Para no rendirnos nunca

Escribir es un arte liberador, reveladora en ciertos sentidos porque nos permite tomar contacto con lo que pensamos o sentimos, y que mejor que tomar conciencia de la existencia de ese correlato entre idea y acción, entre teoría y práctica. Todos aquellos que entiendan este planteamiento, sabrán a que me refiero cuando hablo de “no se puede cambiar”, “eso es así”, “dejate de joder con eso”, “siempre lo mismo vos”, y el certero: “no cambias más”. Estas expresiones son tan constantes entre la sociedad, y lo más preocupante, entre la juventud.

¿Pero qué es lo realmente importante en este escrito?, probablemente eso no se sepa hasta el fin del mismo, sin embargo por el momento, me pregunto: ¿Por qué me pongo en una posición de moralista al decir que estas expresiones son constantes entre la juventud y qué es lo más preocupante?, ¿por qué en lineas anteriores me adjudico ser la voz cantante de una juventud a la que se le hacen miles de cuestionamientos por defender una idea, si después voy a ponerme el traje de la moral y las buenas costumbres?. La tranquilidad empieza a ganar fuerza en mi interior, y la respuesta cae como pinceladas: hay una juventud afuera que plantea alternativas con los medios que cuenta, sean pocos o muchos, sin embargo, ponen el pecho cuando hay que ponerlo, contra el silencio cómplice y la indiferencia constante que se naturaliza en las grandes ciudades pos modernas como la nuestra.

Sin embargo, ¿por qué aparecen estos contrastes?. Acá surge la palabra que hace la diferencia en los discursos de las sociedades contemporáneas, que viven los flashes de una vida que “pudo haber sido”, cargando con las frustraciones propias de aquellos que no hacen más que cargarnos de cuestionamientos como si fueran bombas, y es la NATURALIZACIÓN. Una palabra que permanece escondida en frases, actitudes, ideologías, centros de poder, etc, etc. Ahora bien, la naturalización de una cosa es en sí eso y mucho más: cosificar una lucha, una idea, una representación, una sociedad, un mundo, preguntas, cuestionamientos, y lo más preocupante (una vez más), naturalizar a la juventud es penoso.

La naturaleza de las cosas ha sido la contracara del sueño de la juventud, de los idealistas supremos. La naturalización, aceptar algo en sí, como se nos presenta, sin hacernos preguntas para descubrir si encajamos en esa idea, configura una vidriera maniqueista de lo que somos, debemos ser y como debemos actuar. Atarse a un parámetro de normalidad esta bueno para los moralistas y “gárgolas del status quo”, pero no para los idealistas, para los que plantean que otra alternativa es posible en el seno de lo naturalizado imposible.

Entonces, si enfocamos nuestra visión en cambiar a la sociedad, no debemos olvidar que el primer eslabón es descubrir la naturalización de las cosas, para saber donde nos quieren tener parados y construir el camino alternativo en ese espacio estático, por la gran cualidad de ser jóvenes: la de no estar destinados a nada y cambiar ese destino una y otra vez, amoldándolo a nuestra visión y compartirla con los demás; enseñando el camino a aquellos que se encuentren perdidos y no sepan como comenzar nuevamente sin ser excluidos; abriendo nuestras oportunidades a aquellos que han dejado en el rincón del olvido la actitud más prioritaria y noble con la que podamos contar en la vida: la juventud.

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Nicolás Ferrera

Periodista