Sangre, lágrimas, opio y heroína en Afganistán

La historiadora Marina Franco[1] reconoce en sus investigaciones diversas justificaciones del ejercicio del poder represivo por parte del Estado, que desemboca en una feroz dictadura, generalmente organizada por fuerzas militares y acompañada del apoyo civil, con marcados intereses económicos,  en la mayor de las oportunidades.

Afganistán es un caso paradigmático en ese sentido, aunque –vale apuntarlo- la historia está llena de precedentes como el argentino en la década del 70.

En el  campo internacional podemos remontarnos a 1959, con Fulgencio Batista, en Cuba, gobernante mimado de las corporaciones estadounidenses y del crimen organizado, quien huyó –dicen los cubanos-con una fortuna de aproximadamente  300 millones de dólares en momentos en que  la revolución cubana llegaba a La Habana.

En 1979, Mohammed Reza Pahlevi, el Sha de Irán, dejó apresuradamente el poder  debido a una revuelta generada 700 días después de que Jimmy Carter brindara por su país como “una isla de estabilidad”.

Zbigniew Brzezinski, asesor del seguridad nacional de Carter, al momento de la caída del Sha expresó su posición de manera pragmática: “ Para llevar a cabo la política exterior tenemos que trabajar con los gobiernos que existen. Y algunos de ellos son dictaduras”.

En 1986 le tocó el turno a Ferninad Marcos, destituido por el Poder Popular de Filipinas un quinqueño después de que George W. Bush le dijera en una comida: “Nos encanta su apego a los principios democráticos”. Y así podríamos seguir enumerando…

Pero en este caso puntual nos detendremos en Afganistán, para preguntarnos que hay detrás del conflicto bélico que ocupa su territorio, donde las organizaciones armadas del Talibán -que alimentan un espiral de violencia- y las fuerzas armadas afganas oficiales, junto a las de Estados Unidos, empujaron  a la población –y lo siguen haciendo- hacia una situación crítica y explosiva.

Barack Obama modificó su estrategia en Afganistán. Pasó de intentar la generación de un Estado democrático a crear uno fuerte que evite la toma del poder por parte de los talibanes o de Al Qaeda.

El presidente norteamericano debió pasar de la conducción de un combate tradicional a otro contrainsurgente en el que la lucha es asimétrica .

Los historiadores nos recuerdan que Alejandro Magno ocupó el territorio afgano con elefantes; los británicos utilizaron cañones y los rusos invadieron con helicópteros artillados. Todos fracasaron en su intento, ya que si un Estado democrático respeta las normas internacionales  se posiciona desventajosamente  frente a los insurgentes. Y si no las respeta destruye la base ética de su intervención.

En los dos casos, vale recalcarlo, el tiempo juega a favor de la insurgencia. Para los periodistas que hemos pasado por claustros donde se enseña  comunicación política, el concepto es básico.  “El tiempo es Talibán”, lo expresa asiduamente en sus comentarios el periodista Xavier Batalla.

En su momento, la decisión de retirar 33.000 soldados de Afganistán – lo que fue resistido por la cúpula militar yanqui –estuvo marcada por las presiones que recibió el presidente norteamericano para que redujera el déficit fiscal y en particular el gasto de Defensa, alcanzando en dicha área a 400.000 millones de dólares en 10 años, lo que significó que el Pentágono debía hacer lo mismo por 40.000 millones de idéntica moneda.

La decisión fue tomada en un marco global, con Afganistán incluido. Hillary Clinton opinó que  “la revisión de los hechos fue muy cuidadosa” y Gordon Adams, un funcionario de la Casa Blanca se apresuró -en el momento de tomarse la medida-, en declarar que “el Departamento de Defensa  puede soportar esos recortes presupuestarios sin poner  en peligro la supremacía militar norteamericana, a nivel global”.

En 2010 la guerra en Afganistán tuvo un costo para EE.UU. de 105 millones de dólares y para 2011 alcanzó a una cifra cercana a los 117 millones.[2]

El instructivo inglés

El plan yanqui de invasión contemplaba instruir  a las estructuras políticas y militares de Afganistán, para luego vigilarlas “hasta que alcanzaran su madurez para que asumieran responsabilidades  de gobierno”, según indicaban las órdenes que les suministraron a los comandantes del ejército británico destacado en Afganistán.

En una etapa posterior, los asesores occidentales debían reemplazar a los oficiales de enlace militares como instructores para los gobernadores provinciales  y los funcionarios, quienes tenían que desempeñar las tareas de gobierno. De esta manera, las milicias locales asumirían el rol de efectivos de seguridad para extender el alcance del gobierno central.

El plan establecía que los equipos fronterizos se establecerían para ayudar en el control de las tribus menores de Pashtún[3] y prevendrían  incursiones en la frontera con Pakistán.

Las órdenes eran de poner énfasis en el desarrollo de las fuerzas policiales y en lograr un gobierno local maduro, imparcial y eficaz.

La inteligencia norteamericana preveía que semanas después de la invasión a territorio afgano, los tanques soviéticos iban a ser lanzados desde Hungría, Rumania y Bulgaria, para apoyar el establecimiento  de un régimen adicto a Moscú en Belgrado. Sería una provocación que elevaría la temperatura en el mundo occidental.

