La guerra pendiente en Medio Oriente

Es este uno de los momentos críticos de Medio Oriente en los que los movimientos de fuerzas militares se realizan como si se estuviera llevando adelante un juego de ajedrez geopolítico entre Israel y Palestina.

Las últimas escaramuzas son la resultante del paradigma de conflictos bélicos no convencionales que se han venido produciendo en el tiempo de la pos-Guerra Fría, en la que los actores enfrentados son las fuerzas armadas israelíes y una “organización no-estatal, con fines políticos-religiosos (Hamas)”, como las define el periodista Philips Chicola en cada uno de sus comentarios en medios de Guatemala.

La guerra que nos ocupa es la consecuencia de rencores intactos, de diferencias no resueltas, de conflictos infinitos que pueden evolucionar, en las próximas semanas, -cuando el entorno climático lo permita-, en una batalla militar convencional entre dos o más estados.

El presidente norteamericano Barak Obama debe, forzado por las circunstancias, modificar aceleradamente su papel indiferente y ambivalente ante el enfrentamiento, como lo hizo con las luchas de Libia y Siria, ya que sus intereses se manifestaron sólo en Afganistán y Pakistán.

Hamas y Hezbollah no han merecido una preocupación importante por parte de Estados Unidos –CIA y Pentágono-, aunque ve con preocupación las amenazas de Irán de concretar un ataque a Israel con apoyo iranio.

“Si la inteligencia israelí –Mossad- concluye que la nueva ola de ataques proviene de Teherán, si los temores sobre el programa nuclear iraní aumentan, y si Obama no lidera una coalición internacional para aislar a Irán, el escenario de un ataque unilateral israelí adquirirá mayor relevancia. De ser así, una guerra convencional entre el gobierno teocrático e Israel estará a la orden del día”, apuntó Chicola en uno de sus comentarios en las últimas horas.

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Llegamos hasta aquí en nuestro comentario sobre los enfrentamientos diarios que se reportan a través de las agencias internacionales de noticias. Nuestro objetivo es otro: examinar sucintamente la violencia humana desencadenada teniendo en cuenta que el hombre –posiblemente desde que existe como tal en la Tierra- ha deplorado la violencia y adoptado acciones conducentes a controlar sus peores estallidos.

Sin embargo –argumentan destacados antropólogos- la aceptó como algo inherente a su especie e incluso la ha glorificado y considerado como algo inevitable. El secreto estribaba en hallar el mecanismo para contener las tendencias agresivas en función de sus necesidades.

En este sentido, los militares justifican la violencia al servicio de causas que entienden legítimas, dirigiéndola convenientemente para transformarla en virtud.

Los críticos de este accionar apuntan que el humano difiere de las bestias por su capacidad de manipular su animalidad, a fin de ponerla al servicio de sus símbolos.

Guerras mundiales y miles de contiendas de todo tipo, así como millones de muertes violentas no han logrado que los hombres –y las mujeres- renuncien a la idea de terminar con los hechos de violencia mediante un cambio de circunstancias.

Deseo mencionar en el final de este comentario, una frase que utilicé en el final de la presentación del libro de mi autoría “Conspiración comunicacional de gobiernos de facto” en el que señalé palabras de Robin Fox: “La humanidad no ha cambiado. Simplemente, continúa realizando con más implacable eficiencia, lo que ha estado haciendo desde que existe en la Tierra. Pero tal vez, a causa de ello y porque ahora enfrentamos la perspectiva de la total destrucción de nuestra especie, nos aferramos desesperadamente a la idea de que ello no es inevitable, y de que el hombre no está fatalmente poseído por el instinto de la violencia. Si admitimos que el ser humano se inclina por naturaleza a la violencia, dada la mortífera eficacia de las armas actuales, no hay esperanza alguna para nosotros”.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com