A 25 años de la histórica visita de Juan Pablo II a Rosario

Seis horas y media estuvo Juan Pablo II en Rosario, el 11 de abril de 1987. Tiempo suficiente para que ese recuerdo siga vivo. Es que las manifestaciones de fe fueron tan intensas que no sólo los cristianos guardan en su memoria aquella jornada.
Bajo el sol radiante, la ciudad vivió un momento histórico del que ya pasaron 25 años. (Mirá el video con tramos del discurso en la misa en Rosario)

El Monumento Nacional a la Bandera fue epicentro de ese día que conmovió a Rosario. Más de 300 mil personas concurrieron al oficio religioso que Karol Wojtila ofreció frente al río en un altar levantado para la ocasión.
La multitud no sólo estuvo presente durante la misa. Miles y miles de ciudadanos de todas las edades recibieron a las 8.55 al Papa en el Aeropuerto de Fisherton. Cumplido el protocolo, Juan Pablo II subió al Papamóvil y recorrió las calles de la ciudad.

En cada esquina, a lo largo de cada cuadra, se vivieron momentos de emoción. En Wilde y Córdoba, por ejemplo, los alumnos del instituto Stella Maris esperaban ansiosos con un cartel que decía en polaco: “Niech Bedzie Poch Walony Jezus Christus” (Que seas alabado Jesucristo). Sin dudas, uno de los puntos máximos de la recorrida fue cuando la caravana que lo acompañaba transitó por avenida Pellegrini, desde Ovidio Lagos hasta avenida Belgrano.

Familias enteras, madres con sus bebés en brazos, chicos y chicas adolescentes, y alumnos de decenas de escuelas locales agitaron sus banderas, sus pañuelos y sus brazos agradeciendo al Papa su presencia.
El paso por la parroquia Nuestra Señora del Carmen también fue emocionante. Aunque la comitiva no se detuvo, los fieles allí apostados estallaron en gritos y aplausos cuando él bendijo el templo.
Ya en el Monumento, recibió ofrendas que simbolizaban el respeto y afecto de la ciudad. Impartió bendiciones y también bendijo al Monumento a la Bandera, un hecho que despertó una ovación estremecedora.

“Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo”, fue el cántico inolvidable. La respuesta del Papa no se hizo esperar: “Yo sé que todos me quieren, pero también tengo que hablar”, exclamó con un gesto amable, típico de su personalidad.
Hubo otra postal imborrable: cuando dio la bendición a enfermos y personas con discapacidad. Allí, las muestras de agradecimiento y fe se multiplicaron, y dejaron casi sin palabras a los presentes.
Después de la ceremonia, se trasladó al Arzobispado de Rosario donde almorzó y tomó un breve descanso. Cuando emprendió el retorno hacia el aeropuerto las demostraciones de afecto y congoja se repitieron, con mayo intensidad cada vez.

Muchas más personas acompañaron al Papa en su despedida. A las 14.05 el Papamóvil partió desde el Arzobispado hasta el aeropuerto.
A las 15.25, ya en las escalerillas del avión, miró a los rosarinos, levantó su mano por última vez, y dejó su huella imborrable. Veinticinco años después, nadie olvida aquel 11 de abril en el que el Papa de la gente estuvo mucho más cerca. (La Capital)