La voluntad norteamericana de controlar Afganistán se leyó en clave de contraposición a China, considerada por el Pentágono como la mayor  amenaza potencial a la hegemonía militar y económica del país del Norte, no sólo en Asia sino también en el denominado Oriente Próximo, África y América Latina, esto es una amenaza que se hizo más real después de la creación en junio de 2001, de la alianza político-militar liderad por Pekín: La Organización de Cooperación de Shangai (OCS), que reúne a China, Rusia y  las repúblicas de Asia Central.

Los analistas políticos entendieron que la integración futura con la organización del Tratado de Seguridad Colectiva, liderada por Rusia, podría extender su influencia hasta Europa oriental para contraponerse a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), conducida por Estados Unidos.

Un Afganistán bajo control yanki es una espina clavada en China, particularmente  por su proximidad a Xinjang, una región muy rica en petróleo y desestabilizada por el nacionalismo Uigur, sostenido por la CIA.

Motivaciones

Gran número de cientistas  políticos estiman que el verdadero motivo de la invasión a Afganistán en el 2001 fue tomar el control del oleoducto  transafgano, ya que el proyecto norteamericano contemplaba construir una conducción de 1.680 kilómetros para transportar gas de Dauletabab, en Turkmenistán, hasta Pakistán, a través de Afganistán occidental, iniciado en 1996 por la compañía estadounidense Unocal, en cooperación con el régimen talibán.[4]

Occidente optó por  el corredor sur de Asia y en el 2015 se conectará el gasoducto Nabuco, realizado a través del Mar Caspio, Azerbaiyán y Georgia. India, por su parte,  prevé la apertura el oleoducto en 2018, financiado por el Banco Asiático de Desarrollo. Las empresas petroleras interesadas son estadounidenses, británicas y canadienses.

Otros estudiosos del conflicto afganos estiman que no sólo el petróleo fue la razón que llevó a invadir Afganistán. Consideran que los funcionarios estadounidenses  pretendieron dominar el mercado del opio afgano que les hubiera proporcionado, al menos, 60 mil millones de dólares anuales.

Las plagas y el mal tiempo que se adueñaron durante años del territorio afgano aumentaron vertiginosamente los precios, debido a que se redujeron los sembrados de amapola, que en el 2011 sólo permitieron a los agricultores cosechar 1 kilo contra  15 del 2010.

De las ganancias netas no sólo vive el agricultor, también lo harían los traficantes, funcionarios afganos, norteamericanos y comandantes del Talibán.

La sangría militar

En Afganistán las pérdidas militares de soldados norteamericanos, a pesar de que el conflicto bélico dejó de aparecer en las primeras planas, no se detiene.

La sangría bélica dejó en el camino como rastro en el tiempo 60 muertos en el 2004; 131 en 2005; 191 en 2006; 232 en 2007; 295 en 2008 y 521 en 2009. A diciembre de 2010 más de 700 soldados extranjeros fueron abatidos en Afganistán y el número de civiles abatidos y heridos no dejó de incrementarse.

Es evidente que el costo humano es cada vez más impopular para Estados Unidos y Europa, de donde proceden los principales contingentes militares de la coalición internacional en Afganistán.

Obama, para frenar el accionar de jefes talibanes que se mueven libremente en la frontera afgano-pakistaní decidió cortar en su momento el apoyo económico de 7.500 millones de dólares a Pakistán, donde la CIA posee un centro operativo que detectó, dicen los periodistas de Afgaistán, células de los muyaidines chechenos que se estarían movilizando en la región de Marsha, en el sur afgano, principal enclave de la producción de opio y heroína.

Para colmo, según una investigación realizada por el canal de televisión ruso Vesti, la heroína afgana sale de Afganistán  a bordo de aviones estadounidenses  de carga militar directamente desde las bases de Ganci,  en Kirguistán y de Inchirlik, en Turquía.

Es más, el periodista afgano Nushin Arbabzadah , en una investigación para el diario inglés The Guardian, señaló que la droga es ocultada en ataúdes de militares  de EE.UU.  Cartón Lleno.

[1] Es historiadora. Egresada de la Universidad de Buenos Aires (1998), se doctoró en la UBA y en la Universidad de París 7 (2006). En la actualidad es investigadora del CONICET y profesora e investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín. Coordina el Programa de Estudios en Historia Reciente de ese centro y la Red Interdisciplinaria de Estudios en Historia Reciente. Ha estudiado la historia argentina reciente, en particular el período del terrorismo de Estado y violencia política. Ha publicado diversos artículos y trabajos especializados en libros y revistas de circulación nacional e internacional. Participó en diferentes emprendimientos de políticas públicas y en la búsqueda y clasificación de archivos en Francia y en la Argentina. Es compiladora, junto con Florencia Levín, del volumen Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción (2007).

 

2 Enrico Piovesana. Reporter.Net

3 Las tribus menores de Pashtún de los Wazirs, Mohmands, Mahsuds, Afridis, Khattaks y Shinawaris ocupan el área montañosa de la provincia de la frontera noroeste. Estas tribus se identifican  por considerarse autogobiernos orgullosos y no cooperativos, una parte feudal y una parte con espíritu democrático imbuidos de una estricta fe musulmana.

4Fuente: EIA.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com