El infinito espíritu de exploración humano sobrevuela Saturno

La NASA decidió orientar un sobrevuelo de su nave espacial Cassini hacia la luna Rhea de Saturno, a sólo 1.000 kilómetros de altura.

El propósito fundamental es el de investigar minuciosamente la estructura interna de la segunda mayor luna, después de Titán.

Rhea, es uno de los satélites del sistema solar con 1.529 km de diámetro –casi la mitad de la Luna- y con una órbita casi circular, ligeramente inclinada con respecto al ecuador de Saturno.

Se estima qu posee un núcleo rocoso que supone algo menos de una tercera parte del diámetro, mientras que su manto y corteza podrían estar compuestos por agua helada e impurezas diversas.

El satélite fue descubierto en 1672 por el astrónomo italofrancés Giovanni Cassini, que le dio el nombre de la figura mitológica griega Rhea, hermana y esposa de Crono -Saturno en el panteón romano-.

La luna fue fotografiada por la sonda estadounidense Voyager 1 en noviembre de 1980, cuando ésta pasó por el sistema de Saturno, y posteriormente por la sonda Cassini, la cual la estudió de cerca en noviembre de 2005, en marzo de 2010, y en enero de 2011.

Rhea es una luna helada con una densidad de aproximadamente 1.24 g/cm³ Esta densidad indica que probablemente tenga un núcleo rocoso que constituye un tercio de su masa, siendo el resto una combinación de agua-hielo. La temperatura oscila entre los 53 y 99 K(-220o y -174o Celsius).

Está altamente craterizada, y presenta marcas lineales, brillantes y difusas. En un principio se pensó que estas líneas fueron producidas por material eyectado durante la formación de grandes cráteres, como el Tirawa, de 375 km de diámetro -visible en la parte superior de la imagen de Rhea-, pero después imágenes de alta resolución han mostrado que en realidad son sistemas de fallas.

El análisis de los datos de la Cassini descubrió una muy tenue atmósfera compuesta por oxígeno y dióxido de carbono, siendo el único cuerpo celeste además de la Tierra en el que se ha detectado oxígeno atmosférico.

Rhea se encuentra en el interior de la magnetosfera de Saturno, esto es una burbuja magnética que rodea al planeta y mantiene en su interior a iones y electrones atrapados.

La investigación permitirá entender a los científicos norteamericanos si esta luna es homogénea en su interior o si se ha diferenciado en las capas de núcleo, manto y corteza como sucede en nuestra Tierra.

Las cámaras de Cassini tomarán datos de imágenes ultravioletas, infrarrojas y de luz visible de la superficie de Rhea, a la vez que su analizador de polvo cósmico intentará precisar la existencia de residuos en suspensión sobre la superficie por efecto del bombardeo de meteoritos, a los efectos de entender mejor la irrupción de objetos en el sistema de Saturno.

Cassini está en órbita alrededor de Saturno desde 2004, en el marco de su misión que ha sido denominada Solsticio.

La búsqueda de vida extraterrestre

Nuestra época contempló hazañas científicas de tal increíble magnitud que literalmente sobrecogen la imaginación de las personas ordinarias y una de las más notables ha sido la apertura del conocimiento del espacio exterior mediante la exploración científica.

Ya es casi innecesario puntualizar que científicos de todo nuestro planeta consideran vital descubrir si existen seres inteligentes en alguna parte del universo. La cuestión pasa por determinar dónde y en qué forma, así como de qué modo puede la humanidad comunicarse con ellos.

Las preguntas aún sin respuestas sobre la cuestión que nos ocupa son infinitas y una de ellas, a modo de ejemplo podría sintetizarse así: ¿Podría haber en el universo un enorme número de civilizaciones técnicas inmensurablemente más adelantadas que la nuestra, que intercambien comunicaciones a enormes distancias, de las cuales ni siquiera nos damos cuenta?

La idea de un universo habitado por seres inteligentes ha fascinado a los habitantes de nuestra Tierra desde tiempos remotos y es el tema central de la mayor parte de las novelas y cuentos de ciencia ficción en la actualidad.

