Advierten que la soja está “destruyendo” el suelo santafesino

El Inta Casilda advirtió que sólo se repone el 37% de los nutrientes que se le extraen al suelo pampeano. Las ganancias inmediatas de arrendatarios, productores e industria esconden la destrucción de su fuente de ingresos.

Hora de pinchar el globo antes de que explote. Desde comienzo de año el precio de la soja experimenta una continua alza global al compás de la sequía en Estados Unidos y la estimación a la baja en la producción del primer exportador mundial del poroto. Los productores y propietarios rurales argentinos miran su bolsillo y se restriegan las manos una vez más, pero esa mirada de corto plazo es ciega frente al peligro: un barco cargado con 40 mil toneladas de granos de soja se lleva por el Paraná, además, 3.500 toneladas de nutrientes del suelo, lo que equivale a más de 7.000 toneladas de fertilizantes artificiales. Sin embargo, en el país sólo se repone en promedio el 37 por ciento del nitrógeno, fósforo, azufre, potasio y magnesio que se pierden, con lo cual la llanura pampeana, dentro de medio siglo, será superficie arrasada que apenas podrá sostener la siembra de pastos o pajas. Estos números, que ponen en evidencia la persistente destrucción del recurso suelo, son parte de un estudio del Inta Casilda que, en rigor, busca llamar la atención sobre un proceso que la institución estudia desde hace más de tres décadas. “Vamos a terminar exportando canastitas”, ironiza el ingeniero agrónomo Fernando Martínez, jefe de la delegación santafesina del Instituto.

La advertencia, que lleva a la crítica del sistema de arrendamiento y regulación de uso del suelo vernáculos, compete especialmente a la región: entre Timbúes y Arroyo Seco está instalado el complejo oleaginoso más importante del mundo, con sus 26 plantas y la red de terminales portuarias que, a lo largo de esos 67 kilómetros, suma una capacidad de procesamiento de 172 mil toneladas diarias del grano estrella. Una gallina de huevos de oro que amenaza quedar sólo para puchero en menos de lo que canta un gallo. “En el campo argentino lo que se hace no es producción sino «explotación» agropecuaria. Explotar es destruir, y es lo que hacemos: destruir el suelo. No ha habido cambios en 130 o 140 años. El suelo se desgasta con el uso, si no es racional se liquida. Eso pasa en la Argentina. La erosión, que comienza con el arado de rejas y la quema de rastrojos, permitió la bonanza del supuesto granero del mundo, un concepto ridículo. El país nunca lo fue ni lo va a ser porque nuestra producción es más bien modesta. Son cosas que inventa la mitología porteña, la gente termina creyéndoselas porque lo dice un medio de Buenos Aires”,  dice  Martínez, del Inta Casilda.

Cuentas invisibles

En números exactos, si bien promedios, el Instituto afirma que para cargar un barco con 40 mil toneladas de la leguminosa (en realidad se exporta mayoritariamente harina, aceite y biodiésel), se extraen de la tierra 3.576 toneladas de nutrientes –nitrógeno, fósforo, azufre, potasio y magnesio– que se equiparan a 8.735 toneladas de fertilizantes. Sin embargo, sólo se repone el 37 por ciento de ese volumen, necesario para sostener la productividad del suelo que, naturaleza mediante, permite las extraordinarias ganancias actuales de la cadena. La soja es la más demandante: si la carga del mismo buque fuera de trigo, los nutrientes se cuentan por 1.176 toneladas, y si fuera maíz, por 966.

“Sabemos qué es lo que hay que hacer, pero las condiciones de producción del sistema agrario pampeano impulsan a que se siga haciendo «explotación»”, continúa Martínez equiparando esa modalidad a la de la minería: extraer todo y después lo que queda es abandonar, porque no hay más negocio. Lo que impide ver el peligro en ciernes es el “aguante” del suelo pampeano. “Para hacer soja en nuestra región, una producción de 4.000 kilos por hectárea promedio en un buen año, el gasto es de unos 200 dólares, pero en Brasil, en el Estado de Mato Grosso, hay que invertir 1.000 dólares, y en el estadounidense de Illinois 900. Se puede decir que Dios es criollo, pero la pregunta es hasta cuándo: el suelo sigue contribuyendo pero se termina”, grafica.

Los “costos ocultos” del boom sojero –en referencia a los económicos, no los ambientales que es otro de los problemas– no figuran en la contabilidad pública ni en la privada, alerta el profesional del Inta. “Si hablamos sólo de fósforo, un fertilizante esencial en la política mundial, un barco cargado de soja se lleva 184 toneladas, lo que implica unos 500 millones de dólares por buque. Esas cuentas no se hacen”, ejemplifica.

¿Y por qué no se repone lo que se extrae? Acá entra el “precario” e irracional sistema agrario argentino, dice Martínez. El que permite bolsillos llenos para unos pocos a costa de destruir un recurso esencial.

“En ningún lugar del planeta se hace el 75 por ciento de la siembra en campo alquilado como en la Argentina, y menos pagándole por el alquiler la mitad de la producción potencial al propietario, que no hace ningún esfuerzo ni corre ningún riesgo”, destaca Martínez. El propietario le exige al productor que fertilice, pero este con razón retacea el reclamo porque la mitad del mayor rinde de esa inversión se lo lleva el dueño de la parcela. El sistema de arrendamiento a corto plazo –muchas veces por los seis meses que dura el ciclo siembra-cosecha– empuja en el mismo sentido de no atender a la sustentabilidad. El resto lo hace la falta de regulación. “Con la tierra nadie se mete. El que quiere hacer un country lo hace, el que quiere un horno de ladrillo igual, y el que quiere erosionar la tierra haciendo soja sobre soja todos los años, lo hace. El Estado le reconoce la propiedad y el usufructo sobre un bien que nadie fabricó, extraordinario, único, escaso, elemental, y no le exige nada. Hay actividades que tienen menor impacto sobre la sociedad y están reguladas, ésta no”, pone en foco el ingeniero agrónomo.

“¿No debería tener cada propietario un plan de conservación del suelo? Pero esto es Argentina, y no es un problema del gobierno: es social”, deja la escéptica y provocadora pregunta Martínez.

Del Grito de Alcorta a las 4×4

Hace días se recordó el centenario de la rebelión agraria que sacudió el sur de la provincia argentina de Santa Fe y se extendió por toda la región pampeana en 1912, y la comparación viene a cuento. “En el Grito de Alcorta los chacareros peleaban por no pagar más del 20, o a lo sumo el 25 por ciento de la producción, si estaban cerca de la estación ferroviaria, al terrateniente. Terminaron arreglando por el 2. Actualmente los mismos productores les están ofreciendo a los propietarios de los campos el 50 por ciento para hacer soja. Se puede aún discutir en estos términos en la región pampeana, en el resto del país el suelo está liquidado”. (El Ciudadano)