaneidad Cecilia Pando para el 1° de octubre. Y además, lo de “más grande” es una mentira del tamaño de un elefante.

Otro de los mentirosos que se expuso al bochorno fue el ex vice Julio Cobos que, sin dudar, sostuvo que “las marchas han sido ejemplares en todo el país” y consideró que “en general el mensaje de la sociedad es de paz”. Difícil entender el concepto de paz que tiene alguien que traicionó la voluntad popular, socavando la legitimidad de un mandato con su cobarde voto no positivo. Pero, desde su sabiduría inexistente, dirigió un mensaje exclusivamente al kirchnerismo que “puede ignorar y decir acá no pasó nada o puede tomar nota”. Gracias, hacemos las dos cosas: anotamos para no olvidar y después ignoramos las demandas individualistas de los caceroleros, porque atenderlas significa retroceder tres décadas y no estamos dispuestos.

Pero quien demostró una excitación descontrolada fue De Narváez quien exclamó: “no hay tiempo que perder, hay que conformar un frente de unión nacional”, propuesta extraña para alguien que se dice peronista. Y hasta fantaseó con una mesa de opositores para “ver cuáles son los puntos en los que estamos totalmente de acuerdo”. No hace falta ninguna mesa pues en lo único que acuerdan es en borrar del mapa al kirchnerismo para poder acceder nuevamente al descontrol de los mercados que, como ya sabemos, genera exclusión y desigualdad.

Patricia Bullrich, en una clara muestra de graves dificultades de percepción, se mostró contenta por “haber participado y protagonizado este momento” y agregó que “la gente fue muy responsable, se cuidaba de que no hubiera incidentes, ni violencia y no entró en provocaciones”. ¿Se puede dialogar con alguien así para llegar a un acuerdo? Otros exponentes de la oposición como Ricardo Alfonsín, Antonio Bonfati o Hermes Binner expresaron ideas que pueden alcanzar a capitalizar algunas demandas, a riesgo de deformar los principios de las fuerzas políticas que representan. Pero sólo el PRO y sus satélites puede transformar tanto odio, desprecio y ambición individualista en una plataforma de gobierno.

En estos nueve años hemos tenido un crecimiento sostenido de la economía como nunca en nuestra historia; una reducción significativa del desempleo, la pobreza y la indigencia gracias a un lenta redistribución del ingreso y la AUH; hemos recuperado los fondos de los jubilados, Aerolíneas Argentinas e YPF; concretado leyes como matrimonio igualitario, violencia de género, identidad, de medios. El Gobierno Nacional ha transformado el capitalismo salvaje de los noventa –el que tanto extrañan muchos- en un capitalismo amigable gracias al notable desendeudamiento y la consecuente soberanía económica. Pero sobre todas las cosas, ha recuperado el rol del Estado para armonizar las relaciones en la sociedad. Y esto es una síntesis apretada, pero mucho más completa y certera que la vociferada por los caceroleros. Si todo esto les molesta, que lo digan claramente, sin pudores ni eufemismos. Que digan que quieren un país con pocos privilegiados y millones de empobrecidos. Mientras tanto, los que disfrutamos del viaje en este colectivo, queremos más Cristina. Para que quede claro: mucho más de todo esto.

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Gustavo Rosa

Periodista, Licenciado en Letras. Docente de enseñanza media y terciaria. Autor del blog: http://www.apuntesdiscontinuos.blogspot.com/