Rosario tuvo su noche púrpura profundo

Con Ian Gillian como front man, la legendaria banda británica volvió a la ciudad para ofrecer un recital vibrante, en el que los fanáticos del hard rock de los 70 disfrutaron de una noche inolvidable. “Highway Star”, “Strange Kind of Woman” y la infaltable “Smoke on the Water” fueron algunos de los platos fuertes.

Basta un par de minutos, un filoso sólo de guitarra, un par de alaridos agudos, para darse cuenta que la cita con Deep Purple en el Metropolitano va a ser un viaje en el tiempo al corazón del hard rock, ése que en los 70 en las pampas se llamaba “rock pesado” y peleaba a cara de perro con el otro, el “progresivo”, sin darse cuenta que eran dos caras de una misma moneda. Un par de minutos de “Highway Star”, el hit de “Machine Head”, ése disco imprescindible para entender cómo empezó la loca carrera que trajo a la música, al rock, hasta donde está ahora. Ahí están, a las 22 en punto, como buenos señores ingleses que se precian de serlo Ian Gillan, flaco, canoso, sonriente, Ian Paice, escondido tras la batería, y Roger Glover, con barba y bandana. Ellos son los miembros originales que llegaron a Rosario para la fiesta de la nostalgia que anoche reunió a una legión de jóvenes de ayer, que vivieron intensamente los tiempos en los que el rock no se pasaba en las radios y conseguir un disco de los Purple era una misión imposible y están empecinados en contárselo a sus hijos, que los acompañan estoicos y perplejos también.

En el escenario hay 40 años de historia, entre el público también, y durante dos horas y 50 minutos, ni uno más ni uno menos, los unos y los otros se lanzaron a máxima velocidad al pasado a bordo del Delorean de “Volver al futuro”, que está vez no hizo escala en ninguna casa de venta de electrodomésticos sino, solamente, en los clásicos de clásicos, los de ayer, hoy y mañana. “Hard Lovin’ Man”, una cabalgata al corazón de los sentimentos masculinos, fue el segundo tema de la noche y reveló que los muchachos, ya maduros, no sólo están en buena forma, sino que Steve Morse, sus guitarras indomables, pese a no haber sido desde la partida desde la partida, es el combustible que le da calor y color a esa máquina salvaje que fue, es y será Deep Purple. “Baby I’m a Leo”, con el bajo de Roger Glover marcando el pulso como si fuera un martillo hidráulico, “Strange Kind of Woman”, que es una bola de fue que pone a cantar al público aquello de “I want you, I nedd you, I gotta be near you”, y “Rapture of the Deep”, con sus riff de aires árabes, más reciente pero no menos intenso que los viejos, marcan el camino de la noche.

El Deep Purple que llegó a Rosario le hace honor al que derretía el vinilo en el Wincofón allá lejos y hace tiempo, con las escalas interminables de Ritchie Blackmore y los teclados como una catedral de John Lord, y lo hace a pesar de que el Metropolitano no es el mejor lugar, por mucho que se esfuercen los técnicos de sonido, para apreciar el sonido de un rock

con matices como el suyo. La intensidad de la banda, el entusiasmo de los fans y, sobre todo, una lista de temas sólida como una roca, hacen que el recital tenga un punto alto y otro más después, en el que sobresalió el órgano endemoniado de Don Airey, en “Knockin at your Back Door”, y eso que el hombre hasta se animó a la herejía de ensayar la melodía de un tango en medio de un solo largamente aplaudido.

Pasaron “Lazy”, con un Gillan pícaro y juguetón, “Perfect Strangers” y “Space Truckin” y entonces llegó el “grand finale”, el que todos estaban esperando, el tema más tocado de la historia del rock, el primer que cuando se cuelga una eléctrica con el sueño de tocar en una banda, de ser una estrella, saca “de oído” después de pasar horas con la oreja pegada al bafle: “Smoke on the Water”. El público delira, levanta los brazos, hace cuernitos, grita y salta, aunque después los pies le duelan más que la certeza de saber que el tiempo perdido no se recupera jamás. Los padres, los hijos, acaso algún nieto también, cantan juntos “smoke in the water, fire in the sky”, mientras lo Purple sonríen satisfechos en el escenario, satisfechos del deber cumplido. Van a volver, van a hacer los bises que los rockeros de hoy no tocan porque “no están en el contrato”, “Hush”, ¿se acuerdan?, la de los aullidos nocturnos y el estribillo hippie y pegadizo, y “Black Night”, inoxidable. Van a agitar una camiseta de la selección nacional, cómo si hiciera falta, pero el final, el que todos se llevan en el recuerdo es el del coro tribunero de “Smoke…”. >(La Capital)