Juan Gelman, el montonero que denunció el pacto entre Massera y Firmenich

El reconocido periodista y escritor argentino galardonado con múltiples premios a lo largo de su extensa y prolífica carrera, falleció en su casa de la colonia Condesa en Ciudad de México donde moraba desde hace más de 20 años. Pero Gelman, no sólo fue escritor, fue también militante de la organización político-guerrillera setentista Montoneros. Gelman formó parte del Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, perteneciendo a su rama de profesionales, intelectuales y artistas. En 1979, en ocasión de la denominada «Contraofensiva Montonera» y en desacuerdo frontal con su verticalismo militarista, abandonó la organización. La cúpula de Montoneros lo acusó de traición y lo condenó a muerte. Gelman, entonces, junto a Rodolfo Galimberti firmó esta carta de ruptura:

Nosotros, militantes del Movimiento, Partido y Ejército Montonero, decididos a rescatar el contenido revolucionario que alimentó la lucha del Peronismo Montonero hasta hoy, hemos resuelto renunciar a nuestra condición de miembros del Partido, a nuestro grado en el ejército y a nuestros cargos en el Movimiento Peronista Montonero, convencidos de que la pertenencia a estas estructuras se ha convertido en un obstáculo para continuar, eficazmente, en nuestra lucha contra la dictadura y por la liberación del Pueblo Argentino.

Frente a las perspectivas que existen de modificación de la situación argentina, ante el fracaso evidente de la dictadura, resulta imprescindible resolver positivamente la crisis que afecta a nuestras fuerzas.
Serias razones nos impulsan a tomar esta meditada decisión:

El prolongado alejamiento de la Conducción Nacional del Partido del territorio argentino, y, en consecuencia, de las condiciones reales en que se desarrolla la Resistencia Argentina, sumado a la falta del ejercicio efectivo de la conducción de las fuerzas que luchan en el país, ha agravado viejas desviaciones nunca corregidas del todo, a la vez que ha favorecido la aparición de nuevas deformaciones.

Sin la pretensión de enunciarlas todas señalaremos las más graves:

Resurgimiento del militarismo de cuño foquista que impregna todas las manifestaciones de la vida política de las estructuras a las que renunciamos. Militarismo que, por otra parte, intenta apropiarse indebidamente de todas las acciones de Resistencia Armada que lleva a cabo el conjunto del Pueblo.

Reafirmación de la concepción elitista del partido de cuadros, que ha generado un progresivo aislamiento de las masas y de sus organismos reivindicativos naturales.
La reiterada aplicación de prácticas conspirativas de los cuadros del partido en el seno de los organismos de conducción del M.P.M., destinadas a tratar de garantizar la hegemonía del partido aun a costa de sabotear el avance organizativo del conjunto.

El sectarismo maniático que pretende negar toda representatividad en el campo popular a quien no esté bajo el control estricto del partido, con consecuencias nefastas para todos los intentos de desarrollar la organización revolucionaria de la clase obrera.

La definitiva burocratización de todos los niveles de la conducción del partido, cuya máxima expresión es la ausencia absoluta de democracia interna, que yugula todos los intentos de reflexión crítica, calificándola de defección o traición, enmarcando la falta de respuesta política con un triunfalismo irresponsable que no convence a nadie.
Frente a tanto desacierto se levanta la rica realidad que ofrece la lucha de las masas encabezadas por la clase obrera con el heroico concurso de los militantes del Peronismo Montonero, que ya no están más dispuestos a ser sacrificados por una política «putchista» y aventurera que persigue únicamente mejorar las condiciones de una negociación ya entablada, y que resulta inaceptable para la dignidad de la Resistencia Argentina.

Que quede claro: renunciamos a estructuras que son un freno para alcanzar los objetivos que justificaron su creación pero no renunciamos al Peronismo Montonero, ni a las banderas tras las cuales hemos recorrido los últimos diez años de vida política argentina: las bandera de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social que jalonan el camino a recorrer para construir el socialismo en nuestra Patria.

Afirmamos que el fracaso evidente de la Dictadura podrá ser convertido en una victoria popular definitiva e irreversible, únicamente a través de la articulación de todas las formas de la Resistencia Popular, con la contribución del Peronismo Montonero cuyo espacio de masas debe ser convocado y organizado democráticamente como tendencia dentro del Movimiento Peronista en cuya unidad debe trabajar consecuentemente.

Queremos señalar también que mientras haya Dictadura habrá Resistencia Armada Popular, con la participación del Peronismo Montonero y que el heroísmo que se ha socializado al mismo tiempo que el sacrificio, es patrimonio del conjunto del Pueblo y nadie tiene derecho ni fuerza para negociar lo que no le pertenece ni controla.

Finalmente, llamamos a los compañeros del M.P.M. y a los compañeros honestos del Partido a discutir democráticamente en torno a estas cuestiones que todos conocen pero de las cuales pocos hablan, recordando que la Historia también sabrá juzgar los silencios.
Firman, por los compañeros del Peronismo Montonero

Rodolfo Galimberti / Juan Gelman

Ya en plena vigencia del sistema democrático, en 2001, Juan Gelman escribió una nota en el diario de tinte progresista Página 12, titulada «Ajá», donde critica profundamente a la conducción de Montoneros, denunciando un pacto entre Mario Eduardo Firmenich «Pepe», y Emilio Eduardo Massera, el «Almirante Cero».

