A 39 años del histórico regreso de Juan Domingo Perón

El 17 de noviembre de 1972 el ex presidente volvía al país tras 17 años de exilio, para poner fin a la dictadura del general Alejandro Lanusse y cambiar el futuro del país.

La esmirriada figura de José Ignacio Rucci, con su brazo extendido para cubrir de la lluvia al general Juan Domingo Perón, en medio de la pista del aeropuerto de Ezeiza simbolizó el fin de casi 18 años de luchas y sacrificios de muchos argentinos.

El reloj marcaba las 11:20 y la lluvia arreciaba en aquel 17 de noviembre de 1972.

En ese momento, Perón, quizás, sintió un sabor a desquite por aquel intento de volver en 1964, que los militares brasileños habían frustrado en el aeropuerto carioca de El Galeao.

En contraste, ahora Perón llegaba en una charter de Alitalia, acompañado por más de 150 figuras de las más coloridas corrientes internas del justicialismo y otras tantas representativas del mundo cultural, deportivo, artístico, científico y religioso.

Cuando el comandante de la nave avisó que ingresaban a cielo argentino, muchos quisieron cantar «la marchita». Pero el General los paró: «ahora corresponde que entonemos el Himno Nacional. Y lo comenzó a entonar»(Relato de Raúl Matera).

En la madrugada del histórico día, desde los barrios más humildes habían comenzado a ponerse en marcha cientos y cientos de camiones, muchos desvencijados, llenos de manifestantes de todas las edades.

Pretendían sortear el aro de seguridad del Ejército del general Alejando Agustín Lanusse. Plásticos y lonas enormes, apenas los defendían del agua que caía.

Varios miles, se hundieron hasta la cintura en el río Reconquista «para poder ver al líder».

El gobierno militar, había dispuesto «jornada no laborable» para suavizar el paro general de la CGT que comandaba Rucci.

La inmensa movilización mostraba que la situación política y social imparable iba a dejar atrás la vieja antinomia peronistas-antiperonistas.

El «viejo General», en ese rumbo, para la tarde convoca al líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en su nueva casa de la calle Gaspar Campos, en la localidad bonaerense Vicente López.

Sellan entonces la voluntad de pacificar la Argentina, con vistas a reemprender un camino de desarrollo independiente de nuestro pais.

En el mundo, el presidente estadounidense Richard Nixon ordenaba iniciar el retiro de las tropas de Vietnam, en medio de enormes protestas y decidía culminar el embargo comercial a China Popular.

En Chile gobernaba el socialista Salvador Allende y los planes de Perón pretendían entroncar con esa corriente de apertura y convivencia pacífica.

Porque había observado en esa misma tendencia la restitución de los restos de Eva Perón el 3 de septiembre de 1971, que habían permanecido ocultos secretamente en un cementerio italiano bajo custodia de una orden católica.

Pero Lanusse, antiguo antiperonista, que había ido cuatro años a la cárcel por golpista desde 1951 a 1955, impidió la candidatura de Perón, imponiendo la condición de que el candidato tuviese un mínimo de dos años de residencia en el país.

«No le da el cuero», había dicho entonces un desafiante Lanusse, pero se había equivocado. En el restaurante Nino, también de Vicente López, el 20 denoviembre de 1972, día de la Soberanía Nacional, quedó consagrada la «Hora del Pueblo», el encuentro multipartidario, encabezado por el peronismo y el radicalismo, con el fin de restaurar la democracia y trazar un proyecto nacional para todo el pueblo.

«El balbinismo ha llevado las coincidencias a un punto en que sus propios afiliados afirman no reconocer, a veces, el límite entre el pensamiento radical y el peronista» (Nota de Heriberto Khan en el diario La Opinión del 4 de enero de 1974).

A Perón le quedaba por delante subordinar las enormes fuerzas internas que comenzaban a deslizarse hacia violentas luchas sucesorias. Esas fuerzas que saldrán con furor a la superficie en Ezeiza el 20 de junio de 1973.

Hoy aquella reconciliación de Perón-Balbín bien podría compararse al Pacto de la Moncloa que puso fin al franquismo-antifranquismo en España.

El general, ya muy enfermo, se verá enfrentado más tarde con los que llamó «imberbes» que se irán de la plaza aquel último 1› de mayo. También con quienes, escondidos tras una máscara «ortodoxa» silbarán la misma melodía facciosa. Ciegamente equivocada.
Así, aquella mayúscula esperanza de reencuentro nacional del retorno de Perón, se desvaneció por el antagonismo sectario.

Los acuerdos de la Hora del Pueblo enflaquecieron, se debilitaron por inauditos enfrentamientos que abrieron luego el desencuentro trágico.

No casualmente Perón, en aquella primera visita de sólo veintisiete días, confesó: «Yo con Balbín voy a cualquier parte».

Y el jefe radical, a su vez había concluido: «No más antiperonismo».

Aquel 17 la esperanza de unión había retornado, pero terminó con la muerte del anciano general. La violencia que sobrevino, descubrió el vuelo corto de los herederos «de izquierda y de derecha». Por sus frutos, los conocimos. (Infobae)