Carisma: Un rasgo deseado entre los políticos

Gordito, de lentes, con cabello entrecano peinado con raya a la derecha y un rostro poblado de barba y bigote blanco, siempre sonriente, es la imagen que tenían los egipcios de su presidente Muhammed Mursi antes que decidiera otorgar la facultad al Ejército de arrestar civiles tras el resultado de un referéndum sobre un proyecto de Constitución que le otorga plenos poderes y que, como resultante, divide hoy al país.

Los Hermanos Musulmanes , la agrupación a la que Mursi pertenece, explicó la postura del mandatario mientras la oposición ocupa la plaza Tahir, el centro emblemático de las manifestaciones que provocaron la caída del ex dictador Hosni Mubarak.

El todopoderoso Club de Jueces, organización dependiente del Consejo Supremo Judicial, convocó a una protesta por el polémico decreto presidencial del 22 de noviembre por el que Mursi blindaba sus decisiones ante la Asamblea Constituyente y el Consejo de la Shura -Cámara Alta del Parlamento egipcio- ante cualquier posible sentencia judicial.

Para la oposición la consulta constitucional sin consenso fue vista como la base de una tiranía presidencial y su presión sobre el sistema gubernamental posibilitó que Mursi desistiera de su decisión de aumentar servicios y productos tales como el cemento, la cerveza y el tabaco, a lo que se sumaban la telefonía, la seguridad y la limpieza pública, en consonancia con el plan del F.M.I. que le prestó 4.800 millones de dólares.

Mursi, receptor del préstamo, no es –vale decirlo- un inesperado profeta que atrae vastos auditorios con su nueva doctrina. Por el contrario, intentó amenazar la estructura política egipcia, montada como sistema de dominación y sólo logró que el pánico hiciera presa de la población más sufrida.

En el caso de Mursi no ocurrió lo que invariablemente sucede con un gobernante carismático: Los fanáticos acaparan la atención de las masas y posteriormente derriban el régimen vigente. Las ideas en ese estado de cosas son prescindentes, ya que sólo valen los procesos.

Con la intervención de líderes carismáticos los cambios sociales se materializan si son rudimentarios.

Especialistas en antropología tiene el criterio de que “en todos lo casos parece existir una intensa interacción de índole personal en el vínculo que une al carismático con sus seguidores en la respuesta obtenida y en el compromiso que asumen ante él”.

Constituye la movida de Mursi un acto desesperado. Su proclamación de que posee la verdad o el único esquema de poder que está dispuesto a traficar con sus electores y para ello intenta poner en juego todas sus habilidades de animal político.

Mursi, si tuviera carisma, debería prometer y ofrecer instantáneamente a sus conciudadanos una prueba de su energía y de su visión política para justificar el seguimiento de un pueblo que, a esta altura de los acontecimientos, debería conocer a cabalidad su fervor político.

Para matarlo…al pueblo sólo le resta aplicarle una pizca de indiferencia.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com