Hoy comienza a cimentarse la posibilidad de sentar las bases de un estudio racional del problema y los últimos estudios han convergido sobre la trascendental conclusión de que la existencia de vida es más probable.

Vida diseminada

La cadena de especulaciones y razonamientos científicos que conducen a esta última consideración expuesta es extensa, con mucha carga de debilidad y llena de incertidumbres, ya que muchos eslabones son por el momento no verificables.

El astrofísico Carl Sagan expuso entre sus consideraciones científicas que “puede haber hasta un millón de civilizaciones técnicas en una galaxia o sea una por cada 100.000 estrellas”.

Sebastian von Hoerner, del Observatorio de Radioastronomía de los Estados Unidos, imagina que “sólo una de cada tres millones de estrellas puede poseer civilizaciones técnicas, o sea 35.000 de ellas en toda la galaxia”.

Para ese sentido de universalidad de la vida han sido particularmente importantes los avances en nuestra comprensión del carácter molecular y bioquímico de los organismos vivientes y los procesos mediante los cuales pueden haberse originado.

A los científicos detallar los estudios que se han realizado para establecer teorías de que la vida en la Tierra se originó como resultante de soluciones de sustancias orgánicas simples, combinadas en forma más compleja en azúcares, proteínas y otros componentes vitales, y que éstas evolucionaron y se convirtieron en rudimentarios microorganismos, luego en organismos unicelulares y que ellos derivaron, tras millones de años en criaturas vivientes les ocuparía varios tomos.

Sólo, a modo indiciario, a los interesados en temas científicos, quien esto escribe recomienda la lectura de los trabajos realizados por el bioquímico soviético A.I. Oparín y también los de Stanley Miller.

Asimismo, no pueden dejarse de considerar las contribuciones científicas de los estudios de cometas y meteoritos del sistema solar y de las negras nubes de polvo interestelar esparcidas en la galaxia, a lo que debe sumarse los descubrimientos de radioastrónomos en regiones polvorientas de la galaxia como la nebulosa Orión, donde se estima que se están formando nuevas estrellas.

Ya se llevan descubiertas más de dos docenas de moléculas interestelares, algunas de ellas son particularmente importantes ya que tienen un papel decisivo en la formación de sustancias biológicas, incluyendo los aminoácidos.

El fin de la Tierra

Se remontan a más de 4.700 millones de años, las estimaciones acerca de que el protosol y los planetas se condensaron de la nebulosa solar primigenia. Fue entonces cuando, a partir del polvo y del gas nació la Tierra tal como la conocemos.

El objeto más cercano, de tamaño y energía suficiente para afectar seriamente a la tierra es el Sol, una estrella enana amarilla tipo G, que tiene un ciclo vital de vida de unos 10.000 millones de años.

Científicos especializados que estudian reacciones nucleares en el interior del Sol estiman que aunque este último tiene que acabar por enfriarse, producirá períodos de fuerte calentamiento antes de que deje de hacerlo definitivamente tras una expansión que se iniciará una vez que se consuma la mayor parte de su combustible básico: el hidrógeno. El Sol se convertirá en un gigante rojo, y como consecuencia la Tierra se vaporizará. Pero no se preocupe, todavía faltan, -según estiman los astrofísicos- unos ocho mil millones de años.

Parecería haber tiempo de sobra para que se desarrollemos la vida y la inteligencia en otros sistemas planetarios de estrellas que gravitan en la cercanía inmediata de nuestro sistema solar, siempre que obtengamos condiciones de vida favorables.

Hay una creciente convicción de que los sistemas planetarios frecuentemente se encuentran entre las estrellas pequeñas de más larga vida y cuando las condiciones son favorables puede generarse una solución química para producir una forma de vida genéticamente codificada, metabolizante y reproductiva.

Esta última apreciación ha permitido conjeturar a especialistas como el ya citado Von Hoerner que “quizás el dos por ciento de las estrellas de la galaxia, o sea 2.000 millones de ellas tienen planetas adecuados para la vida”.

¿No es ello razón suficiente para continuar investigando el espacio exterior, mientras no dejamos de ocuparnos de los graves problemas que aquejan a la Tierra en el día a día?

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com