Han reaparecido el señor Firmenich y el Peronismo Montonero. Firmenich habló desde Barcelona y la primera existencia pública del Movimiento Peronista Montonero tuvo lugar en Roma, en abril de 1977. No parece casual que ambos hechos se hayan producido fuera del país. Son ajenos al país. La soberbia armada es el título de un libro sobre la guerrilla montonera del periodista Pablo Giussani. Se equivocó: lo de Firmenich –dirigente máximo de aquella guerrilla y hoy autopropuesto candidato a presidente de la Nación– ha sido y sigue siento soberbia política. La sangre de miles de jóvenes y no tan jóvenes que entraron en la muerte, movidos por el ideal de una Argentina mejor, no ha desmontado a Firmenich de esa soberbia. Lo que le pasa a Firmenich no es importante. Lo que preocupa es lo que les pasa a los jóvenes de hoy: asediados por el desamparo brutal de un país desquiciado gracias a un gobierno civil tras otro, creo conocer sus tentaciones y sé que no pocas nacen de esa intemperie, del fracaso de su deseo, del rechazo rabioso que la injusticia imperante les impone. Otras generaciones sintieron lo mismo en la década del 60 y hablo desde una experiencia vivida. Fui teniente del llamado ejército montonero y miembro de ese mascarón de popa que se llamó Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero.
No se permitió la entrada a periodistas en la reunión de Parque Patricios donde el sábado 28 pasado se llevó a cabo la teleconferencia en que unos 60 adeptos conversaron con Firmenich acerca del documento refundador del peronismo montonero. Me atengo a la crónica que un periodista intachable, Carlos Eichelbaum, publicó en Clarín (29-7-01) y me asalta el escándalo ante el párrafo siguiente: “La reivindicación de la ‘identidad montonera’ –dice Eichelbaum que dice el documento redactado por Firmenich– plantea problemas, entre ellos el de la dilución de su significado por las conductas de sus antiguos dirigentes ‘reciclados’, una obvia alusión crítica a hombres que pasaron por el menemismo, como Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, a actuales funcionarios como Patricia Bullrich, o devenidos oscuros hombres de negocios, como Rodolfo Galimberti”. Me llega una pregunta: ese “antiguo dirigente” que es Firmenich –como Perdía, Vaca Narvaja y otros– ¿nada tuvo que ver con “la dilución de la identidad montonera”? ¿Nada tuvo que ver con la política suicida y suicidante que él encabezó antes y después del golpe del 24 de marzo de 1976?
Esa conducción esperaba el golpe con ganas, “tanto peor, tanto mejor”, decía Mao. Mejor hubiera esperado a Godot. La soberbia política de tales dirigentes pensó que podía disputarle y aun arrebatarle a Perón el liderazgo del movimiento peronista. Aplicaron los mismos métodos que la burocracia justicialista y tiraron “sobre la mesa” el cadáver de Rucci “para tener fuerza de negociación”, explicaban. Autoclandestinizaron su aparato militar en 1974 dejando al aire ya sabemos el qué de miles de militantes públicos y al descubierto de la JP, la UES, la JTP, la JUP, el frente villero, el de mujeres, que integran ahora la lista de desaparecidos. Esos dirigentes fraguaron en 1979 y 1980 dos contraofensivas militares desde afuera contra una dictadura que había ya aniquilado al ERP y a Montoneros. En 1978 Firmenich y Cía. pactaron con Massera, el carnicero de la ESMA, un acuerdo preparatorio. Cada socio perseguía un objetivo propio: Massera, el de trabajar su camino hacia la presidencia del país; Montoneros, el de “aparecer en los diarios para que no nos olviden”, ilustraba Roberto Cirilo Perdía. Me merece total repudio la barranca abajo ética y política por la que ha rodado Rodolfo Galimberti, pero estoy orgulloso desde mí de haber encabezado con él –cualesquiera hayan sido entonces las intenciones del hoy “oscuro hombre de negocios”– la ruptura de 1978 con ese delirio militarista: salvó la vida a centenares de compañeros exiliados y más aún se habrían salvado si OscarBidegain, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Rodolfo Puiggrós y otros miembros del sedicente Consejo Superior se hubiesen sumado al rompimiento. La conducción de Firmenich condenó a muerte a quienes tuvimos la lucidez de no acompañar esa locura. La dictadura militar ya me había condenado a muerte y me sentí como cuando de chico juntaba en los bares tapitas de botellas para hacerlas chapitas. Sólo que ahora juntaba sentencias de muerte.
Me disculpo por esta irrupción demasiado personal y nada periodística, aunque siempre creí que el periodismo surge del nervio de la vida que nos hace. Quiero decir que, en la más inocente de las hipótesis, Firmenich es tan pésimo político hoy como lo fue ayer: no piensa a fondo el país. Tal vez en su autoexilio barcelonés admire o respete –o no– las extraordinarias creaciones del genio de Gaudí. Lo seguro es que poco y nada admira o respeta las creaciones igualmente extraordinarias de los pobres y los desocupados de Argentina. Su vieja soberbia se lo impide. La soberbia frecuenta impertérrita los territorios del oportunismo.
No conozco las declaraciones a una radio de Luis D’Elía que provocaron “la irritación y la amargura”, seguramente fundadas, de mi colega –y más que eso– Miguel Bonasso (Página/12, 1-8-01). Cito entonces las que formuló en estas páginas (31-7-01). Sobre el anuncio de Firmenich de que “Montoneros va a participar en los cortes”, dijo el dirigente de esa poderosa forma de resistencia que la sociedad civil construye contra el neoliberalismo depredador: “Firmenich no tiene nada que ver con el movimiento piquetero”. Es cierto. Agregó: “Debería (Firmenich) saldar su pasado con el movimiento popular antes de involucrarse en acciones del presente”. Así es. Y cerró D’Elía: “Es llamativo (ese anuncio) y me suena a maniobra de inteligencia”. Ajá.