Saturnino de Ibarlucea y la muerte en los tiempos de cólera

Comienzo a escribir algunos párrafos sobre Saturnino de Ibarlucea y no puedo evitar pensar en Gabriel García Márquez, quien tituló una de sus novelas “El amor en los tiempos del cólera”. El punto en común es la enfermedad.

El premio Nobel de Literatura desarrolla su historia en el Caribe y el funcionario rosarino que nos ocupa, debió enfrentar la terrible dolencia desde su cargo de Jefe Político y como presidente de la Municipalidad de Rosario, al ausentarse Domingo Palacios.

De Ibarlucea había sido nombrado juez de Paz del Cuartel 1º el 31 de diciembre de 1859, mientras se desempeñaba como alcalde Eudoro Carrasco.

Entre 1867 y el siguiente año, como consecuencia de la epidemia de cólera y colerina, cientos de muertos insepultos, el hedor insoportable en las calles y el terror al contagio obligaron a De Ibarlucea a reunirse con los médicos del Tribunal de Medicina de Rosario, quienes como única solución para acabar con el mal, le expusieron que “mientras rezaban, tenían esperanza en el saludable viento Pampero”.

En ese mismo 1867, la Aduana comienza a tener dificultades para desarrollar su gestión. El cólera hace estragos y muchos dejan el trabajo para no contagiarse.

De Ibarlucea toma una decisión desesperada: deja sin efecto las órdenes de prisión de delincuentes prófugos, a cambio de que los mismos se presenten a trabajar en la Aduana.

La Jefatura Política, paralelamente, hace un recurso de queja contra la Comisión de Higiene del Concejo, a la que acusa de no cumplir con sus tareas, ya que no dispone que los enfermos sean conducidos al Lazareto, que se fabriquen ataúdes y que lleve un registro de los fallecidos.

Agustina Prieto, docente e investigadora del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario analizó epidemias que afectaron a Rosario y tiene los méritos suficientes para opinar sobre la cuestión. Señaló que este tipo de enfermedades “hacen un corte transversal en la sociedad, permiten ver que pasa y sirven para determinar cuáles son los conflictos sociales y políticos, tanto evidentes como latentes”.[1]

La profesional señaló, además que “las epidemias ocurridas en la segunda mitad del siglo XIX y a principios del 1900, en Rosario, tuvieron una importante incidencia en la profesionalización de la medicina y devinieron en un destacado desarrollo de la infraestructura urbana”.[2]

Pero el cólera no es todo en la ciudad. Mientras Saturnino firmaba un convenio para que a partir del 23 de marzo de 1867, Leopoldo Arteaga establezca en la ciudad un sistema de alumbrado público a gas hidrógeno, este último se comprometía a construir una fábrica para producir los aparatos necesarios por un lapso de dos décadas.

La fábrica se construiría en un predio de 100 metros de frente por 150 de fondo, sobre la costa del Paraná, al este de la ciudad.

[1] Las epidemias y sus historias. Lizzi Smiles. La Capital.

[2] Íbidem.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com